—Es su boda, no la mía.
Picar a Trent era de las cosas que más me gustaban y, al pensar que la aparición de Al se calificaba de problema y significaba un aumento en mi paga, me encogí de hombros, contenta de acabar el día con dinero en el bolsillo.
—Yo creo que tampoco es su boda.
Habíamos dado una vuelta completa y ahora volvía a tener enfrente a Ellasbeth. Al había conseguido captar su atención y, consciente de que a Trent no le gustaba darles la espalda, me moví en su dirección hasta que pudo verlos. Evidentemente no me tragaba que la amase, pero al parecer él se tomaba muy en serio sus deberes como marido.
—Te aseguro que me alegro de no pertenecer a la realeza —murmuré—. No querría tener que pasarme por la piedra a alguien a quien no puedo soportar. Habitualmente. Y a nadie más.
—?Ay! —exclamé mientras intentaba liberarme de la mano de Trent, que me estaba apretando los dedos. Luego me sonrojé al darme cuenta de lo que acababa de decir—. Vaya… lo siento —tartamudeé, afectada de verdad—. Qué torpeza la mía.
Pero la frente fruncida de Trent dejó paso a una leve sonrisilla.
—?Pasarte por la piedra? —dijo mirando la mesa que había detrás de mí—. Rachel, eres toda una fuente de jerga barriobajera.
La canción había terminado y sentí como me soltaba la mano. Miré a Ellasbeth, que a su vez me miraba nerviosa mientras Al le susurraba al oído. No podía dejar de pensar en la indiferencia interminable que Trent tendría que soportar, así que me humedecí los labios y tomé una decisión repentina. Le agarré más fuerte la mano y Trent me miró con aire de sospecha.
Su intento por separarse de mí se convirtió en un tirón y de repente empezó a sonar Sophisticated Lady. él me dio una vuelta y pude ver a Ellasbeth, con la cara lívida mientras escuchaba a Al. Ya era mayorcita. Podría soportarlo.
Era evidente que Trent había captado mis ganas de seguir bailando y me pregunté si había continuado simplemente por fastidiar a Ellasbeth. Se me nubló la vista y, mientras Trent seguía en silencio y absorto en sus pensamientos, me imaginé su vida con ella. Estaba segura de que les iría bien. Aprenderían a amarse. Probablemente solo les llevaría unas décadas.
Se me encogió el estómago. Era el momento. Ahora o nunca.
—Ah, Trent —dije, y él me miró con intensidad—. Quiero que conozcas a alguien. ?Puedes venir ma?ana a casa a eso de las cuatro?
él levantó las cejas y, sin se?al alguna que demostrase que estaba a punto de complicarle la vida sobremanera, me reprendió, diciendo:
—Se?orita Morgan. Se le ha acelerado el pulso.
Me humedecí los labios; mis pies se movían de manera mecánica.
—Sí. Entonces, ?puedes venir?
Sus ojos verdes mostraban descrédito.
—Rachel —dijo irritado—, estoy un poco ocupado.
La canción iba por el estribillo y sabía que no bailaría otra conmigo.
—?Sabes esa vieja carta que tienes en tu gran salón, la que está enmarcada en la pared? —le dije.
Aquello llamó su atención y respiró lentamente.
—?Las cartas de tarot?
Nerviosa, asentí.
—Sí. Conozco a alguien que se parece a la persona que sale en la tarjeta del diablo.
La expresión de Trent se congeló y su mano presionó mi cintura.
—?La tarjeta del diablo? ?Se trata de algún tipo de asunto en el que andas metida?
—Por Dios, Trent —dije. Me sentía insultada—. No el diablo, sino la mujer a la que se está llevando.
—Ah. —Miró al infinito mientras pensaba en aquello y luego frunció la frente—. Eso es de muy mal gusto. Incluso para ti.
?Se cree que es un chiste?
—Se llama Ceri —dije, tropezando con mis propias palabras—. Era familiar de Al antes de que yo la rescatase. Nació en las edades Oscuras. Acaba de empezar a ordenar su vida de nuevo y está preparada para conocer a lo que queda de su especie.
Trent se detuvo y ambos nos quedamos inmóviles en la pista de baile. Parecía estupefacto.
—Y si le haces da?o —a?adí mientras lo soltaba—, te mataré. Juro que te perseguiré como un perro y te mataré.
Entonces cerró la boca.
—?Por qué me cuentas esto? —dijo, con la cara pálida y casi atacándome con su olor a hojas verdes—. ?Me caso en dos días!
Yo me puse en jarras.
—?Qué tiene que ver con esto el hecho de que te vayas a casar? —dije. No me sorprendía que pensase en sí mismo antes que nada—. No es una yegua de cría, es una mujer con su propia agenda. Y por mucho que te pueda sorprender… —dije poniéndole un dedo contra el pecho—, no incluye al gran Trent Kalamack. Quiere conocerte y darte la muestra que necesitas. Eso es todo.
Las emociones cruzaban su rostro demasiado rápido como para identificarlas. Entonces el muro cayó y yo sentí un escalofrío al tomar el frío control. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó.
Yo lo miré fijamente, parpadeando.