Por unos demonios más

—Toma —dijo colocando la botella en el suelo junto al cubo—. Esto eliminará la… —Y entonces se detuvo—. Tú limpia el suelo con eso —a?adió, y yo arqueé las cejas.

 

—Vale. —Volví a inclinarme sobre el suelo y dudé ante el círculo que Ceri había dibujado para invocar a Minias, pero luego lo hice desaparecer. Ceri podría ayudarme a hacer otro y no quería tener círculos demoníacos de sangre en mi iglesia.

 

—Eh, Ivy —dijo Jenks—. ?Quieres guardar esto?

 

Ella se giró y se puso en movimiento y yo me di la vuelta para no perderla de vista. Jenks tenía un cupón para una pizza y yo me reí. Vale. Como si se plantease pedir en otro sitio que no fuese Piscary's.

 

—?Qué más tiene aquí? —dijo Ivy mientras lo tiraba. Les di la espalda a sabiendas de que el desorden que había en mi escritorio volvería loca a Ivy. Probablemente aprovecharía la oportunidad para ordenarlo. Dios, nunca sería capaz de encontrar nada.

 

—Club Hechizo del mes… para tirar —dijo Jenks, y lo oí caer en la papelera—. Ejemplar gratis de Semanal de la bruja… para tirar. Comproba-ción de crédito… para tirar. Joder, Rachel, ?tú no tiras nada?

 

Lo ignoré. Solo me quedaba un peque?o arco para terminar. Pon cera, quita cera. Ya me dolía el brazo.

 

—El zoo quiere saber si quieres renovar tu pase para horas de poca afluencia.

 

—?Guarda eso! —dije.

 

Jenks soltó un silbido suave y largo y me pregunté qué habrían encontrado ahora.

 

—?Una invitación para la boda de Ellasbeth Withon? —preguntó Ivy pronunciando lentamente cada palabra.

 

Vaya, sí. Se me había olvidado.

 

—?Por las bragas de Campanilla! —exclamó Jenks, y yo me senté sobre los talones—. ?Rachel! —gritó mientras revoloteaba sobre la invitación, que probablemente había costado más que mi última cena fuera—. ?Cuándo recibiste una invitación de Trent? ?Para su boda?

 

—No me acuerdo. —Mojé el cepillo en el cubo y volví a empezar, pero el ruido del hilo de lino al rozar el papel hizo que me volviese a levantar—. ? Eh! —protesté mientras me secaba las manos en la bata para deshacer el nudo—. No puedes hacer eso. Es ilegal abrir la correspondencia que no va dirigida a uno.

 

Jenks había aterrizado sobre el hombro de Ivy y los dos me estaban mirando fijamente por encima de la invitación que ella tenía en la mano.

 

—El sello estaba roto —dijo Ivy, tirando al suelo el estúpido papel de seda que había vuelto a colocar cuidadosamente en su sitio.

 

Trent Kalamack era el azote de mi existencia, uno de los concejales más queridos de Cincinnati y el soltero más cotizado del hemisferio norte. A nadie parecía importarle que dirigiese la mitad del inframundo de la ciudad y que se ocupase de una parte importante del tráfico de azufre de todo el mundo. Por no hablar de sus negocios penados con la muerte relacionados con la manipulación genética y medicamentos considerados ilegales. Que yo estuviese viva gracias a ellos era una de las razones por las que guardaba silencio sobre todo aquello. Como a todo el mundo, a mí no me gustaba la Antártida, y allí es donde acabaría si aquello salía a la luz. Bueno, si es que no me mataban sin más, me quemaban y enviaban mis cenizas al sol.

 

De repente el hecho de que un demonio destrozase mi sala de estar no me pareció tan malo.

 

—?Joder! —volvió a exclamar Jenks—. ?Ellasbeth quiere que seas su dama de honor?

 

Me cerré la bata de un tirón, atravesé el santuario y le quité a Ivy la invitación de la mano.

 

—No es una invitación, es una solicitud mal redactada para que me ocupe de la seguridad. Esa mujer me odia. Mira, ni siquiera la ha firmado. Apuesto a que ni siquiera sabe que me la han enviado.

 

La sacudí en el aire, la metí en un cajón y lo cerré con fuerza. La prometida de Trent era una bruja en todos los sentidos menos en el literal. Era delgada, elegante, rica y mordazmente educada. Nos habíamos llevado muy bien la noche que desayunamos juntos, solo ella, yo y Trent atrapado entre las dos. Por supuesto, parte de aquello podría ser por haberle dejado que creyese que Trent y yo habíamos sido novios en la infancia. Pero fue ella la que decidió que yo era una cortesana. Maldito anuncio de las Páginas Amarillas.

 

Ivy tenía una expresión desconfiada. Sabía que era mejor no presionarme cuando se trataba de Trent, pero Jenks no dejaba el tema.

 

—Sí, pero piénsalo, Rache. Va a ser una fiesta de la leche. Lo mejorcito de Cincinnati estará allí. Uno nunca sabe quién puede aparecer.

 

Levanté una planta y le pasé la mano por debajo… Era mi versión de quitarle el polvo.

 

—Gente que quiera matar a Trent —dije en voz baja—. Me gusta divertirme, pero no estoy loca.

 

Ivy movió el cubo y la fregona hasta una parte seca del suelo y echó una gruesa capa de aquel líquido sin etiqueta.

 

—?Vas a hacerlo? —preguntó, como si no le hubiese dicho ya que no.