Por unos demonios más

La luz estaba eclipsada y no me giré cuando sentí a Edden y a Ford en la puerta.

 

—Yo hice esto —susurré, dejando caer la mano. Yo no lo recordaba, pero mi cuerpo sí, ya que el pie me latía y el pulso se me aceleraba. Miré el marco de la puerta destrozado. Lo había roto con el pie. Con la mirada desenfocada, me apoyé en el armario para mantener el equilibrio mientras me invadía el pánico al recordar. Recuerdo haber llorado. Recuerdo tener el pelo en la boca e intentar escapar. Me dolía tanto el brazo que no conseguía abrir la puerta, así que la había abierto de una patada. Cerré los ojos y volvía sentirlo todo. Imágenes diseminadas era lo único que quedaba de todo aquello. Había abierto la puerta de una patada para entrar y luego me había golpeado la parte de atrás de la cabeza con una pared.

 

Me toqué la nuca cuando empezó a palpitarme. Allí había alguien más. Y al notar el leve aroma desconocido a incienso vampírico que todavía flotaba en el aire, supe que tenía que ser el asesino de Kisten. Había ocurrido allí y yo había formado parte de ello.

 

—Yo hice esto —dije girándome hacia los dos hombres—. Recuerdo haber hecho esto.

 

Edden tenía el rostro tenso y sostenía una pistola con la que apuntaba hacia el techo. Ford estaba detrás de él, como el psiquiatra profesional que era, fuera de lugar y recopilando información sobre la que no quería oír su opinión.

 

El suave sonido de unas alas de libélula hizo que girase mi cara empapada en lágrimas para ver a Jenks, con sus alas brillantes bajo la luz que entraba por las ventanas bajas.

 

—Rache, será mejor que entres aquí.

 

Oh, Dios.

 

—?Ivy? —dije llamándola, y Edden se abrió paso en aquel espacio apretado.

 

—Ponte detrás de mí —dijo con cara de preocupación, y yo atravesé el marco roto antes que él, desesperada por encontrarla. O bien Kisten estaba muerto y no suponía amenaza, o bien estaba muerto y destrozado por el sol, o bien su asesino estaba todavía allí, o Ivy había encontrado a Kisten y me necesitaba.

 

La sala de estar estaba limpia y vacía, olía al agua y al sol que entraba por las ventanas abiertas. Con el pulso a cien por hora, seguí a Jenks al pasillo, pasamos junto al ba?o y nos dirigimos al dormitorio trasero. El ruido áspero de la respiración entrecortada de Ivy me hizo sentir un escalofrío e hice que Edden me soltara, pero me quedé de piedra al atravesar la puerta.

 

Ivy estaba sola y de pie de espaldas a la cómoda, con los brazos cruzados sobre la cintura y la cabeza inclinada. Delante de ella, en el suelo y tirado contra la cama, estaba Kisten.

 

Cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta. Me golpeó el dolor y me tambaleé hasta apoyarme en el marco de la puerta. Está muerto. Y no había sido fácil.

 

El taco en voz baja de Edden detrás de mí me hizo recuperar la consciencia. Cogí aire con dificultad.

 

—Tú, hijo de puta —susurré al aire—. Hijo de puta cabrón. —Había llegado demasiado tarde.

 

El cuerpo descalzo de Kisten estaba vestido con un par de vaqueros limpios y una camisa que nunca le había visto. Su cuerpo y su cuello habían sido ferozmente atacados y tenía los brazos y el torso rasgados, como si hubiese intentado defenderse. Sus ojos de color azul plateado me decían que había muerto siendo un no muerto, pero la sangre que había formado un charco junto a sus piernas y sus talones evidenciaba que no lo habían drenado, simplemente lo habían matado dos veces. Su pelo, en su día brillante, estaba manchado con sangre oscura y su sonrisa había desaparecido. Volví a tomar aire intentando mantenerme erguida, aunque la habitación estaba empezando a tambalearse.

 

—Lo siento, Rachel —dijo Edden en voz baja poniéndome una mano sobre el hombro en un gesto de consuelo—. Sé lo mucho que significaba para ti. Esto no ha sido culpa tuya.

 

Al decirme eso empezaron a caérseme las lágrimas, una a una.

 

—?Kisten? —dije con una voz ahogada, sin querer creerme que se había ido. Yo había estado allí. Había intentado mantenerlo con vida. Tenía que haber sido así. Pero no lo había conseguido y la culpa debió de ser la razón por la cual lo había olvidado.

 

Di un paso desesperado hacia él, deseando tirarme de rodillas y abrazarle.

 

—Lo siento, Kisten. —Entonces empecé a llorar—. Tuve que intentarlo. Tuve que hacerlo.

 

Desde detrás de mí, en el pasillo, Ford dijo:

 

—Lo intentaste.

 

Ivy y yo nos giramos. Parecía destrozado al estar sintiendo en su interior nuestros infiernos personales.

 

—Está en tus pensamientos —dijo, y yo estuve a punto de perderme, pero desistí y caí de rodillas delante de Kisten. Las lágrimas fluían sin freno mientras intentaba colocarle el cuello de la camisa para tapar el estrago que le habían hecho en el cuello.

 

—No me acuerdo —dije llorando desconsolada—. No me acuerdo de nada de esto. Dime qué pasó.

 

Ford tenía la voz tensa.

 

—No lo sé. Pero sientes culpabilidad y remordimientos. Hay odio, pero no es hacia él. Alguien te ha hecho olvidar.