Por unos demonios más

Edden estaba pálido pero seguía apuntando con la pistola, esperando. Los golpes en el espejo habían pasado a la puerta.

 

Con un golpe fuerte y repentino, Piscary dejó caer a Al. Se limpió la boca con el reverso de la mano, se quitó los restos con un pa?uelo negro y se puso de pie. Tenía los ojos negros. Acababa de comer, pero estábamos atrapados allí dentro con él. Al levantó la mano, pero luego la dejó caer.

 

Había tensión en la sala y Jenks aterrizó sobre mi hombro. Estaba pálido, tan pasmado como el resto de nosotros.

 

—Esto no ha terminado, Rache —dijo con voz de miedo—. Métete en un círculo.

 

Me erguí para invocar una línea y crear un círculo informal, pero un ligero aroma a ámbar quemado me hizo mirar a la parte frontal de la sala. Mierda.

 

Se estaba formando una especie de niebla sobre Al. Al no estaba muerto. Estaba abandonando el cuerpo de Lee ahora que ya no le era útil. Piscary no lo sabía y estaba de pie, mostrándose satisfecho de sí mismo y sonriendo con benevolencia. Cualquier círculo que fuese a crear tenía que tener un comienzo real para resistir a un demonio. Mi bolso y el trozo de tiza magnética estaban en el otro extremo de la mesa. Me subí el vestido y trepé a la mesa para tirar del bolso hacia mí. Mientras retrocedía a una esquina y Piscary avanzaba, busqué a tientas la tiza en el bolso.

 

—?Rache! ?Date prisa! —chilló Jenks.

 

Con el corazón a cien por hora, la encontré y la saqué. Se me resbaló y grité de frustración al verla rodar debajo de la mesa. Me lancé hacia ella pero Quen la cogió primero y nuestras manos cayeron juntas sobre la tiza.

 

—El demonio no está muerto —dijo el elfo, y yo asentí—. Necesito esto —dijo intentando quitarme la tiza de entre los dedos.

 

—?Maldita sea, Quen! —grité, y luego pegué un chillido cuando unos dedos me rodearon el tobillo y me sacaron a rastras de debajo de la mesa. Me di la vuelta y, al ponerme boca arriba, vi a Piscary. Me ense?ó los colmillos y me dio un vuelco el corazón. Sentí algo en el cuello, pero estaba demasiado asustada como para disfrutar con ello. Piscary tenía los ojos cerrados en un éxtasis retorcido, disfrutando de aquello como quien toma el sol.

 

Detrás de él se había formado un remolino de siempre jamás que se condensó formando una imagen del dios egipcio del inframundo, con el pecho suave y descubierto y campanillas colgando de su taparrabos color dorado y escarlata.

 

Nunca pensé que me alegrase tanto de ver a Algaliarept. Una pena que probablemente fuese a matarme después de clavarle una estaca a Piscary.

 

—Piscary —dije sin aliento cuando los ojos de cabra se pusieron rojos y sacó una larga lengua de perro para alcanzar una gota de saliva que le colgaba—. Creo que deberías darte la vuelta.

 

—Eres patética —dijo el vampiro no muerto mofándose y yo contuve el aliento cuando me levantó del suelo.

 

—Solo has matado a Lee, gilipollas —dijo Jenks desde arriba—. No a Al.

 

El vampiro inspiró profundamente oliendo. Yo solté un grito agudo cuando me lanzó por los aires. Salí volando de espaldas y me di un golpe contra los armarios. Me puse una mano en la espalda mientras me esforzaba por respirar.

 

—?Rachel! —chilló Jenks—. ?Estás bien? ?Te puedes mover?

 

—Sí —dije con un tono áspero y casi bizca al mirarlo desde tan cerca. Recorrí la habitación con la vista en busca de Ivy pero no la vi. Alguien gritó. Esta vez no era yo y me puse en pie tambaleándome.

 

?Oh, Dios mío —susurré mientras Jenks revoloteaba a mi lado. Al había cogido a Piscary. Era una visión de las profundidades de la historia: un dios con cabeza de chacal luchando contra un príncipe egipcio con ropajes reales que ajustaba cuentas con el inframundo. El demonio tenía las manos alrededor del cuello de Piscary y sus dedos presionaban la carne del vampiro como si fuese masa, intentando arrancarle la cabeza. Piscary estaba luchando con él, pero ahora que Al estaba en su forma de demonio y cabreado hasta la médula, el vampiro no muerto no tenía posibilidades.

 

Piscary no podía morir. Lo arruinaría todo.

 

—?Quen! ?Dame la tiza! —dije resollando y cubriéndome la garganta dolorida con la mano. Tenía que salvar a Piscary. Maldita sea, tenía que salvar a ese ser pervertido, apestoso y que no valía la pena.

 

Desde su esquina, Quen vaciló.

 

—?A por quién crees que irá Al cuando acabe con Piscary? —exclamé frustrada, y el elfo me lanzó la tiza.