Por unos demonios más

—?Discreta? —murmuró Jenks desde mi pendiente—. Pero si es un pedazo de catedral.

 

—Cállate —dije. Por alguna razón me gustaban sus padres. Parecían felices juntos y de repente me sorprendí queriendo recordarlos así, para que cuando me despertase sola por la noche supiese que había alguien que había encontrado el amor y que había conseguido que durase. No me extra?aba que Ellasbeth estuviese cabreada porque le pidiesen que se casase con alguien a quien no amaba, cuando había crecido viendo la felicidad de sus padres. Yo también estaría hecha una furia.

 

Se me erizó el vello de los brazos y, al girarme, vi a Quen ya fuera del resplandeciente Jaguar. Iba vestido con su pantalón y camisa negra habituales y un par de zapatos brillantes. Un cinturón de cuero con una hebilla de plata era lo único que llevaba como complemento. Me preguntaba si estaría hechizado. El hombre de las cicatrices levantó las cejas y me lanzó una mirada para saludarme y entonces decidí que probablemente sí lo estaba.

 

Quen se dirigió hacia la puerta de Trent pero, antes de que llegase, Trent ya la había abierto. Parpadeó al sentir el fuerte brillo del sol de la tarde y miró al cielo moviendo los ojos mientras divisaba la torre central bordeada por el sol. Los vaqueros le quedaban de maravilla. Estaban ligeramente gastados y le iban que ni pintados con sus botas. Llevaba una camisa de seda de color verde intenso que combinaba con los lazos del pelo de Ellasbeth. Aquel color favorecía mucho a su piel morena y su precioso pelo. Tenía un aspecto genial, pero no parecía feliz.

 

Al ver a los cinco elfos juntos me pregunté cuáles serían las diferencias. La madre de Ellasbeth tenía el mismo pelo fino que Trent, pero el de su padre se parecía más al de Ellasbeth, más encrespado; casi parecía un pobre intento de imitarlo. Junto a ellos, las facciones oscuras y el pelo de ébano de Quen parecían la otra cara de la moneda, pero no era menos élfíco.

 

Ellasbeth apartó la mirada de las filigranas que estaban sobre las grandes puertas cuando Trent y Quen se acercaron. De repente, me miró y su expresión se congeló. Yo sonreí al ver que se había dado cuenta de que llevábamos el mismo peinado. El rostro oculto bajo su maquillaje perfecto se tensó.

 

—Hola Ellasbeth —dije. Nos habían presentado por el nombre de pila la misma noche en que me encontró inmersa en su ba?era. Era una larga historia, pero bastante inocente.

 

—Se?orita Morgan —dijo, extendiendo una pálida mano—. ?Cómo está?

 

—Bien, gracias. —Le estreché la mano y me sorprendí al sentirla caliente—. Es un honor estar en la ceremonia. ?Se ha decidido ya por algún vestido?

 

La expresión de la mujer se tensó aún más.

 

—?Madre? ?Padre? —dijo sin contestarme—. Esta es la mujer que ha contratado Trenton para que trabaje como refuerzo en la seguridad.

 

Como si ellos no se diesen cuenta de que no soy una de sus amigas, pensé mientras les daba la mano cuando me las ofrecieron.

 

—Es un placer conocerlos —les dije a ambos—. Este es Jenks, mi socio. Se ocupará del perímetro y de la comunicación.

 

Jenks empezó a agitar las alas pero, antes de poder encandilarlos con su encantadora personalidad, la madre de Ellasbeth dijo:

 

—?Es de verdad! —dijo tartamudeando—. Pensé que era un adorno de tu pendiente.

 

El padre de Ellasbeth se puso tenso:

 

—?Un pixie? —dijo dando un paso atrás con recelo—. Trent…

 

Las alas de Jenks empezaron a desprender polvo que me iluminó el hombro, y lo único que se me ocurrió fue:

 

—Forma parte de mi equipo. Puede que también traiga un vampiro si es necesario. Si tienen alguna queja, hablen con Trent. Mi refuerzo puede mantener la boca cerrada sobre sus preciadas identidades secretas, pero si aparecen en la boda vestidos como extras de alguna película ridícula no será culpa mía si alguien averigua quiénes son.

 

La madre de Ellasbeth miraba a Jenks con fascinación y el pixie se había dado cuenta. Con la cara como un tomate, volaba de un hombro a otro agitado y finalmente se posó en uno. Estaba claro que la paranoia sobre los pixies había llegado hasta la otra costa del país y que ella no veía uno desde hacía tiempo.

 

—No puedo guardarles las espaldas sin él —continué mirando, cada vez más nerviosa, a la madre de Ellasbeth, cuyos ojos verdes brillaban de fascinación—. Y probablemente con este excesivo circo mediático saldrán bichos raros hasta de debajo de las piedras.

 

Me callé al ver que nadie me estaba escuchando. La se?ora Withon se había ruborizado, parecía diez a?os más joven y había puesto una mano en el hombro de su marido sin conseguir ocultar su deseo de hablar con Jenks.

 

—A la mierda con todo —murmuré para mí. Y luego dije más alto—: Jenks, ?por qué no acompa?as a las damas a la iglesia, donde estén más seguras?

 

—Rache —lloriqueó.

 

El se?or Withon se irguió más.

 

—Ellie —advirtió, y yo me puse roja.