Yo asentí, me acomodé en la silla y miré a Ford en busca de instrucciones. Había ido a terapia familiar con mi madre tras la muerte de mi padre, pero esto era diferente.
Ford movió la silla para que sus piernas estuviesen perpendiculares a la mesa, en lugar de debajo de ella.
—Dime qué recuerdas —dijo sencillamente, con una mano sobre la otra.
Las alas de Jenks sonaron más agudas, pero luego se apagaron. Yo bebí un sorbo de café y cerré los ojos mientras me bajaba por la garganta. Era más fácil si no miraba el amuleto. Ni los ojos de Ford. No me gustaba la idea de no poder ocultarle mis emociones.
—Lo dejé en el apartamento de Nick para lavarle la ropa —dije sintiendo una punzada de dolor—. Todavía faltaban algunas horas para que se pusiese el sol y tuve que mover el coche para que no lo reconociesen. Iba a volver.
Abrí los ojos. Si Piscary tenía razón, sí volví.
—?Y no recuerdas nada después de eso?
Sacudí la cabeza.
—No hasta que me desperté en el sillón de Ivy. Estaba dolorida. Me dolía el pie. —Tenía el labio cortado por dentro.
Ford miró la mano con la que me estaba sujetando el antebrazo y yo la bajé. Hasta yo me estaba empezando a dar cuenta de que era mi subconsciente intentando decirme algo.
—Entonces no intentes recordar —dijo él, y me relajé un poco—. Piensa en tu pie. Te hiciste da?o y eso es difícil de olvidar por completo. ?A quién golpeaste?
Yo solté el aliento lentamente. Cerré los ojos y sentí que el pie me palpitaba. No a quién, sino el qué, pensé de repente. Tenía el pelo en la boca y me bloqueaba la visión, haciéndome chocar contra la arcada de la puerta en lugar de la manilla. La maldita puerta era tan estrecha… y no había sido culpa mía. Se había movido el suelo y me había hecho perder el equilibrio.
Sentí que mi rostro se quedaba sin expresión y abrí los ojos. Ford se había inclinado hacia delante, consciente de que había recordado algo, y sus ojos parecían pedir una respuesta. El amuleto que estaba entre ambos brilló con una mezcla de morado, negro y gris… ira y miedo. No recordaba lo que había ocurrido esa noche, pero solo había un lugar al que podría ir Kisten que tuviese puertas estrechas y donde se moviese el suelo.
—El barco de Kisten —dije poniéndome de pie—. Edden, conduces tú.
38.
Avanzamos por el suelo adoquinado, chocando con los baches provocados por las quitanieves y quitahielos del a?o pasado. Las carreteras secundarias del exterior de los Hollows no recibían mucha atención a medida que las ciudades crecían cada vez más y el campo se volvía más salvaje. Edden había llamado para pedir ayuda y pronto averiguamos que el barco de Kisten no estaba en Piscary's, pero un agente de la AFI recordaba ver un barco que coincidía con la descripción río abajo en un viejo muelle de almacenes.
Allí nos dirigimos, con las luces y las sirenas apagadas, atravesando a toda velocidad las afueras de los Hollows y más allá hasta llegar a los límites de los lugares a los que yo nunca iría después de anochecer. No es que el barrio fuese malo, sino que no había ningún barrio. No después de cuarenta a?os de abandono. Barrios enteros habían quedado sepultados y dejados al barbecho cuando los supervivientes de la Revelación huyeron a las ciudades. Y Cincy no había sido una excepción.
Los árboles formaban arcos por encima de nuestras cabezas y sabía que el río estaba cerca por la carretera tortuosa y los brillos plateados ocasionales del agua. Yo iba delante con Edden e Ivy iba en el asiento de atrás con Ford. Me sorprendió que quisiese venir, hasta que me di cuenta de que las palabras que había dicho antes eran para dar al traste con sus propias esperanzas de que Kisten siguiese con vida. O no muerto. O algo.
Jenks estaba con ella, afanándose en mantenerla distraída y tranquila. Pero no estaba funcionando, a juzgar por sus ojos negros y el creciente nerviosismo de Ford. Puede que no fuese una buena idea ponerlos juntos, pero yo tampoco quería sentarme junto a él.
—?Ahí! —exclamé, se?alando el perfil de un edificio de ladrillos abandonado que sobresalía detrás de unos árboles enormes y viejísimos. Ese tenía que ser el sitio. No habíamos visto nada aparte de terrenos vacíos rodeados por grandes árboles durante ochocientos metros. Intenté reprimir mi nerviosismo incluso mientras buscaba en mi interior si había estado allí antes. Nada se me hacía familiar. El cálido sol de la ma?ana brillaba sobre las hojas y el río a medida que fuimos reduciendo la velocidad y finalmente nos paramos en el camino atestado de maleza. El corazón me dio un vuelco al ver el barco de Kisten.