Por unos demonios más

La sonrisa de Al se hizo más grande y caminó hacia nosotros.

 

No había tiempo. Me lancé hacia delante y caí con los antebrazos sobre el pavimento. Rocé con los dedos de las manos las marcas blancas de la pista de baloncesto y los dedos de los pies soportaron el resto de mi peso.

 

—?Rhombus! —grité. Se me saltaron las lágrimas al sentir como se me clavaba la gravilla en las partes más delicadas de mis brazos pero, al sentir una oportuna gota de poder en mi interior, la capa ámbar de siempre jamás fluyó hacia arriba procedente del suelo, arqueándose y cerrándose por encima de nuestras cabezas.

 

Dolorida, apoyé las rodillas en la acera y me puse de pie lentamente mientras me frotaba los brazos y las palmas de las manos para quitarme los granitos de arena. Maldita sea, había estropeado el regalo de Ceri. Primero miré a Al, que parecía levemente insultado, y luego a Trent y a Quen, que estaban a salvo y conmigo dentro de mi círculo.

 

El elfo más mayor estaba tenso. Estaba claro que no le gustaba estar dentro de mi burbuja, por muy grande que fuese. Miró nervioso las manchas demoníacas negras que reptaban por mi burbuja tintada de ámbar. Era especialmente fea a la luz del sol y, dado que Quen tenía experiencia en magia de líneas luminosas, sabía que el negro era un reflejo de lo que yo le había hecho a mi alma. Y la única forma en que podía haberlo conseguido tan rápido era jugando con magia demoníaca.

 

Enfadada, retrocedí sin dejar de frotarme las manos.

 

—Lo aprendí lanzando una maldición demoníaca para salvarle la vida a mi novio —dije a modo de explicación—. No maté a nadie. No le hice da?o a nadie.

 

La cara de Quen estaba impasible.

 

—Te hiciste da?o a ti misma —dijo.

 

—Sí, supongo que sí.

 

Trent arrastró los pies.

 

—Ese no es Lee —susurró con la cara pálida.

 

Jenks aterrizó sobre mi hombro, ya que había echado a volar cuando yo caí al suelo.

 

—Por el amor de Dios, el tío es más tonto que el consolador de Campanilla. ?No he dicho yo que no era él? ?Acaso mis labios no se movieron y dijeron que no era él? ?Soy peque?o, no ciego!

 

Tras recuperar su aplomo, Al sonrió. Trent se retiró para que Quen lo protegiese, alejándose tanto de mí como de Al. Al había atacado a Trent la misma noche en que el demonio me había atacado a mí por primera vez; Trent tenía derecho a estar asustado. Pero el sol todavía no se había puesto. Eso no podía estar pasando.

 

Todos dimos un respingo cuando Al metió un dedo en mi burbuja y el negro pareció entrar en la onda que formó.

 

—No, no soy Lee —dijo el demonio—. Y aun así soy él. Cien por cien.

 

—?Cómo? —tartamudeé. ?Acaso nos habrían hechizado para que pensásemos que era de día cuando en realidad ya se había puesto el sol?

 

—?Lo del sol? —Al miró hacia arriba y se quitó las gafas deleitándose con el astro rey—. Está excepcionalmente hermoso sin ese brillo rojo. Me gusta bastante. —Entonces me miró a mí y yo sentí un escalofrío—. Piensa.

 

?Cien por cien Lee pero no era Lee? Eso solo dejaba una posibilidad. Si alguien me hubiese preguntado el lunes habría dicho que era imposible, sin embargo, ahora me parecía increíblemente fácil de creer, tras haber sacado a un demonio de mis pensamientos hace solo tres días.

 

—Lo estás poseyendo —dije, sintiendo que se me hacía un nudo en el estómago.

 

Lee dio una palmada. Llevaba guantes blancos y aquello tenía mala pinta, muy mala pinta.

 

—No puedes hacer eso —dijo Trent por encima de mi hombro—. Es un…

 

—?Un cuento de hadas? —Al se sacudió un poco de polvo inexistente de encima—. No, solo se trata de algo muy caro y normalmente imposible. Supuestamente no ha de durar después del amanecer. Pero ?tu padre? —Al miró a Trent, después a mí y luego otra vez a Trent—. él hizo a Lee especial.

 

Lo decía con sorna pero tenía razón, y yo me quedé fría. La sangre de Lee era capaz de avivar la magia demoníaca. Igual que la mía. Fenomenal. Fantástico. Pero Lee era más listo que todo eso. Sabía que Al no me podía hacer da?o y salirse con la suya. Había más. No lo habíamos oído todo.

 

Sentí el aroma limpio de hojas verdes aplastadas y me di cuenta de que Trent estaba sudando.

 

—Lo has enga?ado —dijo Trent con una evidente angustia en la voz. No me parecía que tuviese miedo por él. Creo que estaba realmente afligido porque su amigo de la infancia estuviese vivo y atrapado en su propia cabeza por un demonio.

 

Al se puso las gafas de sol.

 

—Yo conseguí la mejor parte del trato, sí. Pero lo estoy siguiendo a pies juntillas. él quería salir y yo le di su libertad. En cierto modo.

 

—Lee —dijo Trent, sin dejar de avanzar—, lucha contra él —lo animó.

 

Al se rio y yo eché a Trent hacia atrás.