—No seas idiota —dijo Al, pero estaba sudando. Pude ver una gota de sudor en su sien y la mano con la que estaba agarrando la mía estaba humedeciéndose—. He venido a matarte. Lentamente.
—Entonces hazlo —dije rotundamente—. Si lo haces volverás a siempre jamás. Te has gastado una barbaridad en estar aquí a plena luz del día. El único que lo sabe es un demonio loco que probablemente ya se haya olvidado de ti. —Al frunció el ce?o. Consciente de que estaba confiando demasiado en mi suerte, dije—: ?Qué has hecho? ?Te has olvidado de devolver un libro a la biblioteca?
Sentí un fuerte dolor que me atravesó la mano e intenté alejarme de él.
—Es culpa tuya —espetó Al con una mirada de odio que me hizo dejar de protestar—. Newt ha averiguado que Ceri corretea bajo un sol amarillo y que sabe tejer energía de líneas luminosas y, como Ceri es mi familiar, yo soy el responsable.
—Suéltame —dije, retorciendo los dedos.
—Si vuelvo tendré que rendir cuentas —dijo con voz misteriosa, apretándome más.
—?Me estás haciendo da?o! —dije—. Si no me sueltas te voy a dar una patada en los mismísimos.
Al me soltó y yo me separé, quedándome a un metro de él y echando chispas por los ojos mientras la orquesta seguía tocando; la voz de la cantante ahora sonaba distraída e incómoda. Nos miramos mutuamente durante un instante y luego me volvió a agarrar la mano y empezamos a bailar de nuevo.
—Perdóname —dijo, pero no sonaba para nada arrepentido—. Es normal que esté molesto. Nunca había estado en una situación similar. —Me miró con los ojos entrecerrados—. Ellos no saben que tú lo sabes y te interesa mantener la boca cerrada sobre esto. Pero tú estabas allí cuando hice el trato con ella, así que vas a decirles que ella está obligada a mantener la boca cerrada salvo por un ni?o. Que el da?o está contenido.
Mi pulso latía muy rápido, pero él ahora me agarraba otra vez con suavidad. La canción terminó y enlazamos con la siguiente, reduciendo el paso. Sonó I Don 't Stand a Ghost of a Chance. ?Era obvio! Arqueé mucho las cejas y puse una cara convincente.
—?Quieres que confirme tu historia? —dije mordazmente—. Ellos no confían en ti. ?Por qué debería hacerlo yo?
De repente se enfadó y, antes de que pudiese reaccionar, me atrajo hacia él. Tomé aire bruscamente y se me fue toda la bravuconería con la oleada de miedo que me invadió.
—Oh —susurró Al con tono amenazante moviendo al hablar mis rizos—, no hace falta ponerse desagradable. —Me apretujó contra él y puso su poderosa mano en mi nuca.
Sentí un subidón de adrenalina. Estaba jugando con fuego. ?Estaba mofándome de un maldito demonio!
A mis espaldas, la orquesta seguía tocando, aunque de manera temblorosa. Al ver mi miedo, Al separó los labios para formar una sonrisa vil. Se acercó a mí, inclinó la cabeza y susurró:
—No tiene por qué ser así…
Me acarició el cuello con la mano y yo contuve el aliento. Una cálida necesidad me atravesó el cuerpo, brillando de neurona en neurona, iluminando el camino hacia mi interior. Me temblaban las rodillas pero no me moví, aferrada a él. Estaba jugando con mi cicatriz y lo estaba haciendo muy, pero que muy bien.
Mi siguiente aliento fue un jadeo discordante. No podía pensar, aquello me gustaba tanto…
Nuestros alientos se mezclaron, uniéndonos, cuando su aliento entró como un remolino en mis pulmones. El olor a ámbar quemado se mezcló con la deliciosa sensación que me insuflaba, combinando para siempre ambas.
—?Pensabas que solo los vampiros podían jugar con tu cicatriz? —murmuró Al, y yo me sacudí cuando me acarició con el pulgar. Nosotros llegamos primero. Ellos no son más que nuestra sombra.
—Pa… para —dije cerrando los ojos. Mi pulso era un repiqueteo rápido. Tenía que alejarme de eso.
—Mmm, qué piel tan hermosa —susurró, y yo sentí un escalofrío—. Has estado jugando con un hechizo de tocador, querida. Te queda bien.
—Vete a… al infierno —dije resollando.
—Ven conmigo y testifica que Ceri ha aceptado no ense?arle a nadie salvo que tenga una hija —insistió—. Me llevaré una marca. Te daré una noche de esto. Cien hechizos de vanidad. Lo que quieras. Rachel… no tenemos que ser adversarios.
Se me escapó un quejido tan ligero como una pluma.
—Estás más loco que Newt si piensas que voy a confiar en ti.
—Si no lo haces —dijo proyectando sobre mí su aliento cálido y húmedo—, te mataré.
—Entonces nunca conseguirás lo que quieres. —Me agarró con más fuerza. Reuní fuerzas al darme cuenta de que estaba intentando dominarme y abrí los ojos de par en par—. ?Suéltame! —le dije, cerrando el pu?o y empujando.