Por unos demonios más

Vale, aunque sabía que las botas no pegaban con el vestido, no iba a detener a Trent en tacones. De todas formas, nadie las vería. No sabía qué vestido había elegido Ellasbeth, pero no estaba dispuesta a ponerme aquella cosa verde horrorosa. ?Dios! Sería el hazmerreír de la SI. Además todavía me dolía el pie y llevar tacones habría sido una agonía.

 

Nerviosa, entorné los ojos, cegada por los faros de los coches. Casi habíamos llegado a la basílica y me estaba poniendo nerviosa. Llevaba la pistola de bolas en una funda para el muslo que Keasley me había regalado… A partir de ahora me costaría verlo como un anciano inofensivo. También llevaba energía entretejida en la cabeza. El paquete de regalo que llevaba sobre el regazo contenía el foco. Había ido a recogerlo a correos esa tarde como una entrega normal. No se lo iba a dar a Trent, pero era mejor que intentar meterlo en el bolso, que todavía estaba lleno de la basura acumulada durante la semana. Me pareció irónico haber utilizado el papel y el lazo perfectamente conservados en los que Ceri había envuelto mi regalo.

 

Levanté la mirada del suelo con ansiedad. Ceri había venido a verme tras enterarse de lo que iba a hacer y, aunque había fruncido los labios mostrando así su desaprobación, había ayudado a los pixies a hacerme una trenza en el pelo y a colocar las flores. Estaba preciosa. Excepto por las botas. Me había preguntado si necesitaba refuerzos y yo le dije que ese era trabajo para Jenks. La realidad era que no quería verlas a ella y a Ellasbeth en la misma habitación. Hay cosas que es mejor no hacer y punto.

 

No me preocupaba llevarme solo a Jenks como refuerzo en esta misión. Tenía la ley de mi parte y, en una sala llena de testigos, un Trent consciente de la publicidad que aquello le daría no iba a armar un escándalo. Después de todo, se presentaba a la reelección al a?o siguiente, que a su vez probablemente era la razón por la que se casaba. Si me mataba, sería un asunto privado. Al menos era lo que me decía a mí misma.

 

El autobús tomó una curva muy cerrada e hizo rechinar los frenos. La anciana que tenía enfrente estaba mirando el regalo y, cuando su mirada bajó hasta mis botas, crucé las rodillas para que el vestido me las cubriese. Jenks se rio por lo bajo y yo fruncí el ce?o.

 

Ya casi habíamos llegado y busqué en mi bolso las esposas, soportando las miradas mientras me levantaba el vestido y me las enganchaba en la pistolera del muslo, ajustando cuidadosamente la tira y volviendo a cubrirla con el vestido. Harían ruido cuando caminase, pero no importaba. Miré al chico guapo que había tres asientos más allá y él hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, como diciéndome que estaban bien escondidas.

 

Puse el móvil en modo de vibración y me dispuse a meterlo en un bolsillo, pero me di cuenta de que el vestido no tenía bolsillos. Suspiré, me lo metí en mi efímero escote y don Tres Asientos Más Allá levantó el pulgar. El plástico estaba frío y sentí un escalofrío cuando se deslizó demasiado hacia abajo. No podía esperar a que Glenn me llamase para darme la noticia de que tenía la orden en la mano. Había hablado con él hacía unas horas y me había hecho prometerle que no haría nada hasta entonces. Y hasta entonces sería la dama de honor perfecta vestida de encaje negro.

 

Se me formó una sonrisa en la comisura de los labios. Sí. Aquello iba a ser divertido.

 

Jenks se posó en el respaldo del asiento que tenía delante.

 

—Será mejor que te levantes —dijo—. Casi hemos llegado.

 

Entonces mi visión se aclaró y pude ver la estructura maciza de la catedral delante de mí; los focos la ba?aban con un hermoso brillo en medio de la niebla y también bajo una luna casi llena. Me invadió la tensión. Me colgué el bolso al hombro, apreté el regalo contra mí y me puse de pie.

 

El conductor me miró y se detuvo. Todo el autobús se quedó en silencio y, mientras me dirigía hacia la parte delantera, se me puso la piel de gallina al sentir todas aquellas miradas sobre mí.

 

—Gracias —murmuré cuando el conductor abrió la puerta, pero luego di un tirón hacia atrás al quedárseme enganchado el vestido en un tornillo que sobresalía de la barra para sujetarse.

 

—Se?ora —dijo el conductor mientras yo me afanaba por desengancharlo—, perdone que le pregunte, pero ?por qué va en autobús a una boda?

 

—Porque voy a arrestar al novio y no quería que la SI me parase por el camino —dije con sarcasmo, y luego bajé los escalones con Jenks despidiendo chispas doradas sobre mi pelo.

 

La puerta hizo un ruido sibilante al cerrarse, pero el autobús no se movió. Miré al conductor a través de la puerta y él me hizo un gesto para que pasase por delante del autobús. O bien era un caballero o quería verme entrar en la iglesia con mi hermoso vestido de dama de honor y mis botas de puntera.

 

Jenks se rio. Llené los pulmones con el aire húmedo, ignoré las caras pegadas a las ventanas, levanté el vestido para evitar que se manchase y crucé la calle de sentido único en medio de la niebla, reluciente con los focos del autobús.

 

Un acomodador esperaba en una piscina de luz húmeda; el chico grande y corpulento estaba situado en lo alto de las escaleras, delante de las puertas.