Trent carraspeó. Luego dio un paso adelante y me cogió por el codo para que me moderase, aunque lo escondió bajo un gesto amigable.
—El compromiso de la se?orita Morgan con su trabajo es tan obvio y tan directo como sus opiniones —dijo con sequedad—. Ya la he utilizado en el pasado y confío sin reservas en ella y en sus socios en cuanto a temas delicados.
?Me ha utilizado? Bueno, es más o menos cierto.
—Sé guardar un secreto —murmuró Jenks agitando las alas y moviéndome el pelo.
Do?a elfa le sonrió y, de nuevo, me pregunté qué relación entre especies habría antes entre los elfos y los pixies y qué se habría roto cuando los elfos pasaron a la clandestinidad. Los hijos de Jenks adoraban a Ceri. Por supuesto, también adoraban a Glenn y yo sabía que era humano.
Ellasbeth captó la mirada de aviso de su padre y frunció los labios ante la sonrisa encandilada de su madre.
—Trenton, querido —dijo la desagradable mujer cogiendo del brazo a su madre—. Voy a mostrarles a mis padres el interior de la catedral mientras tú les asignas sus tareas a los ayudantes. Es una iglesita tan pintoresca. Sinceramente, no sabía que hiciesen catedrales de este tama?o.
Yo me tragué mi ira, orgullosa de la basílica de los Hollows. Y yo no era la ?ayudante?. Era la persona que iba a evitar que la chusma se pusiese a lanzarles cosas mientras hacían desfilar sus culos de ricos por la calle principal.
—Me parece bien, cari?o —dijo Trent a mis espaldas—. Me reuniré contigo dentro.
Ellasbeth se inclinó para darle un besito en la mejilla y, aunque él le pasó una mano por la mejilla cuando se iba, no le devolvió el beso.
Taconeando por la acera, condujo a sus padres por la puerta lateral, ya que la principal estaba claro que estaba cerrada.
—Dile a Caroline que entre cuando llegue, ?vale? —dijo por encima del hombro, aprovechando para dejarnos claro que nos quedásemos fuera hasta que llegase la dama de honor. Por mí mejor.
—Lo haré —dijo Trent, y los tres elfos giraron la esquina con Ellasbeth hablando en voz alta a su madre de la preciosa y peque?a pila bautismal. Su padre estaba inclinado hacia su madre y hablaba con ella, claramente rega?ándola por su interés en Jenks. Ella no estaba escuchando y caminaba casi de lado en un intento por mirar por última vez a Jenks.
Jenks estaba callado y avergonzado. A mí me parecía raro, ya que siempre les encantaba a los humanos. ?Por qué iba a ser diferente gustar a un elfo?
—Mmm… Rachel —dijo haciendo mucho ruido con las alas mientras se elevaba para revolotear ante mis ojos—. Voy a echar un vistazo por ahí. Vuelvo en cinco minutos.
—Gracias, Jenks. —Pero cuando se lo dije ya se había ido y su peque?o cuerpo era como una mota volando a toda velocidad entre las agujas de la catedral.
Levanté la mirada y me encontré a Quen esperándome.
—?Esperas que me crea que un pixie es un refuerzo efectivo? —preguntó con las cejas levantadas—. ?Por qué lo has traído aquí? ?Estás intentando complicar la situación?
En cierto modo, la actitud de Quen no me sorprendía. Me puse rígida en se?al de despecho y me dirigí al lateral del aparcamiento.
—Tendrá información sobre todo el bloque en treinta segundos. Te dije que te estabas haciendo un flaco favor manteniendo tu jardín libre de pixies. Deberías estar rogándole a un clan que se mudase, no tejiendo redes pegajosas en tu porche. Son mejores centinelas que las ocas.
Las arrugas del elfo más viejo formaron otra al fruncir el entrecejo. Se había colocado a mi izquierda y, con Trent a mi derecha, me sentía rodeada.
—?Y tú confías en Jenks? —preguntó Quen.
Creo que fue la primera vez que Quen llamaba a Jenks por su nombre y yo lo miré mientras rodeábamos la esquina y el ruido del tráfico se amortiguaba.
—Incondicionalmente. —Nadie dijo nada y, avergonzada, solté—: No puedo protegeros si no estáis juntos. ?O acaso esto no es más que una manera de tener a alguien hermoso cogido de tu brazo cuando entras en una habitación?
—No, se?orita Morgan —dijo Trent suavemente mientras su flequillo se movía con la suave brisa—. Pero en vista de que el sol todavía está alto, ?qué peligro puede suponer un demonio? No espero que se presente Lee, y si lo hace, no será hasta que anochezca. —Dudó—. Con un demonio moviendo los hilos.
No podíamos entrar después de que Ellasbeth nos hubiese dicho que nos quedásemos fuera y no me emocionaba nada pasar más tiempo del necesario con ella. Parecía que a Trent le ocurría lo mismo, así que nos detuvimos junto a las escaleras laterales y la segunda entrada, menos imponente, situada al final del aparcamiento. Mis sandalias hicieron ruido al pisar las marcas blancas de la cancha de baloncesto, pero con aquellos delicados zapatos a Quen no se le escuchaba. Quería tener un par como esos, aunque me harían parecer mucho más baja.