Al menos no voy a sentirme demasiado culpable por ello, pensé mientras la crema facial con factor alto de protección solar. Y, por supuesto, no iba a desperdiciarla. La familia de mi madre había venido de Irlanda mucho antes de la Revelación, y de ella había heredado el pelo rojo, los ojos verdes y la piel clara, que ahora estaba tan suave y tierna como la de un recién nacido. De mi padre heredé la altura, la constitución atlética y delgada y mi carácter. Y de ambos recibí una extra?a condición genética que me habría matado antes de mi primer cumplea?os si el padre de Trent no hubiese violado la ley y lo hubiese arreglado en su laboratorio genético ilegal.
Nuestros padres habían sido amigos antes de morir con una semana de diferencia bajo circunstancias sospechosas. Al menos para mí lo eran. Y esa era la razón por la que desconfiaba de Trent, como si ser un capo de la droga, un asesino y un asqueroso experto en manipularme no fuesen motivos suficientes.
De repente, me abrumó la falta de mi padre. Revolví el armario que había detrás del espejo hasta que encontré el anillo de madera que me había regalado al cumplir trece a?os. Fue lo último que compartimos antes de que muriese. Lo miré mientras lo sostenía en la palma de la mano. Era peque?o y perfecto. Sin pensarlo, me lo puse. No me lo había puesto desde que se había roto el hechizo que en su día contenía para ocultar mis pecas, y no lo había necesitado desde que lancé aquel hechizo demoníaco. Pero lo echaba de menos y después de que me atacase un demonio aquella ma?ana, me vendría bien algo de seguridad emocional. Sonreí al verlo alrededor del me?ique y me sentí mejor. El anillo había venido con una restitución del hechizo de por vida y yo tenía una cita todos los a?os el cuarto viernes de julio. Quizá pudiese llevar a la se?ora a tomar café en vez de eso. Quizá podría pedirle cambiarlo por un hechizo de bronceador con protector solar, si es que existía algo así.
La aglomeración de las voces masculina y femenina de la cocina se hizo evidente mientras me envolvía la cabeza con una toalla.
—?Ya ha llegado? —dije refunfu?ando mientras buscaba en la secadora un conjunto de ropa interior, unos vaqueros y una camiseta roja. Me los puse, me eché un poco de perfume detrás de las orejas para intentar evitar que se mezclase mi olor con el de Ivy, me peiné el pelo hacia atrás con los dedos y salí.
Pero no era un hombre de Dios lo que encontré en aquella cocina llena de ni?os de pixie, era Glenn.
3.
—Hola, Glenn —dije, mientras me sentaba descalza en mi silla—. ?Quién te está dando por culo hoy?
El alto detective de la AFI, que se sentía claramente incómodo, llevaba puesto un traje que no presagiaba nada bueno. Tenía encima a todos los ni?os de Jenks, lo cual era muy extra?o. Ivy lo estaba mirando desde su ordenador, lo cual era ligeramente preocupante. Pero teniendo en cuenta que la primera vez que lo vio casi le muerde de lo enfadada que estaba y él casi le dispara, supongo que la cosa no estaba tan mal.
Jenks batió las alas y sus hijos se dispersaron, metiéndose en medio de mi estante de suministros para hechizos y hierbas, y formando un remolino de seda y chillidos que me resonó en la cuenca de los ojos, antes de dirigirse al vestíbulo y, probablemente, salir por la chimenea del salón. No lo había visto en el alféizar hasta ahora. Estaba de pie junto a los monos de mar que tenía como mascotas. ?Cómo puede tener un pixie más mascotas que yo?
Esbocé una sonrisa cansada desde el otro lado de la mesa, intentando compensar la actitud estelar de mi compa?era de piso. Entre ambos había una bandeja de cartón con dos tazas de té humeantes, y la cálida brisa que entraba desde el jardín traía con ella el aroma celestial del café recién hecho. Me moría por tomarme uno.
Los dedos de Ivy golpeaban el teclado agresivamente mientras borraba el correo basura.
—El detective Glenn ya se iba, ?verdad?
El hombre alto apretó la mandíbula y guardó silencio. Desde la última vez que lo había visto se había deshecho de la perilla y del bigote y los había sustituido por aros en las orejas. Me preguntaba qué pensaría su padre de aquello pero, personalmente, a mí me parecía que le daban un toque a su imagen perfecta y cuidadosamente pensada de agente de la ley joven y competente.
Su traje seguía siendo prefabricado, pero encajaba en su agraciado físico como si se lo hubiesen hecho a medida. Las puntas de sus zapatos de vestir, que sobresalían por debajo del pantalón, los hacían parecer lo suficientemente cómodos como para correr si fuese necesario. Su cuerpo esbelto parecía prepa-rado para hacerlo, con aquel pecho ancho y su estrecha cintura. Llevaba en el cinturón una funda de la que sobresalía la culata de una pistola, lo que le daba un agradable toque peligroso.
Y no es que esté buscando un novio nuevo, pensé. Yo tenía un novio fantástico, Kisten, y Glenn no estaba interesado en mí, aunque estoy segura de que ?si probase una hechicera, ya no se iría con cualquiera?. Además, como sabía que su falta de interés no radicaba en prejuicios, no me importaba.
Exhalé. Me temblaban los dedos del cansancio. Dirigí mi mirada a sus ojos marrones, inexpresivos y llenos de preocupación y molestia, y luego al café.
—?Por casualidad alguno de esos es para mí? —pregunté y, al ver que asentía, cogí uno mientras decía—: Que la Revelación te bendiga.