Por unos demonios más

Cansada, me recosté en la silla y sentí el peso insano de la ma?ana caer sobre mí. La mujer de Jenks, Matalina, había sacado a los ni?os de la sala de estar y el ruido que hacían en el jardín entraba en el edificio con la brisa ma?anera.

 

—Ceri dijo que si Newt no se presenta en las próximas tres semanas, probablemente ya se habrá olvidado de nosotros —dije bostezando—. Pero aun así quiero volver a consagrar la iglesia. —Me miré el esmalte de u?as descon-chado con consternación—. Minias le lanzó un encantamiento de olvido, pero el demonio está como una cabra. Y aparece sin que lo invoquen.

 

Ivy dejó de hablar por teléfono y, tras intercambiar una mirada con Jenks, colgó sin decir adiós.

 

—?Quién es Minias?

 

—El familiar de Newt. —Le dediqué una leve sonrisa para suavizar la brevedad de mi respuesta.

 

A veces Ivy era como un exnovio. Joder, se comportaba como tal la mayor parte del tiempo, ya que sus instintos vampíricos luchaban con su razón. Yo no era su sombra, es decir, su fuente de sangre, pero vivir con ella desdibujaba los límites entre lo que ella sabía y cómo le decían sus instintos que debería sentirse.

 

Ivy permanecía en silencio y estaba claro que sabía que no lo había contado todo. No quería hablar de ello porque todavía tenía el miedo a flor de piel, literalmente. Apestaba a siempre jamás y lo único que quería era limpiarme y meterme debajo de una manta durante los próximos tres días. Haber tenido a Newt en la cabeza me puso la piel de gallina, aunque hubiese recuperado el control casi de inmediato.

 

Ivy respiró profundamente para presionarme y que le contase más, pero Jenks la disuadió lanzándole una advertencia con sus alas. Contaría toda la historia, pero no ahora. Mi presión sanguínea se relajó con la demostración de apoyo de Jenks y, tras ponerme de pie, fui a la despensa a buscar el cubo y la fregona. Si íbamos a recibir a una persona sagrada en nuestra iglesia, quería borrar los círculos de sangre. De verdad…

 

—Llevas despierta desde ayer a mediodía. Yo me ocuparé de eso —protestó Ivy, pero la falta de sue?o me había puesto de mal humor, así que dejé caer el cubo en el fregadero, batí la puerta de la alacena al sacar el desinfectante y metí de un golpe el cepillo en él.

 

—Tú llevas despierta tanto tiempo como yo —dije con voz fuerte, para que se me escuchase por encima del ruido del chorro de agua—. Y te estás encargando de quién va a bendecir el suelo. Cuanto antes hagan eso, mejor dormiré. —Algo que estaba haciendo yo hasta que me interrumpiste, pensé con sarcasmo mientras me quitaba la pulsera metálica que Kisten me había regalado y la ponía alrededor de la base de la pecera del se?or Pez. El oro negro de la cadena y los amuletos mundanos brillaron y me pregunté si debería aprovechar para intentar lanzarles un hechizo de línea luminosa o dejarlos como lo que eran, un bonito complemento.

 

El intenso aroma a naranja me subió por la nariz y cerré el grifo. Con mi espalda protestando, puse el cubo sobre el borde de la encimera y derramé un poco de líquido. Pasé torpemente la fregona sobre las gotas y me dirigí hacia fuera, haciendo crujir el suelo con mis pasos.

 

—No es para tanto, Ivy —dije—. Son cinco minutos.

 

Me siguió el traqueteo de las alas de un pixie.

 

—?El familiar de Newt no es un demonio? —me preguntó Jenks al aterrizar sobre mi hombro.

 

De acuerdo, quizá no había sido una demostración de apoyo, sino que simplemente quería tantear qué información darle a Ivy. Se preocupaba mucho, y lo último que quería era hacerle pensar que no podía salir a por carne enlatada sin que ella lo protegiese. él sabía juzgar mejor su humor que yo, así que dejé el cubo junto a los círculos y susurré:

 

—Sí, pero es más bien un cuidador.

 

—Por la puta de Disney, Campanilla —dijo, haciendo una broma fácil con su tristemente célebre pariente. Yo metí la fregona unas cuantas veces en el cubo antes de sacarle el exceso de agua—. No me digas que tienes otra marca demoníaca.

 

Se marchó de mi hombro cuando empecé a pasar la fregona por el suelo. Al parecer aquel bamboleo le parecía demasiado.

 

—No pertenezco a nadie —dije con nerviosismo, y Jenks abrió la boca de par en par—. Voy a ver si me puede sacar la marca de Al a cambio. O quizá la de Newt.

 

Jenks revoloteó delante de mí y yo me puse recta. Estaba cansada y me apoyé en la fregona. Tenía los ojos como platos y me miraba con incredulidad. El pixie tenía esposa y demasiados hijos viviendo en un tocón en el jardín. Era un hombre de familia, pero tenía la cara y el cuerpo de alguien de dieciocho a?os muy sexi con alas, chispas y un pelucón de pelo rubio que necesitaba un arreglo. Su esposa, Matalina, era una pixie muy feliz y lo vestía con ropa ajustada que llamaba la atención a pesar de su diminuto tama?o. El hecho de que estuviese llegando al final de su ciclo vital era algo que nos atormentaba a Ivy y a mí. Era algo más que un socio inquebrantable hábil en detección, infiltración y seguri-dad… era nuestro amigo.

 

—?Crees que el demonio hará eso? —dijo Jenks—. Joder, Rache, ?eso sería genial!