Por unos demonios más

Inclinándose hacia ella, como si estuviese preocupado, le preguntó con suavidad:

 

—?Por qué has venido aquí?

 

Ella permanecía en silencio y por fin, dijo:

 

—No me acuerdo —lo dijo agitada, con una voz suave y amenazante, y la única razón por la que la creí fue porque era evidente que lo había olvidado ya antes de que apareciese Minias.

 

Minias dejó a un lado su cólera. Me sentí como si estuviese presenciando un acontecimiento común pero que raras veces se ve y esperaba que no nos llevasen con ellos cuando estuviesen listos para marcharse.

 

—Entonces vámonos —dijo él con una voz tranquilizadora, y yo me pregunté cuánto de cuidador había allí y cuánto de simple preocupación. ?Podían los demonios preocuparse los unos por los otros?

 

—Quizá te acuerdes cuando regresemos —dijo mientras giraba a Newt como si fuese a llevársela—. Si te olvidas de algo tienes que ir al primer lugar en que pensaste en ello, y allí le estará esperando.

 

Newt se negó a caminar con él y nuestros ojos se encontraron cuando Minias se apartó.

 

—No está en casa —dijo ella frunciendo la frente para mostrar un profundo dolor interior y, debajo de eso, un poder desbordante contenido por el demonio cuya mano había pasado del báculo a su propia mano—. Está aquí, no allí. Sea lo que sea, está aquí. O lo estaba. Yo… lo sé. —La cólera se reflejó en su frente, nacida de la frustración—. Tú no quieres que recuerde —le dijo en tono acusador.

 

—?Que yo no quiero que recuerdes? —le preguntó él con dureza mientras la soltaba para extender la mano en un gesto de exigencia—. Dámelos. Ya.

 

Yo miré a uno y después al otro. Había pasado de amante a carcelero en un segundo.

 

—Me falta mi alijo de tejo —dijo é1—. Yo no te he hecho olvidar. Dámelos. Newt frunció los labios y puntos de color aparecieron en sus mejillas. Aquello estaba empezando a cobrar sentido. El tejo era altamente tóxico y se utilizaba casi exclusivamente para comunicarse con los muertos y para hacer olvidar encantamientos. Yo había encontrado uno en la parte de atrás del cementerio junto a un mausoleo abandonado y, aunque yo no me comunicaba con los muertos, lo había dejado con la esperanza de que la negación plausible me hiciese mantener el trasero fuera de los tribunales si alguien lo encontraba allí. El cultivo de tejo no era ilegal, pero cultivarlo en un cementerio, donde su fuerza era mucho mayor, sí lo era.

 

—Los he hecho —espetó Newt—. ?Son míos! ?Los he hecho yo!

 

Ella se dio la vuelta para marcharse, pero Minias agarró el báculo y la hizo girarse de nuevo. Entonces pude verle la cara. Tenía una mandíbula fuerte que apretaba por la tensión. Sus ojos rojos de demonio eran tan oscuros que casi escondían su característico aspecto similar al de las cabras y tenía una nariz aguile?a muy marcada. Estaba encolerizado, con lo que conseguía equilibrar a la perfección el temperamento de Newt.

 

Las emociones los invadieron o ambos como un torrente liquido y rápido. Fue como si una discusión de cinco minutos hubiese tenido lugar en tres segundos. La cara de ella cambiaba y la de él le respondía provocando cambios de humor en ella que se reflejaban en su lenguaje corporal. él la manipulaba con sumo cuidado, a ese demonio que había profanado la iglesia casi sin parpadear, que le había dado la vuelta a un triple círculo de sangre a su antojo… algo que siempre me habían dicho que era imposible, pero de lo que Ceri sabía que Newt era capaz. No sabía a quién tenerle más miedo: a Newt, que podría asolar el mundo, o a Minias, que era quien la controlaba.

 

—Por favor —le pidió él cuando la cara de ella mostró disgusto y miró hacia abajo. Newt dudó un poco y luego metió la mano en el bolsillo de su enorme manga y saco de él un pu?ado de frascos.

 

—?Cuántos invocaste cuando recordaste? —le preguntó él mientras los frascos tintineaban.

 

Newt miré al suelo, abatida, aunque su comportamiento me decía que no lo sentía.

 

—No me acuerdo.

 

él sacudió los frascos en la mano ames de metérselos en el bolsillo al ver claramente su acritud impenitente.

 

—Faltan cuatro.

 

Ella lo miró y empezó a derramar lágrimas de verdad.

 

—Duele —dijo ella, y casi me muero de miedo. ?Newt se había autoinflingido la pérdida de memoria? ?Qué fue lo que recordó que no quería recordar?