—Keasley, dile a Ceri que siento haberla tirado al suelo —le dije.
él levantó una mano para despedirse y dijo:
—Lo haré.
Jenks descendió desde el árbol que había sobre mi cabeza y aterrizó sobre la puerta, lo cual me hizo pensar que había vuelto a escuchar a escondidas. Lo miré y luego le grité a Keasley:
—?Puedo acercarme más tarde a tu casa?
él se detuvo en el bordillo para dejar pasar al monovolumen que pertenecía a la única familia humana que vivía en el barrio. Luego sonrió y ense?ó los dientes manchados de café.
—Prepararé la comida. Bocadillos de atún, ?vale?
Los del monovolumen tocaron la bocina y Keasley le devolvió el saludo al conductor. No pude reprimir una sonrisa. El brujo anciano bajó el bordillo cuidadosamente y se dirigió a su casa con la cabeza erguida y la mirada vigilante.
Jenks echó a volar cuando la puerta se cerró y, con la pistola de bolas rozándose contra la radio, yo me dirigí a la puerta de atrás.
—?Y dónde estabas tú cuando Keasley me abatió? —le pregunté a Jenks con aspereza.
—Justo detrás de él, estúpida. ?Quién crees que le dijo qué había dentro de tu pistola de bolas?
Ante aquello no tenía mucho que decir.
—Lo siento. —Subí los escalones del porche e hice malabarismos con todo lo que tenía en las manos para agarrar la puerta. Jenks entró como una flecha para inspeccionar el lugar rápidamente y, cuando recordé haberlo visto en bata de casa anoche, grité—: ?Matalina está bien?
—Sí —dijo volviendo a entrar.
Me quité los zapatos empapados y caminé hasta la cocina para dejar el cubo, dejando huellas húmedas a mi paso. Continué y me dirigí al ba?o para lavar la colcha.
—Ceri está enfadada, ?verdad? —pregunté, intentando averiguar qué había pasado mientras estuve inconsciente.
—Está destrozada —dijo, aterrizando sobre la tapa levantada mientras yo pulsaba botones para poner la lavadora en marcha—. Y vas a tener que esperar. No hay corriente. ?No te das cuenta?
Dudé y entonces fue cuando me di cuenta de lo silencioso que estaba todo allí dentro, sin el zumbido habitual de los ordenadores, los ventiladores de la nevera y todo lo demás.
—No lo estoy haciendo muy bien, ?verdad? —dije al recordar a Ceri mirándome boquiabierta con el pelo hecho una mara?a y los ojos como platos porque la había empujado.
—Y aun así te queremos —dijo Jenks alzando el vuelo—. La iglesia está despejada. La puerta principal todavía está cerrada con llave. Tengo cosas que hacer en el jardín, pero si me necesitas pega un grito.
Echó a volar y yo le sonreí.
—Gracias, Jenks —dije, y él se marchó como un rayo. El zumbido de sus alas ahora era más evidente en el aire sin electricidad.
Metí la colcha en la lavadora y me puse a planear mi día: ducharme, comer, rebajarme con Ceri, llamar al tío que consagraba las iglesias y ofrecerme a darle un hijo si encontraba la forma de eliminar la blasfemia y consagrarla de nuevo, preparar algunos hechizos para hacer menguar la fortaleza del vampiro malvado… Las cosas típicas de un sábado.
Caminé descalza hasta la cocina. No podía hacer café sin electricidad, pero podía hacer té. Y para cuando me hubiese cambiado de ropa, el agua ya estaría caliente.
Puse a calentar la tetera pensando otra vez en Piscary. Estaba de mierda hasta el cuello. No creía que me hubiese perdonado por haberlo dejado inconsciente con la pata de una silla. Tenía la desagradable sensación de que me mantenía con vida para utilizarme y mantener a raya a Ivy cuando llegase el momento adecuado. Pero todavía era peor la idea de que él y Al estuviesen trabajando juntos. Todo eso era demasiado oportuno.
Por lo que había dicho Al, no creía que fuese posible invocar y mantener a un demonio en un círculo si estaba poseyendo a alguien. Así que Piscary se había llevado el mérito por librar a Cincy de su último inframundano en lo que parecía un trato acordado por anticipado. Por sus servicios prestados, el se?or vampiro había sido perdonado por asesinar a aquellas brujas de líneas luminosas el a?o pasado. Todo eso era un timo. Un burdo timo. Mi única pregunta ahora era quién había participado en la preparación, porque Piscary no podía invocar a un demonio en la cárcel de forma segura. Alguien lo había ayudado a hacerlo.