La orquesta de veinticuatro componentes que Ellasbeth había contratado se estaba tomando un descanso y solo se escuchaba la intensidad muda de una sola guitarra clásica como agradable fondo de la conversación autoenaltecedora que estaba teniendo lugar al otro extremo de la mesa. Había perdido hacía tiempo mi postura recta y tenía un codo apoyado sobre el prístino mantel de lino mientras recorría con los dedos el tallo de mi copa de vino y me preguntaba si podría cobrarle a Trent los cuarenta mil aunque Al no hiciese nada.
La cena de ensayo había sido soberbia. Podría haber vivido durante una semana con lo que habían puesto delante de mí y me molestaba tanto despilfarro. Pero eso no era nada comparado con lo incómoda que me sentí durante la conversación de la cena. Ellasbeth nos había puesto a mí, a Quen y a Al tan lejos de ella como había podido. Estaba segura de que si le hubiesen dejado, aquella tiquismiquis nos habría puesto en otra sala. Al estaba donde estaba por miedo, yo por rencor, y Quen para mantenernos vigilados a los dos.
Todo el mundo que estaba en nuestra parte de la mesa se había ido hacía tiempo. El ni?o que llevaba los anillos y sus padres, las ni?as de las flores y sus familias, el que colocaba a la gente en la iglesia y la mujer que iba a cantar, todos estaban riéndose formando un círculo de zalamería en torno a Ellasbeth. Trent estaba sentado junto a ella. Parecía cansado. Quizá debería haberse implicado más en los preparativos de la boda y asegurarse de que algunos de sus amigos estuviesen invitados para compensar a los de Ellasbeth. Quizá no tuviese ningún amigo.
Ahora mismo, la silla de Al estaba vacía, ya que se había disculpado para ir al excusado. Quen había ido con él y yo no tenía nada que hacer hasta que volviesen. Me pareció rara la idea de que un demonio utilizase los ba?os y me pregunté si Al era un ser vivo y estaba acostumbrado a hacerlo o si ir al ba?o era una experiencia nueva y emocionante para él.
Jenks se había pasado la noche en la lámpara de ara?a para evitar a la se?ora Withon. Deseé que rociase a Ellasbeth con polvo de pixie para provocarle picores y así poder marcharnos. Cansada, levanté mi copa y bebí vino. Ma?ana me arrepentiría pero, a la mierda, era uno de los mejores tintos que había probado jamás. Habría mirado la etiqueta, pero sabía que estaba fuera de mi alcance, incluso aunque no tuviese alergia.
Miré a Ellasbeth y se me pasó por la cabeza que ella sabía que era alérgica al vino y que lo había servido a propósito. Como si notase que la estaba mirando, se giró hacia mí con aire de suficiencia mientras hablaba con sus amigas. Su rostro cambió de expresión cuando se oyó la voz de Al en el pasillo. El demonio que estaba en el cuerpo de Lee venía riéndose seguido por la orquesta y me preocupé, hasta que vi a Quen con él. Oí el aleteo de Jenks, procedente de la ara?a, que indicaba que los había visto.
Quen me miró a los ojos y me relajé, bebí otro sorbo de vino y luego aparté la copa. Estaba sorprendida de lo fácil que había sido trabajar con el elfo. Nos complementábamos el uno al otro y parecíamos haber encontrado un cómodo lenguaje corporal que normalmente me costaba un tiempo conseguir con alguien nuevo. No estaba segura de si aquello era bueno o no.
La banda se colocó en su lugar y empalmó perfectamente una suave pieza de jazz de los a?os cuarenta justo cuando terminó la guitarra. Aplaudí con el resto cuando una mujer que llevaba un vestido de lentejuelas empezó a cantar What's New. Me recosté y luego me sobresalté cuando sentí una mano en mi silla.
Con el corazón en la garganta, me giré y mi alarma se convirtió en autodesprecio. Era Lee, bueno, más bien Al, y sus ojos marrones de aspecto normal brillaban de diversión. Con el pulso todavía acelerado, miré a Quen. El hombre sonrió, al parecer disfrutando de mi sorpresa.
—?Qué quieres? —dije, quitando la mano enguantada de Al del respaldo de mi silla.
él levantó la mirada en dirección a la peque?a pista de baile mientras Trent y Ellasbeth se dirigían hacia ella. Genial. Estaban bailando. Tendría que quedarme allí toda la noche.
Sonriendo como… bueno, como un demonio, Al me hizo un gesto para invitarme a bailar. Yo resoplé y crucé las piernas.
—Ya. —No pensaba bailar con Al.
Los impactantes rasgos asiáticos de Lee formaron una sonrisa.
—?Tienes algo mejor que hacer? Tengo una propuesta con respecto a esa asquerosa marca mía que llevas.