—No.
Con un solo movimiento, cogí todos los papeles del escritorio y los metí en el cajón superior. Jenks aterrizó en la superficie, detuvo sus alas cuando se apoyó en el lapicero y cruzó los tobillos y los brazos, lo que le daba un aspecto sorprendentemente seductor para ser un hombre de dos centímetros y medio.
—?Por qué no? —dijo en tono acusador—. ?Crees que te va a matar?
Y dale, dije para mí.
—Porque ya le he salvado su maldito culo de elfo una vez —dije—. Si lo haces una vez es un error. Si lo haces dos ya no es un error.
Cubo y fregona en mano, Ivy se marchó riéndose por lo bajo.
—Dice que se ruega contestación ma?ana como muy tarde —dijo Jenks para pincharme—. El ensayo es el viernes. Estás invitada.
—Lo sé. —También era mi cumplea?os y no iba a pasarlo con Trent.
Enfadada, seguí a Ivy hasta la cocina.
Jenks me adelantó volando de espaldas y fue delante de mí por el pasillo. Ya entraban algunos rayos de sol por la ventana del salón.
—Tengo dos razones por las que deberías hacerlo —dijo—. Una, que le tocará las pelotas a Ellasbeth y, dos, que podrías cobrarle lo suficiente como para volver a consagrar la iglesia.
Caminé más despacio e intenté borrar aquella horrible mirada de mi rostro. Aquello no era justo. Junto al fregadero, Ivy frunció el ce?o. Era evidente que pensaba lo mismo.
—Jenks…
—Solo estoy diciendo…
—No va a trabajar para Kalamack —dijo Ivy con tono amenazante, y esta vez Jenks cerró la boca.
Me quedé parada en la cocina, sin saber por qué estaba allí.
—Me voy a dar una ducha —dije.
—Vete —dijo Ivy, mientras lavaba meticulosa e innecesariamente el cubo con agua y jabón antes de recogerlo—. Yo esperaré al hombre que va a venir a darnos el presupuesto.
Aquello no me gustaba. Probablemente falsificaría el presupuesto a sabiendas de que sus bolsillos eran más profundos que los míos. Me había dicho que estaba sin blanca, pero estar sin blanca para el último miembro con vida de los vampiros de Tamwood no era lo mismo que para mí, ya que tenía bastante más de seis cifras en su cuenta bancaria. Si quería algo, lo conseguía. Pero yo estaba demasiado cansada como para llevarle la contraria.
—Te debo una —le dije mientras cogía el té helado que Ceri me había preparado y me marchaba.
—Dios, Jenks —estaba diciendo Ivy mientras yo evitaba la habitación con mi ropa destrozada y me dirigía directamente al ba?o—. Lo último que necesita es trabajar para Kalamack.
—Yo pensé… —dijo el pixie.
—No, tú no piensas —lo acusó Ivy—. Trent no es ningún pelele rico y mariquita, está hambriento de poder. Es un capo de la droga asesino al que le queda muy bien el traje. ?No crees que podría tener alguna razón para invitarla a que se ocupe de la seguridad aparte de su bienestar?
—No pensaba dejarla ir sola —protestó él, y yo cerré la puerta. Mientras bebía a sorbos el té agrio, metí el pijama en la lavadora y encendí la ducha para no escucharlos. A veces me sentía como si pensasen que no podía escucharlos porque no era capaz de oír el eructo de un pixie al otro lado del cementerio. Sí, un día hicieron un concurso y ganó Jenks.
El calor del agua era reconfortante y, después de que el intenso aroma a jabón de pino eliminase el asfixiante olor a ámbar quemado, salí de la ducha sintiéndome fresca y casi despierta. Envuelta en una toalla morada, limpié el vaho del largo espejo y me acerqué para ver si me había salido alguna peca nueva. No, todavía no. Abrí la boca y comprobé mis hermosos y prístinos dientes. Era agradable no tener ningún empaste.
Puede que hubiese cubierto mi alma de oscuridad al lanzar una maldi-ción demoníaca para convertirme en una loba la primavera pasada, pero no iba a sentirme culpable por la piel lisa y hermosa que tenía cuando volví a convertirme. El da?o acumulado de veinticinco a?os de existencia había desaparecido y, si no encontraba una forma de zafarme antes de morir de la mácula demoníaca resultante de lanzar la maldición, pagaría por ello ardiendo en el infierno.