No iba a utilizar maldiciones demoníacas. No iba a hacer tratos con demonios. No iba a confiar en que Trent cumpliese su palabra. Era un asesino ocasional que ponía a su especie por encima de las demás. Que le den.
Quen sabía lo que estaba pensando y vi que se iba poniendo tenso. Trent, sin embargo, no eran tan perspicaz. Era un hombre de negocios, no un guerrero. Un hombrecillo de negocios baboso.
—Te daré un cuarto de millón por él —dijo Trent. Sentí asco.
Yo retorcí la cara.
—No te lo pienso dar, gusano —dije—. Si saliese a la luz, se iniciaría una guerra. Se lo voy a dar a Piscary para que lo vuelva a esconder.
—Te matará en cuanto lo tenga —se apresuró a decir Trent. Su hermosa voz rebosaba sinceridad—. No hagas una tontería esta vez. Dámelo a mí. Te mantendré a salvo. No voy a empezar una guerra. Voy a poner todo en equilibrio.
—?Equilibrio? —dije avanzando, pero me detuve cuando Quen hizo lo mismo—. Quizá al resto del inframundo le guste cómo están equilibradas las cosas ahora mismo. Quizá haya llegado la hora de que se extingan los elfos. Pero si todos son como tú y Ellasbeth, peleándose por dinero y poder, quizá os hayáis alejado demasiado de vuestras raíces y estéis tan lejos de la gracia y la moral que ya estéis muertos como especie. Muertos y enterrados, por suerte —dije mofándome de él mientras Trent se ponía colorado—. Si tú eres el modelo de aquello con lo que vas a construir tu especie, entonces no queremos que volváis.
—?No fuimos nosotros quienes abandonaron siempre jamás dejándolo en manos de los demonios! —gritó Trent. Irradiaba una furia sincera y pura y aquello que lo alentaba flotaba como una oleada de frustración—. ?Fuisteis vosotros! ?Nos dejasteis luchando solos! ?Nosotros nos sacrificamos mientras vosotros poníais pies en polvorosa y huíais! ?Y si soy cruel es porque vosotros me habéis hecho así!
Será hijo de puta…
—?No puedes culparme por algo que hicieron mis ancestros!
Trent hizo una mueca.
—El diez por ciento de mi cartera de acciones —dijo furioso.
Cabrón enfermo.
—No está en venta. Márchate.
—El quince por ciento. Es un tercio de mil millones.
—?Lárgate de mi iglesia!
Trent recobró la compostura como si fuese a decir algo y luego miró su reloj.
—Siento que pienses así —dijo pisando fuerte mientras volvía de nuevo hacia el piano. Se guardó en el bolsillo el regalo para Ceri y preguntó—: ?Está en el edificio? —fingiendo que no era más que una pregunta trivial.
Mierda. Me puse en tensión.
—?Jenks! —grité una vez encontré mi equilibrio—. ?Jahn, ve a buscar a tu padre! —Pero se había ido a buscar arrendajos azules, tal y como le había pedido. Mierda y más mierda.
Quen estaba esperando órdenes y empecé a sudar. Trent levantó la cabeza con lo que esperaba que fuese arrepentimiento en la mirada.
—Quen —dijo en voz baja—. Ata a la se?orita Morgan. Hablaremos con Ceri más adelante. Al parecer hoy no va a venir. ?Tienes una poción de memoria?
Oh, Dios.
—En el coche, Sa'han.
Lo dijo con voz triste y miré a Quen, consciente de lo que iba a ocurrir.
—Bien. —Trent parecía tan inflexible como el hierro—. Si no hay recuerdos, no hay cabos sueltos. La dejaremos durmiendo y se despertará cuando alguien la recoja para ir a la morgue.
—Hijo de puta —susurré, y luego miré las vigas vacías. Maldita sea, ?por qué les habría dicho que se marchasen?—. ?Jenks! —grité, pero no escuché ningún aleteo. Quen sacó una pistola de bolas de la espalda y yo solté tacos por lo bajo.
—?Qué es? —pregunté pensando en la mía, que estaba en el cubo junto a la puerta trasera. Si me movía, me dispararía.
—Cómo cambian las cosas cuando estás al otro extremo de la pistola, ?verdad? —se burló Trent, y yo intenté con todas mis fuerzas no gritarle.
—Trent… —dije retrocediendo un paso con las manos en alto en se?al de paz.
Quen le entregó la pistola a Trent y dijo:
—Si quieres hacerlo tendrás que hacerlo tú mismo —dijo.
Trent levantó la pistola y me miró a través del ca?ón.
—No hay problema —dijo, y luego apretó el gatillo.
—?Eh! —grité cuando sentí el impacto, doloroso y punzante. Maldita sea, dos veces en un día. Pero no me desplomé. No era un hechizo para dormir. Trent no pareció sorprendido al ver que no me caía, sino que me tambaleaba hacia atrás. Mi impulso de huir había llegado demasiado tarde.
Trent le devolvió la pistola a Quen.
—El honor es caro, Quen. No te pago lo suficiente.
Quen no estaba contento y yo los miré, asustada por lo que podría ocurrir a continuación. Con una voz fría, Trent enunció claramente.
—Rachel. Dime dónde está el foco.
—Vete al infierno.
Trent abrió de par en par sus ojos verdes. Quen me miró de arriba abajo conmocionado y luego se relajó, casi riéndose.