—Voy a pasar un rato con Matalina —dijo, y yo me esforcé por no sonreír.
—Vale —dije—. ?Quieres tomarte el día libre ma?ana?
él sacudió la cabeza y luego se metió por el agujero. Yo me acerqué a la ventana, me apoyé en el fregadero y lo vi dejar un rastro tenue de polvo verde hasta el tocón del jardín. Luego desapareció. Estaba sola. Miré el pastel que Ivy me había preparado, todavía sin decorar. Lo había cubierto con papel de plata esta tarde para que no se secase.
Dios, esto es una mierda.
Me negaba a permitir que esto se convirtiese en una fiesta de autocompasión, así que saqué uno de mis libros de hechizos de la estantería y me dirigí al santuario con el agua y la tarrina de nata destinada a cubrir la tarta. No tenía hambre, pero tenía que hacer algo. Vería una cadena local, ya que el cable no llegaba hasta aquí, fingiría hacer algo de investigación y luego me iría a la cama temprano. Jolín, vaya cumplea?os había tenido.
?Tengo yo la culpa de que se haya ido Ivy?, pensé mientras entraba en el santuario. Maldita sea, ?por qué había permitido que mis sentimientos tomasen mis decisiones por mí? Nadie me había obligado a morder a Kisten. Podría haberle devuelto las fundas. Pero Ivy no tenía derecho a enfadarse. ?Era mi novio! Además, ella había dicho que su beso era una prueba para que pudiese decidir qué era lo que quería. Bueno, pues estaba intentando decidirme, y Kisten formaba parte de aquello.
Triste, me dejé caer en la cómoda butaca de ante de Ivy. Desprendió un olor a incienso de vampiro y lo inspiré con fuerza en busca de consuelo. A lo lejos, oí el estallido de un transformador y esperé a que se apagasen las luces. Permanecieron encendidas, afortunadamente para mí, pero no para la ardilla que se había ido al otro barrio por cortesía de tropecientos voltios de electricidad. Abrí el libro de hechizos y cogí el mando a distancia. Era casi medianoche. Probablemente las noticias ya dirían algo del incendio.
La televisión se encendió y, mientras veía los anuncios y me comía una cucharada de nata, llamé a Kisten. Nada. Después llamé a Pizza Piscary's y escuché el mensaje grabado que ponían durante las horas de apertura del local mientras me preguntaba por qué no contestaba nadie. Debían de estar realmente ocupados.
Incliné la cabeza y miré el vestíbulo oscuro. Podría coger las llaves y acercarme hasta allí, pero había mucha poli en la calle y me preocupaba que me pillasen con el permiso de conducir retirado.
Se escuchó otro estallido fuera, esta vez más cerca, y las luces parpadearon.
?Dos ardillas?, pensé, y luego fruncí el ce?o. Estaba oscuro. No había ninguna ardilla. Quizá alguien estaba disparando al azar de nuevo a las farolas.
Me picó la curiosidad, así que dejé el bol y me acerqué para mirar por una ventana. El golpe en la puerta me hizo girarme por completo y Ceri entró como un rayo.
—??Rachel?! —exclamó con una sombra de preocupación en su rostro con forma de corazón—. Rachel, gracias a Dios —dijo acercándose y agarrándome la mano—. Tengo que sacarte de aquí.
—?Qué? —dije con aire inteligente, y luego vi entrar a Keasley tras ella. Los pasos del anciano de color eran dolorosamente rápidos, a pesar de su artritis—. Ceri, ?qué pasa?
Keasley me hizo una reverencia con la cabeza y luego cerró y atrancó la puerta.
—?Eh! —exclamé—. Ivy todavía no ha llegado.
—No va a venir —dijo el viejo brujo, acercándose cojeando—. ?Tienes un saco de dormir?
Yo lo miré perpleja.
—No, lo perdí en el gran ba?o de agua salada de 2006. —Había perdido muchas cosas durante mi amenaza de muerte de la SI, y comprarme otro saco de dormir no estaba entre mis prioridades—. ?Y cómo sabes que Ivy no va a venir? —a?adí.
Ignorando mis palabras, el anciano se dirigió hacia mi habitación por el pasillo.
—?Eh! —repetí, y luego me giré hacia Ceri cuando me agarró el brazo—. ?Qué está pasando?
Ceri se?aló la televisión, que ahora era un batiburrillo de ruido y confusión.
—Está aquí —dijo con la cara blanca como la leche—. Al está a este lado de las líneas. Libre y sin estar bajo coacción de nadie, tanto de día como de noche.
Mis hombros se relajaron de inmediato.
—Dios, lo siento, Ceri. Quería decírtelo. Tienes que comprarte un teléfono. Al fue al ensayo y a la cena de Trent.
El elfo abrió los ojos de par en par.
—??En serio?! —exclamó, y yo me encogí.
—Iba a decírtelo en cuanto llegase a casa, pero me olvidé —dije como pretexto, preguntándome cómo lo había averiguado tan pronto—. Pero no pasa nada. Solo me busca a mí. Puede estar bajo el sol porque hizo un trato con Lee para poseer su cuerpo hasta que Lee me mate. Y eso no va a ocurrir hasta que Al acabe lo que tiene que hacer conmigo. —No podía decirle que el trato que ella había hecho con Al era la razón por la que esta vez me buscaba a mí. La preocuparía.
Ceri dudó.