Miré al se?or Ray y a la se?ora Sarong, que estaban detrás de mí. Parecían ni?os planeando travesuras. No me iba a preocupar por eso ahora. Aquello terminaría pronto.
Por último, reuní valor y miré a Ivy. Sentí un miedo horrible. Estaba paralizada, inexpresiva y vacía. Ya la había visto así antes, pero nunca con tanta profundidad. Se había encerrado en sí misma. Preciosa con su elegante vestido gris y un sombrero de ala ancha, se parecía muchísimo a su madre, que estaba en el banco de atrás. Estaba sentada rígida entre Skimmer y Piscary. La rubia vampiresa viva me miró con celos; estaba claro que ahora formaba parte de la camarilla de Piscary a pesar del peque?o detalle de que la ciudad había dejado libre a Piscary gracias a Al, no por su pericia ante los tribunales. Tendría que creerme que Ivy estaría bien. No podía rescatarla. Tenía que salvarse ella misma.
Al ver mi dolor por el estado de Ivy, Piscary me sonrió, con socarronería y confianza en sí mismo. Me quedé sin aliento cuando mi cicatriz de vampiro me envió un cosquilleo por todo el cuerpo. Maldita sea, no había contado con eso. Cabreada, le dije moviendo los labios:
—Quiero hablar contigo.
Piscary inclinó la cabeza. Tenía un aspecto fabuloso con aquel traje auténtico de Egipto. Al parecer pensaba que quería hablar sobre Ivy, así que le tomó una mano y se la besó.
Yo me puse rígida al darme cuenta de que Trent me estaba mirando por el rabillo del ojo. En realidad toda la iglesia nos estaba prestando más atención a Piscary y a mí que a la pareja del altar. La mandíbula apretada de Ellasbeth indicaba que estaba cabreada.
—De Ivy no —le dije sin hablar—. Quiero tu protección. Para mí y para Kisten. Ya verás como vale la pena.
Piscary parecía confuso ante mi petición, pero asintió, inmerso en sus pensamientos. La sonrisa de diversión de Al se volvió agria y, detrás de Takata, el se?or Ray y la se?ora Sarong empezaron a hablar con voces apagadas que probablemente cualquier inframundano podría captar. La satisfacción de Skim-mer se convirtió en odio y Ellasbeth… Ellasbeth le estaba apretando tanto el brazo a Trent que probablemente le estaba cortando la circulación.
El tintineo de un teléfono estropeó el tono solemne de la perorata del sacerdote y yo abrí los ojos como platos. Venía de… ?de mí?
?Oh, Dios mío!, pensé, muerta de vergüenza mientras metía los dedos por el escote y rebuscaba. Era mi teléfono. ?Maldita sea, Jenks!, pensé mirando al techo mientras sonaba Nice Day for a White Wedding. Lo había puesto en vibración. Joder, ?lo había puesto para que vibrase!
Con la cara como un tomate, por fin conseguí apagar aquella cosa. Jenks se estaba riendo desde las ventanas superiores y Takata tenía la cara cubierta con las manos, evidentemente intentando no reírse. Se oyeron unas risitas disimuladas en toda la iglesia y, al ver el número que llamaba, sentí la adrenalina correr por mis venas.
—Disculpen —dije, realmente emocionada—. Lo siento muchísimo. Lo tenía para que vibrase. De verdad.
Takata se rio abiertamente y yo me puse colorada al recordar de dónde había sacado el teléfono.
—Ah, tengo que cogerlo —dije. Ellasbeth estaba furiosa y, cuando el sacerdote me hizo un gesto con amargura para que me fuese, lo abrí y le di la espalda a todo el mundo—. Hola —dije en voz baja, y mi voz hizo eco—. Estoy en la boda de Kalamack. Todo el mundo está escuchando. ?Qué tienes? —Mierda, ?podría volverse aún más rara la situación?
Un ruido estático me decía que Glenn todavía estaba en la carretera, y dijo:
—?Estás en su boda? Rachel, estás como una cabra.
Me di media vuelta y me encogí de hombros mirando al sacerdote.
—Lo siento —dije vocalizando pero sin hablar, pero por dentro estaba alborotadísima. Al menos Glenn había captado la indirecta de que había gente que podía oírlo y pronunciaría sus respuestas con cuidado.
—Tengo el papeleo —dijo Glenn, y sentí un subidón de tensión—. Puedes ponerte a trabajar.
Me apoyé sobre la otra pierna y sentí la silueta reconfortante de mi pistola de bolas, pero esperaba no necesitarla.
—Eh, Jenks no me dijo cuánto me ibas a pagar por esto.
—Por el amor de dios, Rachel, estoy en la autopista. ?Podemos hablar de eso más tarde?
—Más tarde no significa nada para mí —dije, y los allí congregados empezaron a revolverse en sus asientos.
Trent se aclaró la voz, impregnada con la ira de mil amaneceres del desierto, y yo lo miré. Detrás de él estaba Quen, que empezaba a sospechar. No iban a pagarme después de esta escenita y quería algo más que la satisfacción de arrestar a Trent.
—Quiero que tu departamento consagre de nuevo mi iglesia —dije, y la gente murmuró sorprendida. No había nada como airear tus trapos sucios ante la jet set de Cincinnati. Piscary, sobre todo, parecía interesado. Sería mejor que esto funcionase o ma?ana estaría muerta.