Por unos demonios más

Estupefacta, me arrastré hacia el centro y ella extendió su sangre por detrás de mí.

 

—?Ceri…! —dije, intentándolo de nuevo, pero me detuve cuando la vi entrelazar la línea con la primera y ejecutarla. Nunca había visto aquello. Empezó a decir oscuras y amenazadoras palabras en latín. Sentí unos pinchazos de energía por la piel y 1a miré fijamente mientras se cortaba el me?ique y empezaba a dibujar un tercer círculo. Mientras lo terminaba lo invocaba en silencio, las lágrimas le empapaban el rostro. Un tercer manto negro se erigió sobre nosotras, pesado y opresivo. Se pasó la navaja de jardín mugrienta a la mano que tenía ensangrentada y, temblando, se preparó para hacerse un corte en el pulgar izquierdo.

 

—?Basta!… —protesté. Asustada, la agarre por la mu?eca, que estaba pegajosa a causa de su propia sangre.

 

Ella levantó la cabeza, y sus ojos, aterrorizados se encontraron con los míos. Tenía la cara tan blanca como la luna.

 

—No pasa nada —dije, preguntándome qué había hecho Newt para poner a esa mujer tan segura de si misma e imperturbable en este estado—. Estamos en la iglesia. Esta consagrada. Has creado un círculo fantástico. —Lo miré con preocu-pación mientras zumbaba por encima de nuestras cabezas. El círculo triple era negro por los mil a?os de maldiciones que Algaliarept, el demonio del que yo la había salvado, le había hecho pagar. Nunca había sentido una barrera tan fuerte.

 

La hermosa cabeza de Ceri se movía hacia delante y hacia atrás y tenía los labios separados mostrando sus peque?os dientes.

 

—Tienes que llamar a Minias. Que Dios nos ayude. ?Tienes que llamarlo!

 

—?Minias? —pregunté—. ?Quién demonios es Minias?

 

—El familiar de Newt —dijo Ceri tartamudeando, Sus ojos azules transmitían su miedo.

 

?Se le había ido la pinza? El familiar de Newt era otro demonio.

 

—Dame esa navaja —dije, quitándosela a la fuerza. Le estaba sangrando el pulgar y busqué algo con que envolvérselo. Estábamos a salvo. Por mí, Newt podía hacer lo que le diese la gana. Faltaba poco para que amaneciese y yo ya me había sentado a esperar el sol en un círculo otras veces. Me pasaron fugazmente por la cabeza recuerdos de mi exnovio, Nick.

 

—Tienes que llamarlo —dijo agobiada Ceri, y entonces la vi caer de rodillas y empezar a dibujar un círculo del tama?o de un plato con su sangre mientras sus lágrimas mojaban la vieja madera de roble a1 tiempo que trabajaba.

 

—Ceri, no pasa nada —dije, poniéndome de pie, confundida.

 

Pero ella levantó la vista y perdí toda mi confianza.

 

—Sí que pasa —dijo en voz baja. El elegante acento que revelaba su origen en la realeza ahora transportaba el sonido de la derrota.

 

De repente, sentimos una oleada de algo que dobló la burbuja de fuerza que nos refugiaba. Yo miré la media esfera de siempre jamás que nos rodeaba y entonces oí el ta?ido de la campana de la iglesia al resonar. El manto negro que nos protegía tembló y se encendió adoptando el color puro del aura azul de Ceri durante un instante antes de volver al negro de la mácula demoníaca.

 

Entonces oímos la delicada voz de Newt procedente de la bóveda situada en la parte posterior de la iglesia.

 

—No llores, Ceri. No dolerá tanto la segunda vez.

 

Ceri dio un respingo y yo le agarré el brazo para evitar que saliese hacia la puerta abierta y rompiese su círculo. Ella agitó la mano y me dio en la cara y, a1 oírme gritar, se desplomó a mis pies.

 

—Newt ha roto la santidad —dijo Ceri entre sollozos—. La ha roto. No puedo volver allí. Al perdió una apuesta y yo le lancé maldiciones por diez a?os. ?No puedo volver allí, Rachel!

 

Asustada, le puse la mano en el hombro, pero después dudé.

 

Newt era una hembra. Entonces mi rostro se ensombreció. Newt estaba en el pasillo… en la parte consagrada.

 

Volví a pensar en aquella ola de energía. Ceri había dicho una vez que un demonio podía desconsagrar la iglesia, pero que era algo poco probable, yo que costaba demasiado. Y Newt lo había hecho casi sin pesta?ear. Mierda.

 

Tragué saliva y vi a Newt de nuevo en medio del vestíbulo, dentro de lo que había sido suelo sagrado. Rex seguía en los brazos del demonio blandiendo una estúpido sonrisa de gato. El felino naranja no me dejaba tocarlo, pero ronroneaba mientras un demonio loco lo acariciaba. Claro, era lo más lógico.

 

Con el báculo negro metido en el hueco del codo y envuelta en su túnica de corte elegante, Newt casi parecía una figura bíblica. Su feminidad fue evidente una vez establecido su género. Sus ojos negros, que no parpadeaban, asimilaban plácidamente el círculo de Ceri en medio del santuario casi vacío.