Por unos demonios más

—Tú… mmm, ?confías en mí para asuntos delicados? —le dije a Trent—. ?Qué significa eso? —Trent siguió con la mirada a una bandada de palomas y parpadeó cuando cruzaron frente al sol.

 

—Significa que confío en que mantendrás el pico cerrado y las manos lejos de mi despacho.

 

Quen se giró y permaneció de pie casi fuera de mi vista. Yo me giré para mantenerlo dentro de la conversación.

 

—Eso te molestó, ?no? Que pudiese entrar a hurtadillas en tu oficina —pregunté.

 

Con las orejas rojas, Trent me miró.

 

—Sí.

 

Satisfecha, me encogí de hombros. Le quedaba bien la ropa informal y me pregunté qué aspecto tendría sentado en una hamburguesería con los codos en la mesa y las manos sosteniendo una hamburguesa de ternera de doscientos gramos. No era mucho mayor que yo y tuvo que madurar rápido al morir sus padres. Quería preguntarle si sus hijos tendrían las orejas puntiagudas al nacer, pero no lo hice.

 

—No volveré a hacerlo —dije de repente, sin saber por qué.

 

Al escucharme, Trent se giró para tenerme enfrente.

 

—?Entrar a la fuerza en mi casa? ?Eso es una promesa?

 

—No. Pero no lo haré.

 

Quen carraspeó para ocultar una risilla. Con sus ojos verdes clavados en mí, Trent asintió. No parecía feliz y sentí pena por él.

 

—Confiaré en ello.

 

Quen se puso tenso, pero estaba mirando al cielo, no a mí. Levanté una mano cuando reconocí las alas de Jenks.

 

—Rache —dijo jadeando cuando aterrizó en mi mano y se agarró al pulgar al estar a punto de caerse—. Tenemos un problema… que viene por la carretera… en un Chevy del 67.

 

—Mejor que un cable trampa —le dije fríamente a Quen mientras me preguntaba si debería sacar mis esposas nuevas del bolso y ponérmelas en la cadera. Luego le pregunté a Jenks—: ?Quién es? ?Denon?

 

El coche en cuestión giró la esquina: era un descapotable azul pálido y llevaba la capota bajada. Entró pisando a fondo en el otro extremo del aparcamiento. Quen pasó de su estado informal al protector. Con el pulso a mil, invoqué una línea. La ráfaga de poder me cogió por sorpresa y casi me caigo.

 

—Estoy bien —dije apartándole el brazo a Trent—. Quédate detrás de mí.

 

—?Es Lee! —dijo Trent con el rostro iluminado—. ?Dios mío, Lee!

 

Me quedé con la boca abierta. El coche se detuvo y aparcó a tres metros, pisando las líneas. Trent dio un paso hacia delante, pero yo tiré de él hacia mí. ?Lee se había escapado de Al?

 

El hombre apagó el coche y levantó la cabeza sonriéndonos a los tres y entrecerrando los ojos a causa del sol. Dejó las llaves en el contacto, abrió la puerta y salió.

 

—?Lee…? —tartamudeé. No me lo podía creer. Me invadió un gran sentimiento de culpa. Aunque había intentado evitarlo, estaba presente cuando Al se llevó a Lee como familiar suyo en vez de a mí. Era imposible que se hubiera escapado, pero ahí estaba, inclinando su elegante cuerpo de surfero para salir del coche con una gracia inconsciente. Su naricilla y sus labios finos le daban un magnífico aspecto informal y su herencia asiática era evidente en su pelo profundamente negro y liso que llevaba cortado justo por encima de las orejas. Con un aspecto seguro de sí mismo y arrogante con aquel traje negro ligeramente desali?ado, caminó hacia nosotros con las manos estiradas.

 

—No es Lee —dijo Jenks tras moverse a mi hombro—. No es su olor y esa aura no es la de un brujo. Rache, ?ese no es Lee!

 

Mi pasmo se convirtió en cautela.

 

—?Atrás! —dije tirando de Trent y poniéndolo detrás de mí cuando se movió.

 

él estuvo a punto de caerse pero recuperó el equilibrio. Frunciendo el entrecejo, se tiró de la camisa para colocársela.

 

—El sol está alto, Morgan. Conozco unas cuantas reglas sobre demonios y esa no se puede violar. Lee se ha escapado. ?Qué te esperabas? Es un experto en magia de líneas luminosas. Trágate tus celos.

 

—?Mis celos! —le grité, sin creérmelo—. ?Quieres apostar tu vida? —Lee seguía avanzando y, estirando una mano, grité—: ?Quédate ahí mismo! ?Te estoy diciendo que te detengas!

 

Lee se detuvo obedientemente a tres metros de distancia con su pelo negro reluciendo bajo el sol. Sacó un par de gafas redondas de un bolsillo y se las colocó sobre su peque?a nariz, ocultando así sus ojos marrones. Con las manos abiertas y una postura casi de indignación por desconfiar de su inocencia, casi hizo una reverencia.

 

—Buenas tardes, Rachel Mariana Morgan. Estás excepcionalmente atractiva con el sol iluminándote el cabello, querida.

 

Me quedé pálida y di un paso vacilante hacia atrás. No era Lee. Era Al. La voz era la de Lee, pero la forma de hablar y la pronunciación eran las de Algaliarept. ?Cómo?

 

—?Maldita sea! ?Es Al! —dijo Jenks con una voz aguda, y me agarró la oreja más fuerte.

 

—Mételo en la iglesia —le susurré a Quen. Me sentía traicionada y casi entro en pánico. ?Aún era de día! ?Eso no era justo! Oí arrastrar unos pies detrás de mí y la queja indignante de Trent. Maldita sea, pensé. Esto no es una decisión en comité—. ?Sácalo de aquí! —grité.