—?Puedo pasar? —preguntó con voz cansada.
Dio un paso hacia delante, pero yo no me moví, así que se paró. Miré a Quen, que estaba detrás de él, con su traje negro y gafas de sol. Habían traído el Beemer en lugar de la limusina. Buen truco. Eso impresionaría a Ceri.
—Mira —le dije. No quería que entrase en mi iglesia a menos que fuese por una buena razón—. No sabía si ibas a venir, así que no le he dicho nada. La verdad es que este no es el mejor momento. —Con lo afligida que está—. A estas horas suelo estar durmiendo. ?Por qué has venido tan temprano? Te dije a las cuatro.
Trent dio otro paso y yo me puse tensa y adopté una posición casi defensiva. Quen se crispó y Trent retrocedió. Miró a sus espaldas y luego me miró a mí.
—Maldita sea, Rachel, deja de joderme —dijo apretando los dientes—. Quiero conocer a esa mujer. Llámala.
Ohhh, así que había encontrado su punto débil, ?no? Levanté los ojos y vi a Jenks sentado a escondidas en el dintel de dentro; se encogió de hombros.
—Jenks, ?quieres ir a ver si puede venir?
él asintió y al descender sorprendió tanto a Trent como a Quen.
—Por supuesto. Probablemente querrá tomarse un minuto para peinarse.
Y para lavarse la cara y ponerse un vestido que no esté manchado de tierra del cementerio.
—Quen —ordenó Trent, y se me dispararon todas las alarmas.
—Solo Jenks —dije, y los zapatos de suela fina de Quen se detuvieron en seco en la acera húmeda. El elfo moreno miró a Jenks a la espera de una orden, y yo a?adí—: Quen, aparca tu culito aquí o no ocurrirá nada. —No quería que Quen fuese allí, o Keasley no volvería a hablarme en la vida.
Jenks revoloteó a la espera y Trent frunció el ce?o, sopesando sus opciones.
—Por favor, ponme a prueba —dije con tono burlón, y Trent hizo una mueca.
—Hagámoslo a su manera —dijo suavemente, y Jenks salió disparado como un relámpago de alas transparentes.
—?Ves? —dije inclinándome—. No ha sido tan difícil. —A mis espaldas oí un coro de risitas agudas y Trent se puso pálido. Al verlo nervioso, me eché a un lado—. ?Quieres entrar? Puede que tarde un poco. Ya sabes cómo son esas princesas de mil a?os.
Trent miró el pasillo oscuro, de repente reacio. Quen subió las escaleras de dos en dos, rozándome al pasar y dejando un rastro con olor a hojas de roble y bálsamo para después del afeitado.
—?Eh! —le dije, y lo seguí. Trent echó a andar y me siguió pisándome los talones. No cerró la puerta, probablemente para tener una vía de escape rápida y, mientras Trent se paraba en seco en medio del santuario, yo volví al recibidor y cerré la puerta.
Los pixies chillaban desde las vigas y Trent y Quen los observaban con recelo. Le di un tirón a mi camisa manchada de sal e intenté adoptar un aire de informalidad mientras me preparaba para presentarle a ?su majestad el grano en el culo? a la princesa de los elfos.
Se me erizó el vello de la nuca cuando pasé junto a Quen y me senté en mi silla de oficina, que estaba junto a mi escritorio.
—Sentaos —dije mientras me movía hacia delante y hacia atrás y se?alaba los muebles de Ivy, que todavía estaban en la esquina interior de la iglesia—. Tenéis suerte. Normalmente no tenemos aquí fuera la sala de estar, pero estamos haciendo algunas reformas.
Trent miró la butaca de ante gris y las sillas y se giró, mirando mi escritorio antes de dirigirse hacia el piano de Ivy, que pareció interesarle y le hizo levantar las cejas.
—Yo me quedaré de pie —dijo.
Rex entró en la sala procedente del recibidor oscuro y se dirigió directamente a Quen. Para mi sorpresa, el elfo mayor se puso en cuclillas y le acarició sus orejas de color naranja hasta hacerla ponerse panza arriba y mostrarle la barriga. Quen se levantó con Rex en las manos y la gata entrecerró los ojos de placer mientras ronroneaba.
Gata estúpida.
Trent carraspeó y yo lo miré.
—Rachel —dijo, dejando su regalo sobre el piano cerrado—, ?has tomado por costumbre ducharte con la ropa puesta?
Dejé de moverme. Intenté inventarme una mentira, pero que no hubiese electricidad no tenía nada que ver con que estuviese empapada—. Yo… he dormido en el cementerio —dije. No quería decirle que mi vecino me había abatido con mi propio hechizo y esperaba que Trent creyese que estaba así a causa del rocío.
Sus labios esbozaron una sonrisita que, en cierto modo, le a?adió atractivo. Sabía que le tenía miedo a Piscary.
—Deberías haber matado a Piscary cuando tuviste la oportunidad —dijo. Su hermosa voz llenó el espacio abierto del santuario con el sonido de la gracia y el consuelo. Maldita sea, el tío tenía una voz preciosa. Casi me había olvidado. Y, sí, podría haber matado a Piscary y probablemente lo habrían calificado de defensa propia pero, de haberlo hecho, el vampiro no estaría ahí para esconderme el foco. Así que no dije nada. Pero Trent al parecer tenía ganas de hablar.