Por unos demonios más

Era el número de Glenn y, tras dudar un instante, me apoyé en la encimera de la cocina y abrí el móvil. Tenía que darle un buen tirón de orejas.

 

—Hola, Glenn —dije con tirantez. él sabía que normalmente yo solía estar durmiendo a esas horas—. Me he enterado de que Piscary anda suelto. Me habría gustado que alguien me dijese que el vampiro no muerto que yo metí en la cárcel estaba en libertad.

 

De fondo pude oír el ruido de teclados y una fuerte discusión. El suspiro de Glenn fue más fuerte que el resto del ruido.

 

—Lo siento —dijo a modo de saludo—. Te dejé un mensaje en el teléfono cuando me enteré.

 

—No lo recibí —dije, solo un poco más calmada. Entonces hice una mueca—. Mira, no pretendía gritarte, pero he pasado la noche en el cementerio y estoy de mal humor.

 

—Te habría vuelto a llamar —dijo Glenn, y oí un revoltijo de papeles—, pero cuando tu demonio quemó El Almacén utilizando a sus matones para avivar el fuego recibimos una avalancha de llamadas.

 

—??Mi demonio!? —chillé con el teléfono pegado a la oreja—. ?Desde cuándo Al es mi demonio? —dije en voz baja al recodar que Trent y Quen me podían oír.

 

—Desde que lo llamaste para testificar. —El agente de la AFI cubrió el micro. Oí unos murmullos y esperé a que volviese.

 

—Eso no explica por qué Piscary está en la calle —le espeté.

 

—?Qué esperabas? —dijo Glenn. Parecía enfadado—. Ni la SI ni la AFI están equipados para enfrentarse a un demonio que puede caminar bajo el sol. Tú no hiciste nada. Hubo una reunión de emergencia en el ayuntamiento y dejaron salir a Piscary para que se ocupase de él. —Entonces dudó—. Lo siento. Le han concedido el pleno indulto.

 

?El ayuntamiento? Eso significaba que Trent se había enterado. Mierda, había estado en el ajo. Qué gilipollas integral. Había arriesgado mi vida para meter a Piscary tras los barrotes por matar brujas de líneas luminosas. Al parecer eso no significaba nada. Entonces me pregunté por qué me habría molestado en hacerlo.

 

—Pero no he llamado por eso —dijo Glenn—. Ha aparecido otro cadáver.

 

Yo seguía pensando en Piscary que, al parecer, era libre de hacer lo que quisiese con mi compa?era de piso.

 

—?Y quieres que vaya? —dije llevándome la mano a la frente e inclinando la cabeza a medida que me enfadaba cada vez más—. Ya te lo he dicho. No soy una investigadora, yo soy de las que los mete en la cárcel. Además, ya no sé si quiero seguir trabajando para ti si vas a andar dejando en libertad a asesinos cuando las cosas se ponen feas.

 

—??Feas!? —exclamó Glenn—. Anoche hubo dieciséis incendios importantes, cinco revueltas y casi linchan a un tío que llevaba puesto un vestido y leía a Shakespeare en el parque. Ni siquiera sé el número de choques entre coches y cargos por agresión que se han producido. Es un demonio. Tú misma dijiste que pasaste la noche escondida en el cementerio de la iglesia.

 

—?Eh! —le dije. Aquello no era justo—. Me estaba escondiendo de Piscary, no de Al. Al está quemando cosas para que yo vaya a siempre jamás con él. Y no te atrevas a llamarme cobarde desde tu cómoda silla porque no quiera hacerlo.

 

Estaba furiosa… Mi cólera estaba alimentada por el sentimiento de culpa, así que me puse a echar pestes hasta que Glenn murmuró:

 

—Lo siento.

 

—Vale —le dije malhumorada. Me agarré la cintura con un brazo y me puse de espaldas al pasillo. Esto no es culpa mía. Yo no soy responsable de los actos de Al.

 

—Por lo menos se ha ido —dijo Glenn sin ningún tipo de emoción en la voz.

 

Yo me reí con amargura.

 

—No, no se ha ido.

 

Hubo un momento de silencio.

 

—Piscary dijo…

 

—Piscary y Al están trabajando juntos. Y tú picaste el anzuelo al dejarlo salir, así que ahora tienes a dos monstruos con carta blanca en Cincy, no a uno. —Arrugué la cara con amargura—. No me pidas que me ocupe de ellos por ti esta vez, ?vale?

 

El ruido de fondo de la oficina me invadió los oídos.

 

—?Puedes venir de todas formas? —dijo por fin Glenn—. Quiero que identifiques a alguien.

 

Se me encogió el corazón. Había dicho que había otro cuerpo. De repente Piscary fue lo último que se me pasó por la cabeza.

 

—?David? —dije, sintiendo debilidad en las rodillas y sensación de frío, aunque el sol que entraba por la ventana de la cocina me daba directamente en la espalda. Lo habían matado. Alguien estaba matando hombres lobo en busca del foco y mucha gente sabía que David era mi alfa. Que Dios me ayude, lo han matado ellos.

 

—No —dijo Glenn, y entonces conseguí respirar—. Es un hombre lobo que se hace llamar Brett Markson. Tenía tu tarjeta en la cartera. ?Lo conoces?

 

Mi breve euforia porque David estuviese bien se convirtió en conmoción y entumecimiento. ?Brett? ?El hombre lobo de Mackinaw? Me dejé caer al suelo deslizando la espalda por el armario del fregadero y encogí las rodillas.