Por unos demonios más

—No, se?or —dijo al minúsculo teléfono—. Sí, se?or. Gracias. Que tenga un buen día usted también. —Con la cara impávida, Denon cerró el teléfono.

 

—?Y bien? —pregunté. Estaba sudando. Hasta un humano lo podría ver.

 

—Te comportas como si no conocieses la respuesta —dijo suavemente.

 

Glenn cambió de postura a mis espaldas.

 

—Agente Denon, ?va a arrestar a la se?orita Morgan o no?

 

Yo contuve el aliento. Denon apretó sus enormes manos y luego las estiró.

 

—Hoy no —dijo, esbozando una sonrisa forzada. Entonces exhalé y me aparté un mechón de pelo que se había escapado de la trenza de Jenks e intenté parecer segura de mí misma—. Tienes suerte, bruja —dijo mientras daba un paso hacia atrás con gracia—. No sé qué estrella te ilumina, pero está a punto de caer. —Y dicho eso, se giró y se marchó.

 

—Sí, y los ángeles lloran cuando mueren hombres buenos —dije, deseando que se comprase un nuevo libro de clichés y lo memorizase. Aliviada, estiré el brazo para coger mi bolso, todavía en las manos de Glenn—. Dame eso —dije, tirando de él.

 

El coche en el que se había metido Denon arrancó haciendo rechinar los neumáticos.

 

Con la cabeza agachada, como si estuviese pensando, Glenn se?aló un coche de la AFI sin marcar: era grande, negro y tenía líneas rectas deportivas.

 

—Te llevaré a casa —me dijo, y yo lo seguí obedientemente.

 

—Trent dijo la verdad —dije. Nuestros pasos iban al compás—. No lo entiendo. Podría haberme metido en la cárcel y luego buscar el foco en la iglesia a sus anchas.

 

Glenn me abrió la puerta y yo me metí dentro del coche, disfrutando de su cortés gesto.

 

—Quizá está preocupado por si lo ha visto alguien —dijo Glenn pensando en alto, y luego cerró mi puerta.

 

—Quizá nos estaba utilizando a Ceri y a mí como coartada —murmuré mientras Glenn rodeaba la parte delantera del coche y entraba. Hice un gesto de dolor mientras pensaba en lo enfermizo que era aquello: utilizar el acto de conocer a una mujer hermosa como Ceri como coartada mientras uno de sus peones metía a alguien en un contenedor por ti. Glenn miró el coche y esperamos a que se marchase la ambulancia delante de nosotros con las luces apagadas y avanzando despacio.

 

—David no cargará con la culpa de esto —dije con determinación y aferrándome al bolso que llevaba en el regazo. Quizá Trent había dicho la verdad porque sabía que yo llevaba el foco encima y que si la SI se hacía con él le sería aún más difícil recuperarlo.

 

—Espero que tengas razón —dijo Glenn con voz distante mientras miraba a ambos lados antes de arrancar—. De verdad que espero que tengas razón. Porque si acusan oficialmente al se?or Hue de los asesinatos, la SI te va a acusar de cómplice, aunque tengas esa coartada. El hecho de que David te pida ayuda no pinta nada bien.

 

Me acomodé en el asiento de cuero y puse un codo sobre la ventana abierta mientras miraba a ningún sitio en concreto.

 

—Genial —susurré al viento. Mi vida es una mierda.

 

 

 

 

 

29.

 

 

Abrí los ojos cuando Glenn se detuvo en un semáforo en rojo. Parpadeé, me di cuenta de que casi estaba en casa y me incorporé. Ahora haría más calor y, al parecer, me había quedado dormida. Evidentemente, estar inconsciente durante ocho horas no era lo mismo que dormir. Avergonzada, miré a Glenn y enrojecí cuando me sonrió con sus dientes resplandecientes que contrastaban con su piel morena.

 

—Por favor, dime que no estaba roncando —murmuré. No pensaba que me quedaría dormida. Solo había cerrado los ojos para poner en orden las ideas. O quizá para escapar de todo.

 

—Estás muy mona roncando —dijo dándole un golpecillo a su cenicero sin utilizar—. Los dos sois divertidos.

 

Jenks se despertó formando una ráfaga de brillos dorados.

 

—?Estoy despierto! —exclamó estirándose la ropa, con unos encantadores ojos abiertos de par en par mientras se peinaba aquella mata de pelo rubio. él, por lo menos, tenía una excusa, ya que a esa hora del día solía estar dormido.