él levantó y bajó la cabeza una vez, haciéndome burla, y entonces me fijé en sus ojos. El rojo era tan oscuro que parecía marrón y su característica pupila horizontal demoníaca me hizo pararme y pensar.
—Tu sangre avivó lo maldición —dijo, y sus ojos rojos de cabra se dirigieron al círculo de sangre que había a mi lado—. Me dijo que te empujó a través de las líneas el invierno pasado. —Me miró de arriba abajo, evaluándome.— No me extra?a que Al esté interesado en ti. ?Tienes algo que pueda haberla atraído?
—?Además del favor que le debo? —dije con voz temblorosa—. No lo creo.
Miró el elaborado círculo que Ceri había dibujado para que yo pudiese contactar con él.
—Si se te ocurre algo, llámame. Me haré cargo del desequilibrio. No quiero que vuelva aquí.
Ceri me apretó el brazo, Si, yo tampoco, pensé.
—Quédate aquí —dijo mientras se daba la vuelta—. Volveré para arreglar cuentas.
Alarmada, le tire de la mano a Ceri.
—Eh, espera, demonio. Yo no te debo nada.
Cuando se giró pude ver que tenía las cejas levantadas con un gesto de burla.
—Te lo debo yo, idiota. Casi ha amanecido. Tengo que salir de aquí. Volveré cuando pueda.
Ceri tenía los ojos como platos. No se me ocurrió que fuese algo bueno que un demonio me debiese un favor.
—Eh —dije mientras daba un paso hacía adelante—. No quiero que aparezcas sin más. Es de mala educación. Y además acojona.
Minias parecía impaciente por marcharse mientras se colocaba la túnica.
—Sí, lo sé ?Por qué crees que los demonios intentan matar a quienes los invocan? Estás verde, eres poco inteligente y utilizas arpías maleducadas y torpes que nos piden que crucemos las líneas y que nos hagamos responsables de las consecuencias.
Me calenté, pero antes de que pudiese decirle que se pirase, él dijo:
—Te llamaré yo primero, Tú te llevas el desequilibrio por eso, ya que lo has pedido.
Miré a Ceri para pedirle consejo, y ella asintió. La garantía de que no aparecería mientras me estuviese duchando ya valía la pena.
—Trato hecho —dije yo escondiendo la mano para que no me la agarrase. Newt estaba detrás de él y me miró con la frente arrugada. Minias caminó con pasos silenciosos hacia ella para agarrarla por el codo de manera posesiva y sus ojos preocupados se dirigieron a los míos. Levanté la cabeza para mirar detrás de Ceri y de mí y abrir la puerta; entonces escuché el ruido de una moto entrando en la marquesina del aparcamiento. Desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
Me desplomé aliviada, Ceri se apoyó en el piano y al hacerlo lo manchó de sangre con los antebrazos. Empezaron a temblarle los hombros y yo le puse una mano sobre uno de ellos, aunque solo me apetecía hacer lo mismo. Escuchamos fuera e1 silencio repentino de la moto de Ivy al apagarse. Y luego sus característicos pasos sobre el caminito de cemento.
—Entonces el de la tienda le dice al pixie: ??Qué número tiene usted de pie?? —dijo Jenks, batiendo las alas—. Y el pixie le responde: ?El mismo que sentado?. —Jenks se rio. El tintineo de su risa era como el de las campanillas de viento—. ?Lo pillas, Ivy? ??De pie?? ??Sentado??
—Sí, lo pillo —murmuró ella, acelerando el paso mientras subía los escalones de cemento—. Muy bueno, Jenks. Oye, la puerta está abierta.
Al entrar eclipsaron la luz que entraba en 1a iglesia y Ceri se levantó y se limpió la cara, manchándola de sangre, lágrimas y de tierra del jardín. Tanto yo como la iglesia apestábamos a ámbar quemado y me pregunté si alguna vez me volverla a sentirme limpia. Nos pusimos de pie juntas, entumecidas, mientras Ivy se detenía justo en el vestíbulo. Jenks planeó durante tres segundos y luego, mientras soltaba tantos tacos como chispas, salió disparado en busca de su mujer y de sus hijos.
Ivy se llevó una mano a la cadera ladeada e intentó asimilar la escena: los tres…, no los cuatro círculos dibujados con sangre, yo en pijama y Ceri llorando en silencio y agarrando su crucifijo con la mano manchada de sangre pegajosa y medio seca.
—Por el amor de Dios, ?qué habéis hecho ahora?
Mientras me preguntaba si volvería a dormir alguna vez, miré a Ceri y dije:
—No tengo ni idea.
2.