El reloj del salpicadero decía que pasaban ligeramente de las dos. Tras marcharnos de casa de David, Glenn me había llevado primero a la AFI a hacer una declaración oficial antes de que la SI pudiese escoger el momento más inoportuno para hacerlo. De allí fuimos a recoger a Jenks a la SI y dejamos una copia impresa de mi papeleo, todo perfectamente legal. Aprovechamos también para visitar la morgue, lo cual me había dejado triste. Estaba segura de que Glenn tenía más cosas que hacer que llevarnos por ahí en coche, pero como yo no tenía ningún permiso de conducir válido, se lo agradecía.
David seguía bajo custodia. Jenks se había escondido para escuchar su interrogatorio y, al parecer, Brett se había reunido ayer con David para hablar sobre su incorporación a la manada. Se suponía que tenía que ser una sorpresa y rompí a llorar cuando lo averigüé. Por eso era el objetivo de Trent. Trent era rastrero, y me maldije a mí misma por permitir que algunas de las cosas buenas que hacía (como admitir que esa ma?ana había estado conmigo) empa?asen el hecho de que era un asesino y un capo de la droga. Solo hacía cosas decentes si con ello podía obtener algún beneficio, como por ejemplo proporcionarse a sí mismo una coartada entre las siete y las siete y media. Ceri había dado en el clavo. El hombre era un demonio en todos los aspectos excepto en la especie.
La SI estaba reteniendo a David en base a un punto inventado de la ley, sin ninguna acusación formal. Aquello era ilegal, pero alguno de los del sótano probablemente se había dado cuenta de que el foco había aparecido, ya que un solitario estaba convirtiendo a mujeres humanas en hombres lobo. David estaba hasta el cuello. Que yo me uniese a él solo era cuestión de tiempo. Quizá si estaba bajo custodia de la SI Trent no podría matarlo. Quizá. Lo siento, David. Nunca pensé que pudiese ocurrir esto.
La sombra fresca de mi calle cayó sobre mí y yo apreté .el bolso contra el regazo, sintiendo el contorno duro del foco. Al entornar los ojos me di cuenta de que había un coche negro aparcado delante de la iglesia… y alguien estaba clavando una nota en mi puerta.
—Jenks, mira eso —susurré, y él siguió mi mirada.
Glenn se detuvo a varios coches de distancia y, cuando abrí la ventana, Jenks salió disparado diciendo: —Veré de qué se trata.
El hombre del martillo nos vio y, con una rapidez preocupante, bajó corriendo las escaleras y se metió en el coche.
—?Quieres que me quede? —preguntó Glenn mientras aparcaba el coche. Tenía un lápiz en la mano y estaba escribiendo el número de matrícula mientras la furgoneta negra se marchaba.
El polvo que desprendía Jenks mientras revoloteaba delante de la nota cambió de dorado a rojo.
—No lo sé —murmuré. Salí y subí las escaleras.
—?Desahucio! —gritó Jenks con la cara blanca al girarse en el aire—. Rachel, Piscary nos ha desahuciado. ?Nos ha desahuciado!
Se me revolvió el estómago y arranqué el papel del clavo.
—No puede ser —dije, leyendo por encima el documento oficial. Estaba borroso, ya que era una copia, pero estaba claro. Teníamos treinta días para desalojar.
Iban a destruir la iglesia porque no estaba consagrada, pero la fuerza motriz de todo ello era Piscary.
Glenn se asomó por la ventana.
—?Está todo bien?
—Rache —exclamó Jenks, evidentemente aterrado—. No puedo mover a mi familia. ?Matalina no está bien! ?Van a arrasar el jardín!
—?Jenks! —dije, con las manos levantadas, aunque no podía tocarlo—. Todo va a salir bien. Te lo prometo. Encontraremos una solución. ?Matalina estará bien!
Jenks me miró fijamente con los ojos muy abiertos…
—Yo… yo —tartamudeó, y luego con un peque?o gemido alzó el vuelo y rodeó la iglesia dirigiéndose a la parte de atrás.
Dejé caer las manos a los lados. Me sentía totalmente indefensa.
—?Rachel? —dijo Glenn desde la calle y yo me giré.
—Nos han desahuciado —dije sacudiendo el papel a modo de explicación—. Treinta días. —Sentí un arranque de ira.
Glenn entrecerró los ojos.
—No lo hagas, bruja —me advirtió mientras me miraba los pu?os apretados a los lados del cuerpo.
Yo miré al fondo de la calle, a nada en particular, enfadándome cada vez más.
—No voy a matarlo —dije—. Confía un poco en mí. Esto es una invitación. Si no voy a verlo, hará algo peor.
Mierda. Mi madre.
Glenn volvió a meterse dentro del coche. Abrió la puerta y salió. Se me aceleró el pulso.
—Vuelve a meter tu culito de azúcar moreno en tu horrible Crown Victoria —dije—. Sé lo que hago.
Toqué la silueta del foco en el bolso cuando Glenn se acercó a la base de las escaleras y me miró con la pistola en la cadera y una actitud protectora.
—Dame las llaves de tu coche.
—Ni lo sue?es.
él me miró de soslayo.
—Dámelas o te arrestaré yo mismo.
—?En base a qué? —le pregunté con tono guerrero, mirándolo desde mi posición más elevada.
—A tus botas. Violan todas las leyes no escritas de la moda.
Enfurru?ada, las miré y apoyé una de ellas en la punta para verlas mejor.
—Solo voy a hablar con él, educada y amigablemente.
Con las cejas en alto, Glenn extendió la mano.
—Ya te he visto hablar con Piscary. Las llaves.
Yo apreté los dientes.