—Yo me ocuparé de él —dijo Jenks—. Podrías estropearte el peinado.
—Nah —dije yo, consciente de que el autobús estaba todavía detrás de mí, ahora inclinado porque todo el mundo estaba en un lado mirando—. Lo haré yo.
—?Esa es mi chica! —dijo él—. ?Te puedo dejar sola un segundo? Quiero echar un vistazo por los alrededores.
—Claro —dije yo, subiendo las escaleras con el vestido remangado.
Jenks se marchó zumbando y, cuando llegué al rellano que había antes de la puerta, me coloqué el vestido y sonreí al tío. Tenía la piel morena, como Quen, y me pregunté si sería uno de los ayudantes personales de los Withon.
—Lo siento, se?ora —dijo él con un ligero acento de surfero—. La boda ya ha empezado. Tendrá que esperar y unirse a los demás en la fiesta de recepción.
—Pues lo vas a sentir aún más si no te apartas de mi camino. —Me pareció una advertencia bastante apropiada, pero él vio el hermoso vestido y pensó que yo era un bicho raro. Vale, era un bicho raro, pero uno con botas de puntera.
Iba a esquivarlo y él me tocó el hombro. Oh, oh, gran error.
Jenks regresó justo en ese momento, chillando de alegría mientras yo me giraba, agarraba al guardia por la mu?eca y le daba un codazo en la nariz sin soltar el regalo en ningún momento.
—?Ay! ?Eso ha tenido que doler! —dijo el pixie mientras el hombre se tambaleaba de espaldas, con la mano sobre la nariz rota, los ojos llenos de lágrimas y encogido de dolor.
—Lo siento —dije. Me sacudí el vestido, me puse recta y entré por la puerta. Escuché a mis espaldas la escandalosa bocina del autobús. Al llegar al umbral de la puerta, me giré y los miré a todos, levanté el índice y el corazón haciendo el gesto de las orejas de conejo y les lancé unos besitos.
Pero el hombre no estaba inconsciente y tendría que moverme antes de que se acordase de hacer algo. Entré dejando atrás a los parásitos que había entre la puerta principal y la pila bautismal, que no pudieron resistirse a murmurar. Sentí un subidón de adrenalina al notar el olor a flores. La iglesia estaba ligeramente iluminada con velas y la voz suave del sacerdote en el altar creaba una sensación de confort. Parecía que acababa de empezar. Bien. Tenía que seguir con esto hasta que Glenn me llamase y no sabía cuándo ocurriría eso.
Una persona que estaba entada en la fila de atrás se dio la vuelta, iniciando una reacción en cadena lenta. Caminé con dificultad y respiré hondo. Había venido el alcalde y ?Takata? Oh, Dios, ?iba a arrestar a Trent delante de Takata? ?Quién dijo miedo escénico?
Como era de esperar, Piscary estaba en el banco principal con Ivy y Skimmer, y sentí un impulso de ira hacia él por regalar a Kisten a otra persona para que lo asesinase por puro placer. También estaba cabreada por el beneplácito de la SI para que se saliese con 1a suya. Pero necesitaba su ayuda y, por mucho que lo odiase, tendría que ser jodidamente políticamente correcta.
No podía mirar a Ivy. Todavía no. Pero reconocí la tensión de su cuerpo bajo un sombrero gris de ala ancha junto a Piscary. También estaba allí el padre de Ivy, y la que estaba a su lado tenía que ser su madre, que parecía una reina del hielo de Asia sentada junto al elegante y regio uniforme militar de él. El se?or Ray y la se?ora Sarong estaban sentados juntos, algo poco habitual, ya que se habían unido al faltar sus manadas habituales. Al estaba de pie con Trent y, al mirarme, sonrió, reflejando la típica expresión extra?a de Al en las marcadas facciones asiáticas de Lee. Quen estaba a su lado, con la cara inexpresiva. Le dijo algo a Trent para que le leyese los labios y Ellasbeth le dio un apretón en el brazo.
El lado de la novia estaba lleno de gente delgada y bronceada. Ellos no me habían escuchado llegar y estaban todos vestidos igual. Parecían extras de una película de Spielberg en un comedor de un estudio de Hollywood. Pensé que deberían tener más cuidado si no querían que se airease su secretito. Dios mío, todos me parecían iguales.
La perorata del sacerdote vaciló cuando el acomodador entró a trompicones por la puerta. Me di la vuelta y le lancé una mirada de advertencia y vi que tenía la mano sobre la nariz y un pa?uelo blanco manchado de sangre.
Piscary se giró lentamente, atraído por el olor de la sangre. Me sonrió con delicadeza, haciendo que mi propia sangre me quemase. Sabía que lo odiaba y le gustaba. El acomodador se quedó pálido al ver la mirada de Piscary y, cuando Quen le hizo un gesto para que se marchase, se apresuró a retirarse y a esconder la sangre.
—?Estás segura de esto, Rache? —dijo Jenks—. Siempre podrías retirarte y abrir una tienda de hechizos.
Pensé en Kisten y me invadió el miedo.