Durante unos segundos se limitó a mirarme mientras revisaba sus pensamientos. Detrás de ella vi a Ford apoyar la cabeza en la mano, intentando no escuchar… pero joder, ese era su trabajo. Ivy tomó aire profundamente y todos sus músculos se ablandaron.
—Kisten —dijo por fin respirando. Cayó de rodillas para tocarle y entonces supe que me creía. Le tocó el pelo con sus manos y se echó a llorar.
El primer lamento fuerte fue para soltarse, y la orgullosa y estoica Ivy por fin se liberó. Unos sollozos atormentados y tremendos le hacían sacudir los hombros. Lágrimas por su muerte, sí, pero también por ella misma, y yo también sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas que se derramaron cuando me dejé caer a su lado para estar junto a la quietud fría de Kisten. él era la única persona que sabía hasta qué profundidad de depravación los había hundido Piscary, las cumbres del éxtasis. El poder abrumador que les había concedido y el terrible precio que se había cobrado por ello. El único que la había perdonado por lo que era, que comprendía quién quería ser. Se había ido y probablemente no habría nadie más que lo pudiese entender. Ni siquiera yo.
—Lo siento —susurré meciéndola mientras sus desgarrados sollozos rompían el silencio y permanecíamos sentadas en el suelo de la minúscula habitación en un afluente olvidado del río Ohio—. Sé lo que era para ti. Averiguaremos quién ha hecho esto. Lo averiguaremos y lo perseguiremos.
Y aun así, siguió llorando, como si su pena no tuviese fin.
Y la pena también se apoderó de mí, fría y dura, una pena definida por unos ojos azules brillantes y la sonrisa que tanto me gustaba y que no volvería a ver. Al tocar su mano con la mía me cayeron por la mejilla unas lágrimas saladas y amargas, lágrimas de aflicción, dolor y arrepentimiento por haberle fallado al final.
39.
Dos semanas más tarde.
Me metí el asa de la bolsa de tela en el brazo para poder abrir la puerta de la iglesia, mirando hacia arriba con los ojos entrecerrados al cartel de Encantamientos Vampíricos que brillaba con el agua. Ivy quería helado y, como no tenía tantas ganas como para salir a por él lloviendo, me había enga?ado para que lo hiciese yo. Habría hecho cualquier cosa para verla sonreír de nuevo. Habían sido dos semanas muy duras. Bueno, también necesitábamos comida para la gata y lavavajillas. Y tampoco nos quedaba café. Daba miedo ver que mi visita rápida a la tienda se había convertido en un viaje con tres bolsas.
La puerta de la iglesia crujió al abrirse y me metí dentro. Me apoyé contra la puerta cerrada para mantener el equilibrio y me quité los zapatos. Estaba oscuro, ya que la luna todavía no había salido y las nubes eran densas. Hice una pausa justo dentro del santuario y le di al interruptor de la luz con el codo. Nada.
—Me cago en todo —murmuré mientras lo golpeaba unas cuantas veces más solo por diversión—. ?Jenks! —grité—. ?Han vuelto a fundirse los plomos del santuario!
En realidad no esperaba una respuesta, pero ?dónde estaba Ivy? Tendría que haberse dado cuenta.
Moviendo las bolsas con torpeza, fui a la cocina. Di tres pasos y me paré en seco. Olía a vampiro desconocido. A muchos. Y había mucho humo. Y cerveza.
—Mierda —susurré sintiendo que me invadía la adrenalina.
—?Ahora! —gritó alguien, y las luces se encendieron de repente.
Asustada, dejé caer las bolsas y me puse en posición de lucha, cegada por el brillo repentino.
—?Sorpresa! —dijo un coro de voces desde la parte delantera de la iglesia, y yo me giré con el corazón en un pu?o—. ?Feliz cumplea?os!
Me quedé mirando con la boca abierta y los pu?os cerrados mientras el bote de medio litro de helado de chocolate con trocitos rodaba a los pies de Ivy. Estaba sonriendo, y me levanté poco a poco. Todavía se me salía el corazón por la boca y Jenks estaba haciendo tirabuzones en el aire que había entre ella y yo desprendiendo polvo dorado y brillante.
—?La hemos pillado! —gritaba, y lo que parecían ser todos sus hijos cogieron el estribillo, llenando el aire de color y sonido—. ?La hemos pillado desprevenida, Ivy! Mírala. ?No tenía ni idea!
Pasmada, busqué a tientas las bolsas. David, Keasley y Ceri estaban en el sofá e Ivy estaba de pie junto al interruptor de la luz que había en el otro extremo de la habitación. Todos estaban sonriendo y, como había dicho Jenks, me habían pillado desprevenida.
No había ningún vampiro aparte de Ivy, y la única bebida que pude ver fueron las tres botellas de dos litros de soda sobre la mesa del café. El olor a vampiro, cigarrillos y cerveza rancia venía de la mesa de billar destrozada que ahora ocupaba un lateral del santuario. No estaba allí cuando me había marchado. Al verla, sentí que se me cerraba la garganta. Había sido de Kisten.
—Pero mi cumplea?os fue el mes pasado —dije, todavía confusa. Ceri se acercó. Llevaba un sombrero de cono en la cabeza, pero de algún modo le daba un aspecto más digno del que cualquiera se podría esperar.