Por unos demonios más

Eso no era nada justo.

 

Sentí el aroma intenso a azufre al encender una cerilla para poner en marcha la cocina. Contuve el aliento mientras se disipaba el humo y me puse a pensar. Si no hacía algo pronto, me iban a matar. O Cincy me pasaría por encima como un tren por cenar con Al, dejarle que incinerase a unos matones y luego enviase a seis brujas a siempre jamás. O bien el se?or Ray y la se?ora Sarong se aliarían para matarme por el foco. Y también estaba la facción aún por descubrir que seguía intentando averiguar quién tenía ese trasto, según Al. Tenía que deshacerme de él. No sabía cómo habían logrado los vampiros mantenerlo en secreto durante tanto tiempo. Demonios, lo habían tenido oculto durante siglos antes de que Nick lo encontrase.

 

Mi rostro estaba inexpresivo y mis movimientos se hicieron más lentos mientras colocaba la tetera sobre la llama. Vampiros. Piscary. Necesitaba protección de todo el mundo y más, protección en la que estaba especializado Piscary. ?Y si le daba a Piscary el foco a cambio de su maldita protección? Claro, Al y Piscary trabajaban juntos, pero la política vampírica estaba antes que los juegos de poder personales. Y aunque Al lo averiguase, ?qué? Al había venido aquí para esconderse. Una vez el foco estuviese seguro, podría llamar a Minias y delatar a Al para librarme de él. Quizá así lo tendría de mi parte, ?no? Entonces me libraría tanto de Al como de Piscary y el maldito foco estaría de nuevo oculto a buen recaudo.

 

Me quedé de pie en la cocina mirando a la nada, sintiendo euforia y angustia al mismo tiempo. Tendría que confiar en que Piscary lo mantuviese oculto y que renunciara a su deseo de matarme. Pero él pensaba en términos de siglos y yo no iba a durar tanto. Los vampiros no querían que cambiase el statu quo. Piscary tenía todas las de ganar si se lo daba, y lo único que tenía que perder era la venganza.

 

Joder, si hacía eso bien podría liberar a Lee y Trent me debería muchísimo.

 

—Vaya —susurré. Sentía raras las rodillas—, esto me gusta…

 

Sonó el timbre de la puerta principal y pegué un brinco. Rex estaba sentada en el umbral de la puerta de la cocina… mirándome… y la acaricié al pasar a su lado. Con un poco de suerte, sería Ceri. Ya tenía el té a medio hacer.

 

—?Rache! —dijo Jenks, saliendo disparado de quién sabe dónde y con voz nerviosa mientras yo caminaba descalza por el santuario—. Nunca adivinarías quién está en la puerta principal.

 

?Ivy?, pensé con el corazón en un pu?o, pero ella habría entrado sin más. Dubitativa, aparté la mano de la puerta, pero Jenks parecía muy nervioso y brillaba en la oscuridad sofocante del pasillo de emoción, no de miedo.

 

—Jenks —dije desesperada—, corta el rollo de las preguntitas y dime quién está ahí fuera.

 

—?Abre la puerta! —dijo con los ojos brillantes y desprendiendo polvo—. No hay peligro. ?Por las bragas de Campanilla! Voy a buscar a Matalina y a los ni?os.

 

Rex nos había seguido, atraído por Jenks, no por mí, e imaginándome un montón de cámaras y furgonetas de televisión, agarré el cerrojo y lo deslicé hasta abrir. Nerviosa, me miré de arriba abajo, consciente de la imagen desastrosa que tenía y de mi pelo empapado de agua salada, con un pixie a mi lado y un gato junto a mis pies descalzos. ?Dios, vivía en una iglesia!

 

Pero en los escalones de mi casa no había ningún equipo de noticias, sino alguien que me miraba entornando los ojos a causa del sol. Era Trent.

 

 

 

 

 

26.

 

 

Trent parecía sorprendido, pero luego recuperó la confianza que le otorgaba su traje de seiscientos dólares y su corte de pelo de cien. Quen estaba de pie en la acera como si fuese una carabina. Trent tenía en la mano un paquete azul claro del tama?o de un pu?o y la tapa estaba cerrada con una lazada a juego ribeteada en dorado.

 

—?Llego en mal momento, se?orita Morgan? —dijo Trent mirando con sus ojos verdes mis pies descalzos, luego a Rex y luego de nuevo a mí.

 

Pero si eran las siete. Yo ya debería estar en cama y él lo sabía. Consciente de mis pintas, me aparté los rizos de los ojos. Se me pasó por la cabeza contarle mi idea para liberar a Lee de Al, pero había venido por Ceri. Casi me había olvidado.

 

—Por favor, dime que eso no es para mí —dije mirando el regalo, y él se sonrojó.

 

—Es para Ceri —dijo con aquella voz que se mezclaba con la ma?ana húmeda—. Quería regalarle algo como muestra visible de lo mucho que me alegro de haberla encontrado.

 

Muestra visible… Dios, Trent ya estaba colado por ella sin conocerla. Yo fruncí los labios y me crucé de brazos, pero Rex estaba arruinando mi imagen de tía dura al enredarse en mis pies. A mí no me enga?aba, se estaba frotando por conveniencia, eso es todo… y, cuando se dio cuenta de que estaba húmeda, me miró como si la hubiese insultado y se marchó.

 

—Tú no has encontrado a Ceri —dije con sequedad—, yo fui quien la encontró.