Por unos demonios más

—Eh, ?eso significa que no vas a venir?

 

él cruzó la sala rígido en dirección a sus futuros suegros, claramente intentando escapar. Sentí un picor en la nuca que me hizo mirar a Quen. Tenía las cejas levantadas a modo de pregunta y yo miré a otro lado antes de que decidiese acercarse. Abrazada a mí misma, me dirigí a una mesa apartada en la que pudiese sentarme durante el resto de la noche. Jenks aterrizó en mi pendiente formando un tobogán de chispas doradas; su peso casi inexistente era reconfortante y familiar.

 

—?Le has hablado de Ceri? —preguntó.

 

Yo asentí y la música terminó con un hermoso solo ascendente de la cantante.

 

Jenks me abanicó el cuello con sus alas.

 

—?Y qué ha dicho?

 

Suspirando, me senté y me puse a jugar con los paquetitos de azúcar.

 

—Nada.

 

 

 

 

 

24.

 

 

Me dolían los pies y, mientras recorría las últimas manzanas que hay desde la parada del autobús a mi iglesia, hice una pausa y me apoyé en un arce para quitarme los zapatos planos. Un coche que iba demasiado rápido produjo un zumbido y puse mala cara al escuchar los frenos chirriar cuando trazó la curva. Jenks saltó de sorpresa en mi hombro cuando me doblé para quitarme los zapatos y salió disparado aleteando con fuerza.

 

—?Eh! —me espetó mientras despedía polvo de pixie—. ??Qué te parece si me avisas, bruja!? Yo levanté la mirada.

 

—Lo siento —dije cansada—. Estabas tan callado que me había olvidado de que estabas ahí.

 

El ruido de sus alas se suavizó y volvió a mi hombro.

 

—Eso es porque estaba durmiendo —admitió.

 

Me erguí con los zapatos en la mano. La fiesta había terminado temprano para que todos los buenos elfos pudiesen llegar a casa a tiempo para su siesta de medianoche. Los pixies se regían por el mismo reloj y dormían cuatro horas en torno a la medianoche y otras cuatro a mediodía. No me extra?aba que Jenks estuviese cansado.

 

Sentí el calor de la acera quebrada bajo mis pies y continuamos en medio de la oscuridad, solo atenuada por las luces de las farolas, hacia el alegre brillo de la bombilla que iluminaba el cartel de Encantamientos Vampíricos colocado sobre la puerta. Se oyó una sirena en la distancia. No habría luna llena hasta dentro de unos días, pero las calles habían estado revueltas, incluso aquí, en los Hollows.

 

No es que estuviese escuchando, pero había oído decir en el autobús que El Almacén de la calle Vine se había vuelto a incendiar. La ruta del autobús no nos llevaba cerca de allí, pero había visto muchísimos coches de la SI. La poca gente que iba en el bus parecía asustada, a falta de una palabra mejor, pero aun así mis pensamientos estaban demasiado ocupados con mi§ propios problemas como para iniciar una conversación y, al parecer, Jenks iba durmiendo.

 

Subí los escalones sin hacer ruido, abrí la puerta y miré los percheros con la esperanza de ver colgada alguna prenda de Ivy. Pero nada.

 

Jenks suspiró desde mi hombro.

 

—La voy a llamar ahora mismo —dije dejando en el suelo los zapatos y girando el bolso.

 

—Rache. —El pixie alzó el vuelo y revoloteó hasta que me tuvo enfrente—. Ha pasado un día entero.

 

—Por eso la voy a llamar. —El teléfono comenzó a dar tono mientras entraba en el santuario encendiendo las luces en dirección a la cocina. Me sentía culpable. No podía haber averiguado lo de Kisten y, aunque así fuese, me habría echado una bronca antes de marcharse. Creo.

 

El sonido de los grillos se unió al zumbido de las alas de libélula de Jenks y encendí la luz de la cocina. Entorné los ojos hasta que se acostumbraron a la claridad. Era muy triste la ausencia del ordenador de Ivy y dejé en bolso sobre la mesa para hacer que el espacio pareciese menos vacío. Oí tono hasta que el teléfono de Ivy me informó de que me derivaba al buzón de voz, así que colgué antes de que me cobrasen la llamada.

 

Cerré el teléfono con tristeza. Jenks estaba sentado sobre sus artemias salinas, moviendo ligeramente los pies y con las alas inmóviles por la preocupación.

 

—Si no es una de vosotras, es la otra —dijo amargamente.

 

—Eh, yo no fui la que se fue el pasado invierno —dije cogiendo en la nevera una de las botellas de agua de Ivy.

 

—?De verdad quieres hablar de eso? —me espetó, y yo sacudí la cabeza con un gran sentimiento de culpa.

 

—Quizá esté con Kisten —dije mientras abría el tapón de plástico y bebía un sorbo. No tenía sed, pero me hacía sentir mejor, como si Ivy pudiese entrar hecha una furia preguntándome qué estaba haciendo bebiendo de su agua.

 

Jenks echó a volar, desplegó sus alas lentamente y se puso de pie sobre el frasco.

 

—Avísame si sabes algo. Lo dejo por esta noche. Jhan está a cargo si surge algo. Si me necesitas, avísalo.

 

Abrí los ojos como platos. ?Tenía a sus hijos de centinelas?

 

—?Jenks? —pregunté, y él se giró en la puerta de mosquitera, volando junto al agujero para pixies.

 

Levantó y dejó caer los hombros.