Yo cogí aire para advertirla, pero Ceri se giró y arrojó una bola negra de siempre jamás.
—?Finiré!
—?Ceri! —exclamé, y luego me encogí de miedo cuando la bola chocó contra el círculo que Quen había creado y explotaba despidiendo chispas negras.
Claramente enfadada, Ceri caminó hacia Quen derramando latín por la boca como si fuese humo negro.
—?Quis custodiot ipsos custodes? —dijo airadamente y luego introdujo uno de sus minúsculos y blancos pu?os en su círculo. Quen observó conmocionado cómo caía su círculo.
—Finiré —dijo Ceri con firmeza intentando agarrarlo y, cuando Quen la agarró por la mu?eca para intentar algo, se quedó helado y luego se desplomó sobre el suelo de madera sin conocimiento.
—?Madre mía! —dijo Jenks desde las vigas, y Ceri apartó la mirada de Quen. La ira convertía su belleza pálida en algo terrible.
—Ceri —dije intentando convencerla, pero luego me callé cuando se giró hacia mí.
—?Cállate! —dijo con el pelo flotando en el aire—. También estoy enfadada contigo. Nadie me había empujado en toda mi vida.
Entonces miré a Trent con la boca abierta. El estupefacto millonario se estaba retirando hacia la puerta.
—Perdona —dijo él—. Esto ha sido un error. Si liberas a Quen me marcharé.
Ceri se giró hacia él:
—Mis disculpas por retrasar tu siguiente cita. Eres un hombre muy, pero que muy ocupado —dijo Ceri con acritud y luego miró a Quen, tirado en el suelo—. ?Es buena persona? —preguntó bruscamente.
Trent hizo una pausa y el hedor metálico que me hacía cosquillas en la nariz se hizo más intenso.
—Sí.
—Deberías escucharlo más a menudo —dijo ella, agachándose delante de él; su vestido caía como agua convertida en seda—. Por eso tenemos a otras personas a nuestro alrededor.
Jenks descendió hasta donde estaba yo y me pregunté si Ceri pensaba en mí de esa manera. Como una especie de sirviente con quien poder hablar las cosas.
Trent arrugó los ojos con preocupación mientras Ceri hablaba en latín y un brillo negro de siempre jamás cubría a Quen. Este resopló y el manto negro se disipó formando hilos plateados cuando abrió los ojos. Se puso de pie con dificultad mientras Ceri hacía lo mismo pero con más garbo. Por su expresión de disgusto era evidente que estaba sorprendido y humillado. No pude evitar sentirme mal por el hombre. Ceri era difícil de controlar hasta cuando no nos mangoneaba.
—?Has visto lo que he hecho? —le preguntó muy seria, y Quen asintió sin separar la vista de ella, como si estuviese presenciando su salvación—. ?Sabes hacerlo? —le preguntó a continuación.
Mirando a Trent, él asintió.
—Ahora que te he visto hacerlo, sí —dijo con aire de culpa.
Pero Ceri sonrió con regocijo.
—él no sabía que practicabas las artes oscuras, ?verdad?
Quen miró al suelo y luego parpadeó cuando se dio cuenta de que ella estaba descalza.
—No, Mal Sa'han —dijo suavemente, y Trent se revolvió, incómodo.
Ceri se rio y el maravilloso sonido de su risa cayó sobre mí como una cascada de agua fresca.
—Quizá todavía estemos vivos —dijo tocándole el dorso de la mano como si fuesen viejos amigos—. Protégelo si puedes. Es un idiota.
Trent carraspeó, pero ellos estaban ensimismados el uno con el otro.
—Es en lo que lo han convertido, Mal Sa'han —dijo Quen besándole la mano con un gesto lleno de gracia—. No tuvo elección.
Ceri resopló por la nariz cuando retiró la mano.
—Bueno, ahora la tiene —dijo con descaro—. A ver si puedes recordarle quién y qué es.
Tras hacer un gesto de respeto, Quen se giró hacia mí. A mí también me hizo el mismo gesto con la cabeza, pero el mío iba acompa?ado de una sonrisita que no pude descifrar. Jenks suspiró desde mi hombro y me di cuenta de que estaba balanceándome sobre los talones. Parecía que aquello había terminado.
—Un momento —dije—. No os vayáis todavía. Ceri, no dejes que se vayan.
Los dos hombres se quedaron quietos cuando Ceri les sonrió y yo fui corriendo a mi cuarto. Cogí las dos fundas de los vestidos y volví a toda prisa. Estaba viva: comprobado. Todavía tenía el foco: comprobado. Había presentado a Trent y a Ceri: comprobado. Tengo un poco de hambre. Me pregunto qué tendré en la nevera. Abrí los ojos de par en par al darme cuenta de dónde provenía el olor metálico. Maldita sea, había dejado la tetera en el fuego y se había quedado sin agua.
—Aquí tienes —dije lanzándole a Trent los dos vestidos—. No pienso trabajar en tu asquerosa boda. Te devolvería el dinero, pero no me has pagado nada.