Por unos demonios más

Keasley metió los termos manchados de café en el cubo, gru?endo mientras estiraba la espalda.

 

—La derribaste porque iba a utilizar la magia para detenerte. ?Y si tú hubieses reaccionado también con tu magia? Eso habría dado miedo. Pero no lo hiciste y demostraste un control que ella había olvidado mantener. Ahora está superavergonzada, pobrecita.

 

Lo miré perpleja; no me había dado cuenta.

 

—Me alegro de que la empujases —dijo con aire meditabundo—. Estas últimas semanas se le habían subido un poco los humos.

 

Me metí detrás de la oreja un mechón de pelo empapado, helado.

 

—Aun así estuvo mal —dije. él me dio una palmadita en el hombro y sentí el aroma del café caliente. Miré mi camisa roja nueva. El algodón chupaba el agua salada como una esponja. Mierda. Si no la había estropeado tendría mucha suerte.

 

Cogí mi edredón de la lápida donde estaba colgado y lo sacudí. Soltó tierra y hierba cortada de la semana pasada. Todavía mantenía el calor de mi cuerpo y, tras ponérmelo encima a modo de capa, torcí la vista con el brillo de la bruma e intenté recordar a qué hora salía el sol en julio. A esa hora yo solía estar dormida, pero llevaba inconsciente desde medianoche. Iba a ser un día muy largo.

 

Keasley bostezó y se dispuso a marcharse con su silla.

 

—He llamado a tu madre —dijo metiendo la mano en un bolsillo y dándome mi teléfono—. Está bien. Las cosas deberían calmarse. La radio dijo que Piscary capturó a Al en un círculo y que lo desterró, liberando al se?or Saladan. El maldito vampiro es el héroe de la ciudad.

 

Sacudió su pelo grisáceo y yo asentí. ?Que liberó a Lee de Al? No lo creo. Metí el teléfono en un bolsillo con torpeza a causa de la tela mojada.

 

—Gracias —dije, y luego me fijé en su expresión de duda—. Están trabajando juntos, ?verdad? Me refiero a Piscary y a Al —dije mientras lo cogía todo y me ponía justo detrás de Keasley.

 

Su cabello plateado brilló bajo el sol cuando asintió.

 

—Parece una suposición plausible.

 

Solté un gran suspiro. Su relación venía de lejos y ambos sabían que los negocios eran los negocios y parecía no importarles que el testimonio de Al fuese el que había encerrado a Piscary. Entonces, ahora Piscary estaba fuera de la cárcel. La ciudad estaba segura pero yo tenía problemas. Era lo más probable.

 

Llevaba la almohada bajo el brazo, la manta sobre los hombros y, en la mano, dentro del cubo, la radio y los termos. Entonces, mientras intentaba mantener el equilibrio, dije suavemente:

 

—Gracias por pararme los pies anoche. —él no dijo nada, y entonces yo a?adí—: Tengo que salir de aquí.

 

Keasley puso una mano artrítica sobre una piedra junto a la que pasamos y se detuvo.

 

—Si haces otro movimiento en dirección a Piscary te enchufaré otro hechizo.

 

Yo fruncí el ce?o y, ense?ando los dientes, Keasley sonrió y me devolvió la pistola de bolas.

 

—Ivy es un vampiro, Rachel —dijo el anciano perdiendo la alegría—. A menos que empieces a aceptar algo de responsabilidad, deberías asumir que ella está en el lugar que le corresponde y abandonar.

 

Me puse rígida y tiré hacia arriba de la manta cuando se me escurrió.

 

—?Qué demonios significa eso? —le espeté, dejando caer la pistola con la radio.

 

Pero Keasley sonrió y movió su estrecho pecho mientras recobraba el aliento.

 

—O haces oficial vuestra relación o la dejas marchar.

 

Sorprendida, lo miré fijamente, entrecerrando los ojos con el fuerte sol de la ma?ana.

 

—?Perdona?

 

—Los vampiros tienen una disposición inquebrantable —dijo poniéndome un brazo sobre el hombro y conduciéndonos a ambos hacia la verja—. Aparte de los se?ores vampiros, necesitan contar físicamente con alguien más fuerte que ellos. Es algo que llevan en la sangre, como los hombres lobo y los alfas. Ivy parece poderosa porque hay muy pocas personas más fuertes que ella. Piscary es una y tú eres la otra.

 

Caminé más despacio para seguirle el paso.

 

—Yo no puedo vencerlo. A pesar de lo que quería hacer anoche. —Dios, era vergonzoso. Me merecía haber sido abatida con mi propio hechizo.

 

—Nunca he dicho que pudieses vencer a Piscary —dijo el viejo brujo mientras nos ayudábamos mutuamente a caminar sobre el inestable suelo del cementerio—. He dicho que eres más fuerte que él. Puedes ayudar a Ivy a ser lo que ella quiera, pero si consigue dejar atrás su miedo y hace las paces con sus necesidades, volverá con Piscary. No creo que se haya decidido todavía.

 

Me sentí extra?a.

 

—?Por qué crees eso?

 

Sus arrugas se hicieron más profundas.

 

—Porque anoche no intentó matarte.