Por unos demonios más

—?Testigos?

 

—Testigos —dije agarrando el foco con más fuerza. Esto no funcionaría a menos que todo el mundo supiese que ya no tenía el foco—. Quiero al se?or Ray y a la se?ora Sarong. —Me giré para ver las oficinas abiertas, cada una de ellas ocupada por un inframundano beligerante y uno o dos agentes de la AFI nerviosos pero tenaces—. Quen —dije al verlo solo hablando por teléfono como si nada de aquello fuese con él—. Y Al —terminé. El demonio estaba ligando con la recepcionista, ahora radiante por llamar la atención de alguien que ella pensaba que era un soltero rico con esmoquin. El padre de Ellasbeth, tan íntegro, estaba detrás de él y parecía listo para sacar su chequera allí mismo si aquello ayudaba a que su hija pudiese casarse.

 

—?Al? —dijo Edden siguiendo mi mirada hacia su recepcionista, que le estaba dando su número al hombre sonriente—. Ese es el se?or Saladan. Piscary dijo que lo exorcizó y le quitó el demonio de dentro. Mi gente lo ha visto bajo el sol.

 

Yo sacudí la cabeza mientras sentía la mirada de Al caer sobre mí.

 

—Piscary miente. Sigue siendo Al.

 

El agente de la AFI con la carpeta se puso pálido.

 

—?Eso es un demonio? —chilló.

 

Edden frunció el ce?o. Nos puso una mano en el hombro a cada uno, nos giró para que estuviésemos de espaldas a la sala mientras echaba un vistazo a la gente que nos rodeaba para decidir si lo habían escuchado.

 

—Rachel —dijo en voz baja pero firme—. No estoy preparado para ocuparme de esta situación.

 

Sentí el calor de su mano a través del encaje y tuve un escalofrío.

 

—Yo tampoco, pero aquí estoy. Puedo hacer esto, Edden. Solo necesito una sala tranquila. Tu gente no tendrá que hacer nada. Nadie va a resultar herido. —Pero tampoco podía prometerlo.

 

él estaba pensando en silencio. Miró el paquete que yo tenía en las manos con gran preocupación y luego se dirigió al agente que estaba con nosotros y le dijo:

 

—?Está muy desordenada Camelot?

 

?Camelot?, pensé yo, y el hombre en cuestión se movió con nerviosismo. Pude oler su miedo, y también Piscary, que lo estaba mirando.

 

—Está lleno de correo —dijo el agente—. El boletín informativo de junio todavía no ha salido.

 

Edden frunció el ce?o más todavía.

 

—Es la única sala donde pueden caber todos y que tiene una luna efecto espejo.

 

—?Una luna efecto espejo! —le espeté—. Quiero una sala, no una audiencia con la AFI.

 

—No voy a dejarte entrar en una sala sola con esa gente —dijo Edden—. Tú me metiste en esto, Morgan, y lo vas a hacer a mi manera.

 

Jenks re rio disimuladamente y yo incliné la cadera, adoptando una actitud negativa vestida de encaje negro y con botas de puntera.

 

—Vale —dije, consciente de que estaba a merced de él.

 

Satisfecho, Edden acercó a él aún más al agente de la AFI.

 

—Coge a un par de tíos e id a quitar las cosas de encima de la mesa. Y que alguien vaya a buscar a las personas de la lista de la se?orita Morgan.

 

Se me enfrió el cuello cuando Jenks despegó.

 

—Los iré a buscar yo —dijo, ofreciéndose, y el agente de la AFI pareció liberado. Edden iba a protestar, pero al ver a Jenks ya delante de los dos lobos, vaciló. Piscary era el siguiente, y les siguió el paso. Desde su esquina, Quen cerró el teléfono y se balanceó hacia delante antes de que Jenks lo alcanzase; le hizo un gesto de afirmación al pixie. Al se dio cuenta del éxodo masivo y se unió a ellos, besando antes la mano de la recepcionista a modo de despedida.

 

—Maldita sea —dijo en voz baja Edden mientras me cogía por el brazo y me conducía a la parte superior del pasillo delante de ellos—. Necesito contratar a un pixie.

 

No pude evitar sonreír.

 

—Salen caros —le advertí.

 

Nos adentramos en las reconfortantes paredes blancas y el ruido a nuestras espaldas se aplacó.

 

—Pensé que trabajaban por agua con azúcar y néctar —dijo Edden, y yo reduje el paso al darme cuenta de que estábamos pasando junto a las salas de interrogatorios.

 

—Me refiero en cuestión de lealtad —aclaré, haciendo que se detuviese cuando encontré la sala de Trent. Del otro lado de la puerta procedía un suave murmullo y, al ver mi expresión, el rostro de Edden se endureció. Había una persona más que quería que estuviese presente. Quen no era suficiente. Quería a Trent.