El rostro de Trent transmitía una furia peligrosa y los dejó caer al suelo. Se giró sobre un pie y, muy recto, salió por la puerta dejándola abierta. Oí sus pasos en la acera, el sonido de la puerta de un coche abriéndose y cerrándose y luego nada más.
Quen le hizo una elegante reverencia a Ceri, que levantó un poco el vestido y se la devolvió, dejándome de piedra. Un poco dubitativo, Quen se inclinó ante mí y yo le hice un gesto de despedida. Como si yo pudiese hacer reverencias. Con su rostro oscuro sonriente, Quen siguió a Trent afuera y cerró la puerta sin hacer ruido. Yo exhalé ruidosamente.
—Joder —dijo Jenks, alzando el vuelo desde mi hombro y formando círculos alrededor de Ceri—. ?Ha sido lo más increíble que he visto jamás!
Como si aquello fuese una se?al, el santuario se llenó de repente de pixies. Me empezó a doler la cabeza y, aunque evidentemente estaba feliz de que aquello hubiese acabado, también estaba preocupada. Tenía que deshacerme del foco lo antes posible.
—Ceri —dije mientras apartaba a ni?os pixies de mi camino, lanzaba los vestidos rechazados sobre el respaldo del sofá y me iba volando a la cocina a apagar el fuego—. Entonces, ?qué soy yo para ti?
Ella me había seguido y me sorprendió ver el regalo de Trent en su mano cuando miré por encima del hombro.
—Mi amiga —dijo sin más.
La cocina apestaba y abrí un poco más la ventana. ?Ves? Por eso me gustaba el café. No podías fastidiarla haciendo café. Incluso el malo sabía bien.
Con una manopla, llevé la tetera negra al fregadero, que chisporroteó cuando la tetera tocó la porcelana húmeda y me pegó un susto.
—?Quieres un poco de café? —dije, confundida y sin saber qué hacer. Sabía que ella prefería el té, pero no si lo hacía en algo tan sucio por fuera.
—Me gusta —dijo con melancolía, y yo me di la vuelta perpleja por su tono tímido.
—?Quen? —tartamudeé, recordando el beso en la mano.
Ella estaba en el umbral de la puerta de la cocina con una mirada so?adora en su rostro, donde hacía un rato se había instalado la ira.
—No —dijo, como si le desconcertase mi confusión—. Trent. Es deliciosamente inocente. Y tiene tanto poder.
La miré mientras abría la tapa del regalo que él le había dejado y sacaba un ópalo del tama?o de un huevo de gallina. Lo levantó hacia el sol y suspiró:
—Trenton Aloysius Kalamack…
28.
El sol iluminaba ahora la pared que estaba al otro extremo de la cocina y me senté a la mesa con una de las camisas de cuando Jenks era humano por encima de una camisola negra. Me la había puesto por comodidad; no tenía ningunas ganas de volver a la morgue. A mi izquierda tenía aquel frasco de salsa de jalape?os y un tomate para Glenn. A mi derecha, una taza de café ya frío al lado de mi móvil y del teléfono fijo. Ninguno de los dos sonaba. Ya pasaban quince minutos del mediodía y Glenn llegaba tarde. Odiaba esperar.
Me acerqué más a la mesa y me eché otra capa de esmalte transparente en la u?a del dedo índice. El olor a acetona se mezcló con el de las hierbas que colgaban sobre la isla de la cocina y el sonido de los ni?os de Jenks era como un bálsamo mientras jugaban al escondite en el jardín. Otros tres pixies estaban haciéndome trenzas en el pelo y Jenks actuaba de supervisor para evitar que se repitiese el incidente de la mara?a.
—Así no, Jeremy —dijo Jenks, y yo me puse rígida—. Tienes que pasar por debajo de Jocelynn y luego por encima de Janice antes de volver sobre tus pasos. Ahí está, ?lo veis? ?Lo habéis entendido?
El cansado coro de voces diciendo ?Sí, papá? me hizo sonreír e intenté no moverme mientras me pintaba el pulgar. Apenas sentía tirones en el pelo mientras trabajaban. Cuando acabé, tapé el frasco y levanté la mano para revisarla. Un rojo intenso, casi granate.
Acerqué la mano más y me di cuenta de que la peque?a cicatriz que tenía en los nudillos había desaparecido, sin duda borrada junto con mis pecas después de utilizar aquella maldición demoníaca la pasada primavera. Me había hecho la cicatriz al caer por la puerta de mosquitera cuando tenía diez a?os. Robbie me había empujado y, tras secarme las lágrimas, me había puesto una tirita y yo le había dado un pu?etazo en toda la tripa. Aquello me hizo preguntarme si Ceri me daría un pu?etazo cuando menos me lo esperase.
Robbie y yo nos habíamos inventado la increíble historia de que el perro del vecino había intentado entrar por la puerta. Ahora, al mirar atrás, sabía que mamá y papá sabían que el labrador negro no había tenido nada que ver con la rotura de la mosquitera, pero no habían dicho nada, probablemente orgullosos de que hubiésemos arreglado nuestras diferencias. Me froté el pulgar contra la piel lisa del dedo, y me dio pena que la cicatriz hubiese desaparecido.
El viento levantado por las alas de Jenks me rozó la mano.
—?Por qué estás sonriendo?
Yo miré el teléfono y me pregunté si Robbie me devolvería la llamada si le dejaba un mensaje. Yo ya no trabajaba para la SI.
—Estaba pensando en mi hermano.