Por unos demonios más

Quen cambió de postura y sus zapatos rozaron el suelo.

 

—Buenas noches, Jenks —dijo Quen con un nuevo toque de respeto en su voz—. Trabajar contigo ha sido muy instructivo.

 

—Eh, espera —le dije—. ?De dónde has sacado el dinero para esto?

 

Jenks sonrió.

 

—El alquiler hay que pagarlo el día uno, Rache. Ni el dos ni el tres ni el primer viernes de mes. Y espero que pagues para que la vuelvan a consagrar.

 

Quen bajó los escalones sin apenas hacer ruido. Ceri venía por el camino y los dos se cruzaron intercambiando palabras cuidadosas y recelosas. Ella llevaba un plato tapado en la mano; supuestamente la tarta. Cuando subió las escaleras, miró atrás y yo me moví para que pudiese entrar. Ivy, sin embargo, estaba demasiado pasmada para moverse.

 

—?Pujaste más alto que yo? —gritó Ivy, y Ceri pasó entre nosotras y entró en el santuario. Rex se apresuró a enredarse entre sus pies—. ?Eras tú contra quien pujaba? ?Pensaba que era mi madre!

 

El ruido de la puerta del coche de Quen al abrirse se perdió entre el susurro de la lluvia y Jenks todavía no me había contestado. Quen me miró por encima del coche antes de entrar y marcharse.

 

—?Maldito pixie! —grité—. ?Será mejor que empieces a hablar! ?De dónde has sacado el dinero?

 

—Er… hice una misión con Quen —dijo dubitativo.

 

El murmullo de las voces masculinas de Keasley y de David se hizo más fuerte y cerré la puerta a la noche oscura. Jenks dijo una ?misión?, no un ?trabajo?. Había una diferencia.

 

—?Qué tipo de misión? —pregunté con cautela.

 

Si había un pixie que pudiese revolotear con culpabilidad, ese era Jenks.

 

—Poca cosa —dijo, pasando como una flecha entre Ivy y yo para entrar al santuario—. Nada que no hubiese ocurrido de todas formas.

 

Yo entrecerré los ojos y lo seguí a la fiesta, dejando entretanto el sombrero de Ceri sobre el piano. Ivy venía detrás de mí.

 

—?Qué has hecho, Jenks?

 

—Nada que no hubiese pasado naturalmente —dijo lloriqueando, despidiendo chispas verdes sobre la mesa de billar—. Me gusta donde vivo —dijo mientras se posaba detrás del bolsillo lateral con su mejor pose de Peter Pan—. Vosotras dos sois demasiado raras para poner a mi familia en vuestras manos. Preguntadle a cualquiera de los que están aquí. ?Estarían de acuerdo conmigo!

 

Ivy resopló y le dio la espalda murmurando algo para sí, pero sabía que en el fondo estaba aliviada de que su nuevo casero no fuese su madre.

 

—?Qué has hecho, Jenks? —pregunté.

 

Ivy entrecerró los ojos al venirle algo de repente a la cabeza. Más rápido de lo que nunca pensé que fuese posible, cogió un taco de billar y golpeó con él la mesa a pocos centímetros de Jenks. El pixie salió despedido hacia arriba y casi se da contra el techo.

 

—?Sabandija! —exclamó, y Ceri agarró a Keasley y el pastel y se dirigió a la cocina—. El periódico dice que han liberado a Trent.

 

—?Qué? —Consternada, miré a Jenks, que estaba cerca del techo. Keasley se detuvo momentáneamente en el pasillo y luego continuó andando. David había apoyado la cabeza en las manos, pero creo que estaba intentando no reírse.

 

—Las huellas que sacaron de Brett y todo el papeleo se ha perdido —dijo Ivy golpeando una viga con el taco para hacer que Jenks se moviese a la siguiente—. Han levantado los cargos. ?Estúpido pixie! Asesinó a Brett. Rachel lo había pillado, ?y tú has ayudado a Quen a sacarlo?

 

—?Eh! —se quejó él posándose en mi hombro en busca de protección—. Tenía que hacer algo para salvar tu precioso culito, Rache. Trent estuvo a esto de acabar contigo —dijo con un tono alto y una voz exagerada—. Arrestarlo en su propia boda fue una estupidez, ?y lo sabes!

 

Mi ira se evaporó al recordar la expresión de Trent cuando se cerraron las esposas. Dios, qué bien me había sentido.

 

—Vale, te daré la razón en eso —dije intentando mirarlo sobre mi hombro—. Pero fue divertido. ?Viste la cara de Ellasbeth?

 

Jenks se rio y se inclinó de repente por la risa.

 

—Deberías haber visto la de su padre —dijo él—. Vaya, vaya, ese hombre estaba más cabreado que un papá pixie con ocho pares de hijas.

 

Ivy dejó el taco de billar sobre la mesa y se relajó.

 

—No lo recuerdo —dijo suavemente.

 

Su falta de memoria era perturbadora, e intentando ignorar que a mí me faltaban trozos de mi semana también, levanté la mirada cuando Ceri y Keasley volvieron a entrar con el pastel casi en llamas de tantas velas como le habían puesto.