Por unos demonios más

—No nos olvidamos —dijo, dándome un abrazo rápido—. Estuvimos distraídos. Feliz cumplea?os, Rachel.

 

Sinceramente no sabía qué decir. Keasley también llevaba puesto un som-brero y, cuando me vio mirarlo, se lo quitó. Los pixies, sin embargo, no se los quitaron y andaban volando como locos.

 

Miré la mesa de billar y me vinieron las lágrimas a los ojos. Después miré las caras de los que me rodeaban. Bajo sus sonrisas estaban rogándome, casi desesperadamente, que fingiese que todo era normal. Que la vida estaba volviendo a ser como debería. Que no echaba de menos a un gran trozo de mí misma. Que había una persona que debería estar allí y no estaba y que nunca volvería a estar.

 

Así que sonreí.

 

—?Vaya! —dije acercándome a coger el helado que Ivy había recogido del suelo—. ?Esto es genial! ?Y sí, me habéis sorprendido! —Dejé las bolsas de la compra contra el sofá y me quité el abrigo—. La verdad es que no me lo puedo creer. Gracias, chicos.

 

Ceri me dio un apretón en el antebrazo a modo de apoyo y luego su expresión se quedó en blanco.

 

—?Me olvidaba de la tarta! —exclamó abriendo como platos aquellos ojos verdes—. ?La dejé sobre mi mesa!

 

—?Hay tarta? —dije haciendo una mueca cuando Jenks encendió el aparato de música y empezó a sonar a todo volumen Personal Jesús de Marilyn Manson, justo antes de apagarlo. Debía de haberla hecho Ceri, porque habíamos tirado la vieja. No habría sido capaz de comérmela con Kisten en la morgue y, ahora que lo habían incinerado y estaba en la habitación de Ivy, no me sentía diferente. Pero esta noche estaban en juego los sentimientos de otras personas y me di cuenta de que iba a tener que comerme la tarta de Ceri o arriesgarme a herir sus sentimientos.

 

Jenks volvió volando hacia mí espantando a sus hijos para que se alejasen de la soda.

 

—?Claro que hay tarta! —dijo él bien fuerte, para ocultar la angustia de Ceri. No puede haber un cumplea?os sin una tarta—. Yo te ayudaré, Ceri.

 

La hermosa elfa sacudió la cabeza.

 

—Tú te quedas —dijo a medio camino de la puerta—. No es necesario que te marches. Iré a buscarla yo. Vuelvo en un momento. —De repente se detuvo y volvió sobre sus pasos sonriente y alegre—. Toma —dijo quitándose el som-brero y poniéndomelo a mí—. Ponte esto.

 

Ivy se rio por lo bajo y yo levanté el brazo para tocarme el sombrero.

 

—Gracias —dije, maldiciendo el miedo que tuve en un principio de herir sus sentimientos. Genial. Iba a comer tarta con un estúpido sombrero en la cabeza. Maldita sea, sería mejor que nadie tuviese una cámara.

 

Las manos oscuras y artríticas de Keasley cogieron las asas de la bolsa de la compra.

 

—Yo me ocuparé de esto. Tú diviértete —dijo apartándolas del sofá. Tras dudar, se giró e inclinó el cuerpo que un día fue alto para darme un beso paternal en la mejilla—. Feliz cumplea?os, Rachel. Ya eres toda una mujercita. Tu padre estaría orgulloso de ti.

 

Si estaban intentando animarme, lo estaban haciendo bastante mal.

 

—Gracias —dije, y sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta.

 

Me giré en busca de algo que hacer. Ivy estaba supervisando el reparto de soda de Jenks a sus hijos en copitas hechas con los tapones de plástico que se solían poner en los muebles de cartón prensado para tapar los agujeros. David me vio por el rabillo del ojo y vino hacia mí. Sus botas gastadas marrones asomaban por debajo de sus vaqueros azules y entonces se detuvo. No lo veía desde la noche en la que yo estaba en el suelo drogada mientras él le decía a Minias que tenía derecho por ley a tomar decisiones por mí. David me había salvado la vida tanto como Ceri.

 

—Feliz cumplea?os —dijo, aunque era evidente que quería decir algo más. Joder, un apretón de manos no era suficiente y, en una oleada de gratitud, lo atraje hacia mí y le di un abrazo. Sus brazos eran firmes y reales. Reconfortantes. El complicado aroma a hombre lobo invadió mis sentidos y cerré los ojos, sintiendo que mi pecho se hacía pesado al darme cuenta de las diferencias entre su abrazo y el de Kisten. Nunca volveré a abrazar a Kisten.

 

Apreté los dientes y me negué a llorar. No quería hablar de Kisten. Quería fingir que todo era normal. Pero tenía que decir algo, no podía dejar que David pensase que no le agradecía lo que había hecho.

 

—Gracias —dije con la boca pegada a su camisa—. Gracias por salvarme la vida.

 

—Ha sido un honor. —Su voz retumbó desde su interior y yo la sentí a través de su pecho, y entonces me abrazó con más seguridad, ahora que sabía que la profundidad de mis emociones procedían de la gratitud hacia él.

 

—Siento lo de Brett —dije desolada, y él me abrazó más fuerte.

 

—Yo también —dijo él, y sentí dolor en su voz, la pérdida de algo más que un compa?ero lobo, un posible amigo—. Quiero nombrarle miembro de nuestra manada a título póstumo.