—No puedo permitirte que me derribes —dijo apuntándome al pecho con la pistola con pulso firme—. Podría romperme algo —dijo, y luego apretó el gatillo, con suavidad y sin prisa, como si bailase un vals.
Yo tensé los músculos para echar a correr, pero sentí como me quedaba sin aliento.
—?Ay! —chillé cuando la sensación punzante me alcanzó el pecho, y miré hacia abajo y vi los trocitos de plástico rojo.
—Maldita sea, Keasley —dije, y luego me desplomé, ya inconsciente antes de que mi cabeza tocase el suelo blando del jardín.
25.
—?Normalmente lleva tanto tiempo? —oí decir a Jenks, como si su voz resonase dentro de mi cabeza. Me dolía el hombro. Moví el brazo y levanté la mano para tocarlo. Estaba empapada y la sorpresa me despertó del todo.
Respiré hasta llenarme los pulmones, me incorporé y abrí los ojos de repente.
—Eh, ha despertado —dijo Keasley con sus ojos marrones empapados de preocupación mientras retrocedía y se erguía. Su rostro correoso estaba lleno de arrugas y parecía tener frío incluso con su abrigo deste?ido puesto. El sol de la ma?ana le daba un brillo nebuloso y Jenks estaba revoloteando junto a él. Los dos me estaban mirando con preocupación cuando me apoyé sobre una lápida. Estábamos rodeados de pixies y sus risas sonaban como repiques de campana en el viento.
—?Me has lanzado un hechizo! —grité, y los hijos de Jenks se dispersaron chillando. Miré hacia abajo y me di cuenta de que tenía empapados de agua salada el pelo, la nariz, los dedos y la ropa interior. Estoy hecha un desastre.
La expresión endurecida por los a?os de Keasley se relajó.
—Te he salvado la vida. —Dejó caer el cubo de plástico de dieciocho litros sobre la hierba y me ofreció una mano para ayudarme a levantarme.
La rechacé y me puse de pie antes de que el agua me calase más.
—Maldita sea, Keasley —dije, sacudiéndome las manos empapadas y enfadada conmigo misma—. Muchísimas gracias.
él resopló y Jenks se posó sobre un monumento cercano. El sol le atravesaba sus hermosas alas.
—Muchísimas gracias —repitió con tono burlón—. ?Qué te he dicho? Inconsciente, negada y con mala leche. Deberías haberla dejado ahí hasta mediodía.
Intenté escurrirme el agua salada del pelo, cabreada. Hacía casi ocho a?os que alguien no me pillaba de esa manera. Se me congelaron los dedos y de repente me fijé en el resto del cementerio, lleno de niebla y de color dorado por la salida del sol.
—?Dónde está Ceri?
Keasley se inclinó dolorido y se sacó una silla plegable de debajo del brazo.
—En casa. Llorando.
Me sentí culpable y miré el muro del cementerio como si pudiese vera través de él la casa que estaba al otro lado.
—Lo siento —dije al recordar su mirada de conmoción cuando la había tirado al suelo. Oh, Dios, Ivy.
Me puse tensa como para echar a correr y Jenks se me puso delante, haciéndome retroceder.
—?No, Rachel! —gritó—. Esto no es una película de acción. ?Si vas tras Piscary, te matará! Si haces un solo movimiento te provocaré picores y luego te haré una lobotomía. Debería hacerlo de todas formas, ?bruja estúpida! ?Qué demonios te pasa?
Se me pasaron las prisas por ir corriendo a mi coche. Tenía razón. Keasley me miraba con la mano escondida, sospechosamente, en el bolsillo grande de su chaqueta. Miré el bolsillo y luego lo miré a él a la cara, arrugada por la sabiduría que le concedían los a?os. Una vez Ceri se había referido a él como un guerrero retirado. Yo no la había creído. Anoche había apretado el gatillo con demasiada facilidad. Si quería arrancar a Ivy de las garras de Piscary tendría que planearlo.
Triste, me crucé de brazos y me apoyé en la lápida. A lo lejos vi a un grupo de unas diez personas saltando el muro de piedra para salir de la propiedad. Me ericé y luego me relajé. Era suelo sagrado y yo no era la única que estaba asustada.
—Siento lo de ayer por la noche —dije—. En ese momento no pensaba. Solo… —Me acordé del a?o pasado, entumecida y temblando bajo las mantas mientras me contaba que Piscary la había forzado en cuerpo y mente en un intento por convencerla de que me matase. Se me quedó la cara helada y me tragué el miedo—. ?Ceri está bien? —conseguí decir. Tenía que apartar a Ivy de él.
Mirándome fijamente con sus ojos oscuros, Keasley carraspeó, como si supiese que yo todavía vacilaba.
—Sí —dijo desde su posición inclinada, y cambió de postura para agarrar con más firmeza la silla—. Está bien. Pero nunca la había visto así. Está avergonzada por intentar detenerte utilizando su magia.
—No debería haberla empujado. —Rígida, recogí la radio y la almohada, húmedas a causa del rocío.
—En realidad hiciste bien.
La radio cayó en el cubo haciendo ruido.
—?Cómo?
Sonriendo, Jenks alzó el vuelo y se elevó unos doce metros en menos de lo que canta un gallo. Estaba haciendo un reconocimiento, aburrido con la conversación.