Por unos demonios más

 

Recostada en la parte de atrás del taxi, observé pasar los edificios e imaginé el desprecio de Ellasbeth por las tiendas que evidenciaban ser de clase baja. Aunque la catedral de los Hollows tenía un gran reconocimiento en todo el mundo, estaba en una zona bastante pobre de la ciudad. De repente me sentí inquieta y tensa, y cogí el bolso con los hechizos y la pistola de bolas y la puse sobre el regazo. Debería haberme puesto algo más. Iba a parecer una dejada solo con aquellos vaqueros.

 

Jenks iba sobre mi hombro, golpeando mi aro al ritmo de la música calipso que llevaba puesta el taxista. Me estaba molestando y, aunque sabía que probablemente sería peor el remedio que la enfermedad, murmuré:

 

—Para.

 

Se me enfrió el cuello cuando despegó para posarse en mi rodilla.

 

—Relájate, Rache —dijo, de pie, con las piernas separadas para mantener el equilibrio y sin dejar de mover las alas—. Esto está chupado. ?Cuánta gente habrá? ?Cinco, contando a los padres de ella? Y Quen estará allí, así que no es como si estuvieses sola. De lo que te tendrás que preocupar es de la boda.

 

Respiré profundamente y abrí la ventana para airearme el pelo. Miré hacia abajo y me fijé en el agujero que tenía en la rodilla.

 

—Quizá debería haberme puesto un traje.

 

—Es un ensayo de boda, ?por las bragas de Campanilla! —soltó Jenks—. ?Tú no ves culebrones? Cuanto más rica eres, más informal vistes. Trent probablemente irá en traje de ba?o.

 

Yo levanté las cejas imaginándome su cuerpo esbelto envuelto en licra. Mmm…

 

Jenks dejó de mover las alas y adoptó una expresión de aburrimiento.

 

—Estás genial. Pero si te hubieses puesto aquella cosa que compraste…

 

Moví la rodilla y él alzó vuelo. Estábamos a solo una manzana y llegábamos temprano.

 

—Disculpe —dije inclinándome hacia delante e interrumpiendo la entusiasta interpretación del taxista de Material Girl, de Madonna. Nunca la había oído en versión calipso—. ?Podría dar una vuelta a la manzana?

 

Nuestros ojos se encontraron en el espejo retrovisor y, aunque estaba claro que pensaba que estaba loca, se metió en el carril para girar a la izquierda y esperó en el semáforo. Yo bajé del todo la ventanilla y Jenks se posó en el alféizar.

 

—?Por qué no echas un vistazo? —dije suavemente.

 

—Sabía que me lo pedirías, nena —dijo estirando los brazos para comprobar que llevaba en su sitio el pa?uelo rojo—. Cuando hayas dado la vuelta a la manzana, ya habré conocido a los vecinos y tendré todo controlao.

 

—?Nena? —dije con aspereza, pero ya se había marchado y estaba entre las gárgolas. Subí la ventanilla antes de que la brisa de la calle me deshiciese la complicada trenza francesa que sus hijos me habían hecho en el pelo. No les dejaba peinarme muy a menudo. Habían hecho un trabajo fantástico, pero hablaban como chicos de quince a?os en un concierto: todos a la vez y cien decibelios más alto de lo necesario.

 

El semáforo cambió de color y el conductor giró con cuidado, probablemente pensando que yo era una turista que estaba echando un vistazo. De repente divisé las piedras esquinadas y pegadas con argamasa que formaban la catedral, que quizá era tan alta como un edificio de ocho plantas. Era enorme en comparación con las tiendas bajas que la rodeaban. La catedral estaba muy cerca de la acera por dos de sus lados y le daba sombra a la calle. Unas preciosas plantas resistentes a la sombra crecían al húmedo abrigo de los arbotantes. Había enormes vidrieras por todas partes, que desde el exterior se veían ensombrecidas y oscuras.

 

Entrecerré los ojos mientras lo miraba todo, sorprendida de la falta de bienvenida que encontré en mi iglesia. Era como visitar a tu tía abuela a la que no le gustaban los perros, la música alta y las galletas antes de la cena; seguía siendo de tu familia, pero tenías que comportarte lo mejor posible y nunca te sentías cómoda.

 

Tras una revisión rápida del lateral de la catedral, busqué en el bolso el teléfono móvil e intenté llamar de nuevo a Ivy. Seguía sin responder. Kisten tampoco respondía y tampoco me habían contestado cuando había llamado antes a Piscary's. Podría preocuparme, pero tampoco era nada raro. No abrían hasta las cinco y nadie respondía al teléfono cuando el bar estaba cerrado.