—Eso no explica por qué estás calada hasta los huesos —se apresuró a decir.
Apreté la mandíbula, pero luego me obligué a relajarme. Jolín, si Ivy podía hacerlo, yo también.
—No —dije alegremente—. Eso es cierto.
Descendió cuidadosamente para sentarse en el banco del piano e inclinó la cabeza.
—?Tienes problemas con tus hechizos? —dijo, en busca de una respuesta.
—En absoluto.
Quen dejó a Rex en el suelo y la gata se sacudió haciendo sonar la campanita que Jenks le había puesto. Observé que Trent no dejaba de moverse y, al notar el color un tanto intenso de su cara y su articulación escueta, me di cuenta de que estaba nervioso. Pensé en lo mal que me había parecido que me pidiese que trabajase en la seguridad en su boda y en que me había culpado de que Lee fuese ahora el familiar de un demonio. Me sentí un poco culpable, pero se me pasó pronto. Sin embargo, si conseguía librar a Lee de Al, Lee tendría una gran deuda conmigo. ?Tanto como para dejarme en paz, quizá?
—Ah —dije con voz de duda en medio de las risas de los pixies, y Trent me miró con interés con sus ojos verdes. Alguien que estaba en las vigas chilló cuando alguien lo o la tiró y a Trent le temblaron los párpados.
Sentí un poquitín de compasión, así que me puse de pie y di una palmada mirando al techo.
—De acuerdo, ya habéis visto suficiente. Es hora de marcharse. Hay papel encerado detrás del microondas. Id a pulir la aguja.
Quen se sobresaltó cuando los hijos de Jenks descendieron formando un torbellino de seda y emitiendo agudas quejas. Jahn tomó el mando y, con las manos en las caderas igual que hacía su padre, los amenazó para que se dirigiesen todos al pasillo.
—Gracias, Jhan —dije—. Antes me ha parecido escuchar arrendajos azules. Tened cuidado con ellos.
—Sí, se?orita Morgan —dijo el pixie totalmente serio, y luego se marchó seguido por Rex. Se oyó un golpe en la cocina y luego un grito, y luego todo quedó en silencio.
Con un gesto de dolor, me apoyé en el respaldo de la butaca de Ivy. Quen me miró con expectación y Trent dijo:
—?No vas a ir a ver lo que han roto?
Yo sacudí la cabeza.
—Yo… quería darte las gracias de nuevo por interrumpir ayer a Al —dije, y noté calor en la cara. ?Dios! Al casi me había llevado al orgasmo, allí, delante de todo el mundo. Trent centró su atención en los pixies que estaban en el jardín lateral y que se veían borrosos a través de las ventanas de vidriera, y luego me volvió a mirar.
—No fue nada.
Incómoda, me crucé de brazos.
—De verdad. No tenías por qué hacerlo y te lo agradezco.
Quen cambió de posición y se acomodó y, al verlo relajado, Trent también adoptó una postura menos rígida. Pero seguía pareciendo un modelo masculino allí sentado al piano de un cuarto de cola de Ivy.
—No me gustan los abusones —dijo sin más, como si le diese vergüenza.
Yo hice una mueca y deseé que Ceri se diese prisa. Se oyó un pitido procedente de la cocina y mi oído medio captó el zumbido de la electricidad. Se encendieron las luces, invisibles a causa del sol, y a mis espaldas la televisión empezó a emitir ruido. Busqué el mando a distancia y la apagué.
De repente sentí vergüenza y me enfadé conmigo misma. Notaba que Trent me evaluaba a mí y a mi vida: mi peque?o televisor, los muebles del salón de Ivy, mi escritorio lleno de plantas, los dos dormitorios, la iglesia con dos ba?os en la que vivíamos… Me fastidiaba no estar a la altura de su enorme sala de estar, su televisión de pantalla grande y su equipo de música que ocupaba una pared.
—Disculpadme —murmuré al oír que la lavadora se estaba llenando. Apuesto a que a Trent no le agradaría tener el chup chup de una Whirlpool de fondo.
Fui apagando las luces del techo a medida que pasaba junto a ellas, me detuve en mi cuarto de ba?o y abrí la tapa de la lavadora. Podría absorberla. Luego hice una comprobación rápida en el ba?o de Ivy por si Trent quería rebuscar en su botiquín con la excusa de utilizar el retrete. Estaba limpio y ordenado, y el aroma a incienso y cenizas de vampiro no era más que el leve rastro amortiguado por el jabón con olor a naranja que solía utilizar. Me invadió la tristeza y me dirigí a la cocina para ver si las luces estaban encendidas.
De repente, sonó mi teléfono y la música electrónica que tenía puesta me asustó. Revolví para buscarlo y me cagué en Jenks. Normalmente lo tenía programado para que vibrase, pero alguien (es decir, Jenks), había estado haciendo el tonto con él y había cambiado los tonos de llamada. Buscando en mis bolsillos al ritmo de I've got a Lovely Bunch of Coconuts, por fin conseguí sacar aquella maldita cosa. Muy divertido, Jenks. Ja, ja.