Por unos demonios más

Yo me encogí de hombros y dije:

 

—Vale la pena intentarlo, pero lo único que hice fue decirle dónde estaba Newt.

 

Entonces oímos la voz de Ivy procedente de la cocina, cada vez más irritada.

 

—Es el número 1597 de la calle Oakstaff. Sí. —Hubo una duda y luego—: ?De verdad? No sabía que guardasen ese tipo de registros. Me habría gustado que alguien nos hubiese dicho que éramos un refugio municipal paranormal. ?No deberíamos recibir una deducción fiscal o algo por eso? —Su voz mostraba ahora desconfianza, y me preguntaba qué estaría ocurriendo.

 

Jenks se posó en el borde del cubo y limpió una parte para sentarse antes de colocarse con sus alas de libélula inmóviles y parecer una telara?a. La fregona no servía, tendría que frotar. Solté un suspiro, me puse de rodillas y busqué el cepillo en el fondo del cubo.

 

—No, estaba consagrada —continuó Ivy, elevando la voz, que ahora se oía claramente por encima del ruido de las cerdas—. Ya no lo está. —Hizo una ligera pausa y a?adió—: Hemos tenido un incidente. —Otra duda, y luego dijo—: Hemos tenido un incidente. ?Cuánto cuesta rehacer toda la iglesia?

 

Se me encogió el estómago cuando a?adió suavemente:

 

—?Cuánto solo por los dormitorios?

 

Miré a Jenks y empecé a sentirme culpable. Quizá podríamos hacer que la ciudad sufragase el gasto si nos volviésemos a inscribir como refugio municipal. No podíamos pedirle al propietario que lo arreglase. Piscary era el due?o de la iglesia y, aunque Ivy había dejado de fingir que le pagaba el alquiler a su vampiro maestro, éramos responsables de los gastos de mantenimiento. Era como vivir en casa de tus padres sin pagar el alquiler cuando están en unas largas vacaciones… aunque en este caso las vacaciones eran en la cárcel, gracias a mí. Era una historia fea, pero al menos no lo había matado… para siempre.

 

A pesar del ruido que estaba haciendo con el cepillo, pude escuchar el suspiro de Ivy.

 

—?Pueden marcharse de aquí antes de hoy por la noche? —preguntó, haciéndome sentir ligeramente mejor.

 

No escuché la respuesta a su pregunta, pero ya no hubo más conversación y me centré en frotar las manchas, moviendo la mano en el sentido de las agujas del reloj. Jenks observó durante un momento desde el borde del cubo y luego dijo:

 

—Pareces una estrella porno así fregando a cuatro patas en ropa interior. Dale, nena —dijo gimiendo—. ?Dale!

 

Levanté la mirada y me lo encontré haciendo movimientos obscenos. ?No tendrá nada mejor que hacer? Pero sabía que estaba intentando animarme… al menos eso era lo que me decía a mí misma.

 

Cuando sus alas se pusieron rojas de tanto reírse me cerré la bata y me senté sobre los talones antes de quitarme un mechón largo de delante la cara. Intentar darle un golpe no serviría de nada…, se había vuelto increíblemente rápido desde que estuvo una temporada bajo la maldición de un demonio que lo había convertido al tama?o de una persona. Y darle la espalda sería peor.

 

—?Te importaría ordenarme el escritorio? —le pregunté con un ligero tono de enfado en la voz—. Tu gata me ha tirado los papeles.

 

—Por supuesto —dijo, y salió volando. De inmediato sentí que me bajaba la tensión.

 

Luego se entrometieron los delicados pasos de Ivy, y Jenks se puso a despotricarle cuando recogió los papeles del suelo y los puso sobre el escritorio con él. Diciéndole amablemente que se metiese una babosa por el culo, pasó por mi lado en dirección al piano con un pulverizador en una mano y un pa?o de gamuza en el otro.

 

—Va a venir alguien esta ma?ana —dijo, mientras se ponía a limpiar la sangre de Ceri de la madera barnizada. La sangre que no estaba fresca no hacía saltar ninguna alarma en los vampiros vivos, aunque tampoco valía la pena arriesgarse—. Van a hacernos un presupuesto y, si la comprobación de nuestro crédito es correcta, se ocuparán de toda la iglesia. ?Quieres pagar otros cinco mil para asegurarla?

 

?Cinco mil para asegurarla? Maldita sea. ?Cuánto va a costar todo esto? Incómoda, volví a ponerme de rodillas y mojé el cepillo. Se me escurrió la manga que llevaba recogida y en un momento se me empapó. Entonces Jenks gritó desde mi escritorio:

 

—Adelante, Rache. Aquí dice que has ganado un millón de dólares.

 

Me di la vuelta y lo vi moviendo a pulso mi correo. Irritada, solté el cepillo y me exprimí el agua de la bata.

 

—?Podemos averiguar primero cuánto va a costar? —pregunté, y ella asintió mientras aplicaba una gruesa capa de aquello que llevaba en el vaporizador sin etiqueta. Se evaporó rápido y ella frotó hasta hacerlo brillar.