La parte de atrás de la catedral consistía en un jardín estrecho y amurallado y un aparcamiento. Al llegar a la esquina puse mi teléfono en modo de vibración y lo metí en el bolsillo delantero de los vaqueros para enterarme si me llamaban. En el tercer lateral de la catedral había más plazas de aparcamiento, pero estaban vacías. Lo único que se veía era un Saturn último modelo cubierto de polvo a la sombra y una pista de baloncesto con la canasta atornillada a un mástil ligero y colocada según la altura establecida por la NBA. Enfrente había otra, mucho más alta. Mezclar especies en la pista no era una buena idea.
Me abracé a mí misma cuando el taxista se detuvo y montó la rueda izquierda sobre la acera baja de la calle de un solo sentido. Aparcó el coche y empezó a enredar con una carpeta sujetapapeles.
—?Quiere que la espere? —preguntó mientras miraba la deslucida fachada del otro lado de la calle.
Saqué un billete de veinte de la cartera y se lo di.
—No. Va a haber una cena después y alguien me llevará de vuelta. ?Me puede dar un recibo?
Ante eso, el hombre me miró levantando las cejas con una expresión de sorpresa en su rostro profundamente bronceado.
—?Conoce a alguien que se va a casar aquí?
—Sí. Voy a la boda de Kalamack.
—?Está de broma? —Sus ojos marrones se abrieron tanto que pude ver que su esclerótica estaba casi amarilla. Sentí un cosquilleo en la nariz y un ligero olor a almizcle. Era un hombre lobo. La mayoría de los taxistas lo eran. No tenía ni idea de por qué.
—Eh —dijo buscando una tarjeta y dándomela con mi recibo—. Tengo permiso de limusina. Si necesitan a alguien, yo estoy disponible.
Yo la cogí admirando su coraje.
—No lo dude. Gracias por el viaje.
—A cualquier hora —dijo mientras yo salía. Luego se asomó por la ventana y dijo—: Tengo acceso a un coche y todo. Este es solo mi trabajo de día hasta que acabe de sacarme el carné de piloto.
Sonriendo, asentí y me giré hacia las múltiples puertas. ?Carné de piloto? Eso es nuevo.
El taxi se fundió con el ligero tráfico y Jenks aterrizó desde dondequiera que estuviese.
—Te dejo sola cinco minutos —se quejó— y ya te están tirando los tejos.
—Solo quería echar una mano —dije mientras admiraba las cuatro ramas de vides esculpidas en forma de arco que estaban situadas sobre un juego de puertas de madera. Absolutamente hermoso…
—Eso es lo que estoy diciendo —gru?ó—. ?Por qué estamos aquí tan temprano?
—Porque es un demonio. —Miré las gárgolas y deseé poder hablar con ellas, pero intentar despertar a una gárgola antes de la puesta de sol era como intentar hablar con una mascota de piedra. Había muchas, así que la catedral probablemente era segura. Arrugué la cara al ver las flores en macetas que había en la acera y me pregunté si podría moverlas. Sería demasiado fácil para las hadas asesinas esconderse en ellas. Fijé mi atención en Jenks y a?adí—: Y por mucho que disfrutase viendo a Trent siendo abatido por una amante celosa o un demonio contrariado, quiero mis cuarenta mil por hacer de ni?era.
él inclinó la cabeza antes de posarse en mi hombro.
—Hablando del rey de Roma…
Seguí su mirada hacia la calle. Mierda, ellos también llegaban temprano, demasiado. Doblemente contenta por haber llegado cuando lo había hecho, me metí por dentro la camisa nueva y esperé mientras se aproximaban dos coches brillantes, totalmente fuera de lugar entre los camiones de plataforma y los Ford oxidados por el salitre.
Tuve que dar un salto y subirme a un escalón cuando el primero de ellos salió de la carretera y subió por completo a la ancha acera. Detrás de él venía un Jaguar que también aparcó sobre la acera.
—Me cago en las margaritas —dijo Jenks desde mi pendiente, y yo me quité las gafas para ver mejor.
Ellasbeth iba en el primer coche, en el asiento delantero y, mientras se reponía, el conductor uniformado abrió la puerta a un par de personas más mayores que iban sentadas detrás. El se?or y la se?ora Withon, supuse, ya que eran altos y elegantes, de tez morena y con el aspecto refinado de la Costa Oeste. Yo diría que tenían sesenta y tantos, pero muy bien llevados. Dios, eran elfos… probablemente podrían tener trescientos a?os. Aunque llevaban pantalones e iban vestidos de manera informal, era más que evidente que sus zapatos costaban más que el coche de la mayoría de la gente. Salieron del coche y sonrieron bajo el sol como si estuviesen mirando al pasado, viendo la tierra sin los edificios, los coches ni la apatía urbana.
Ellasbeth esperó estoicamente a que el conductor le abriese la puerta. Salió y se estiró la chaqueta corta que llevaba sobre una camisa blanca y se puso al hombro un bolso a juego. Taconeando con las sandalias, rodeó la parte trasera del coche ense?ando los tobillos con sus pantalones pirata. Iba vestida en tonos crema y melocotón y tenía su pelo amarillo recogido en una trenza similar a la mía pero con lazos verdes entrelazados. Llevaba los labios pintados de rojo y la sombra de ojos en su lugar. No miraba a la iglesia, lo que evidenciaba que no le gustaba estar allí.
Al ver su clase sentí vergüenza y agradecí que Jenks y Ceri me hubiesen echado una mano. Puse mi cara de felicidad y bajé el escalón.
—?No es una iglesita preciosa, madre? —dijo la mujer alta cogiendo a su madre por el brazo y se?alando la basílica—. Trenton tenía razón. Es el lugar perfecto para una boda discreta.