—Nada —dije. Me sentía culpable y ala defensiva—. Bueno, más o menos —corregí—. Dios, Ceri, esto no es asunto tuyo —dije cruzando los brazos sobre el pecho.
—Rachel ha mordido a Kisten esta ma?ana —dijo Jenks para ayudar—. Mientras follaban como locos.
—?Eh! —dije avergonzada—. No se ha ido por eso. Ni siquiera habíamos terminado de cenar cuando ella se marchó. —Tomé aire y miré a Ceri. Me sorprendió ver su gesto de desaprobación—. ?Es mi novio! —exclamé—. Y él no me ha mordido. ?Por qué todo el mundo piensa que debería vivir mi vida según los deseos de Ivy?
—Porque te quiere —dijo Ceri de pie junto a la cocina encendida—. Y tú la quieres a ella, por lo menos como amiga. Ella tiene miedo y tú no. Tú eres la más fuerte de las dos y tienes que controlarte un poco. No puedes vivir tu vida según sus deseos —a?adió levantando una mano para evitar que protestara—, pero sabes que esto es algo que se muere por compartir contigo.
Sintiéndome desdichada, miré el sitio vacío de Ivy y luego de nuevo a Ceri.
—No puede separar el sexo de la pasión por la sangre y yo creo que tampoco —susurré. Entonces me pregunté cómo mi vida personal había llegado a convertirse en el tema de conversación favorito de todo el mundo y por qué estaba siendo tan abierta sobre ello. Aparte de porque estaba totalmente perdida e intentaba encontrar a alguien que me ayudase.
—Entonces tienes un problema —dijo Ceri dándose la vuelta para abrir una alacena.
No era capaz de descifrar su semblante.
—Nunca he dicho que se me dé bien esto —murmuré. Me levanté y cogí una taza del armario, pero cuando metí la bolsita de té dentro, ella entrecerró los ojos.
—Siéntate y bébete tu sucio café —dijo con un tono duro—. Yo me haré mi té.
Jenks se rio con disimulo y, después de llevar el plato con la miel y el dulce de azúcar a la mesa, me senté con mi café frío. Ya no me parecía tan apetecible. La desaprobación silenciosa de Ceri era evidente, pero ?qué se suponía que tenía que hacer? No me gustaba la idea de que Ivy se hubiese marchado para mudarse con Skimmer sin decírmelo, pero era la mejor explicación que tenía ahora mismo.
Ceri cogió la tetera de loza de debajo de la encimera. Sacó la bolsita de té que yo había puesto y midió dos cucharadas de té a granel. Jenks revoloteó hasta su miel y se peleó con la tapa hasta que yo se la abrí. Al final aquello estaba resultando ser un cumplea?os.
—?Jenks? —le advertí mirando a Rex. La gata naranja estaba sentada en el alféizar de la ventana de la cocina mirándome con aquellos aterradores ojos de gato. Había visto lo que le pasaba a Jenks con la miel, se emborrachaba más rápido que un chico de una fraternidad evitando los exámenes de fin de carrera, y a Rex le gustaban demasiado las cosas peque?as con alas.
—?Qué? —dijo con tono provocador—. La compraste para mí.
—Sí, pero esperaba que esta ma?ana estuvieses sobrio para nuestro trabajo.
Jenks resopló y se aposentó delante del tarro, rebosante de ámbar pegajoso.
—Como si alguna vez hubiese estado borracho más de cinco minutos. —Se sacó del bolsillo de atrás algo parecido a un juego de palillos chinos, claramente ansioso. Manipulándolos con maestría, cogió un poco de miel y se la metió en la boca. Al tragar bajó las alas, las dejó quietas y se le escapó una risita.
—Joder, qué bueno está esto —dijo con la boca llena y pringosa.
Cinco minutos. En eso tenía razón, pero a mí me preocupaba Rex.
Ceri seguía de pie junto al fregadero y estaba templando la tetera con agua caliente del grifo. Yo pensaba que era un paso inútil que solo servía para tener más platos sucios, pero Ceri era la experta en té. Miró a Jenks, que ahora tenía levantados los palillos por encima de su cabeza inclinada hacia arriba y dejaba caer el chorro de miel en ella. Y la miel caía exactamente donde él quería, aunque estaba empezando a inclinarse hacia un lado.
—?Puedes meter eso en el estante de arriba? —dije preocupada.
Jenks se puso rígido y me miró con unos ojos desenfocados y abiertos como platos.
—Sé volar, mujer. Vuelo mejor hasta las orejas de miel que tú serena. —Para demostrarlo, se elevó en el aire. Soltó un grito y perdió altura. De repente Ceri puso la mano debajo de él y él se echó a reír—. ?Escucha, escucha! —dijo mientras se dejaba caer en su mano y cantaba con eructos en vez de palabras las dos primeras frases de la canción You Are My Sunshine.
—Jenks… —protesté—. Aléjate de Ceri. Es asqueroso.
—Lo siento, lo siento —dijo con la lengua medio trabada y casi cayéndose—. Joder, qué miel tan buena. Tengo que llevarle un poco a Matalina. Seguro que le encanta. Quizá la ayudaría a dormir un poco.