Por unos demonios más

Me colgué del me?ique la bolsa de chocolate Godiva y el tarro en miniatura de miel de flores de cerezo silvestre por los que me habían clavado diez pavos mientras cerraba la puerta y, en la oscuridad del vestíbulo, me quité los zapatos. Sí, estaba recurriendo al soborno. ?Y qué?

 

Aquel silencio profundo me hizo detenerme. Era sobrecogedor. Caminé en calcetines por el santuario. Ivy había movido su equipo de música, aunque los muebles seguían amontonados en la esquina. Me preguntaba si estaría esperándome para terminar juntas la sala de estar. La iglesia parecía diferente; la blasfemia hacía que me doliera el aura.

 

Con la cabeza baja, pasé rápido junto a la puerta de su habitación porque no quería que el olor del café la despertase hasta que yo estuviese lista. No es que fuese tan tonta como para creerme que el café, unos pasteles, chocolate y miel bastasen para aliviar los sentimientos heridos de Ivy y la preocupación de Jenks, pero quizá me sirviesen para ganar algo de tiempo para explicarme antes de que todo se fuese a la mierda. Kisten quería que le dijese que yo le había mordido para poder comprender mejor su hambre, pero no era verdad. Le había mordido porque sabía que le iba a gustar. Que a mí también me hubiese gustado fue una sorpresa inesperada… por la que ahora me avergonzaba.

 

Ya a salvo en la cocina, dejé los pasteles junto al fregadero e hice una mueca al ver la fuente de veintidós por treinta y tres centímetros de pastel de chocolate descongelado y una tarrina de nata para cubrirlo. ?Me estaba haciendo un pastel mientras yo me acostaba con Kisten? Genial.

 

—La fuente bonita —dije para sofocar el sentimiento de culpa y busqué la fuente que Ivy había comprado en un puesto callejero la pasada primavera después de que yo le dijese que me gustaban las violetas del borde de malla abierta. Al no encontrarla, saqué la negra de diario y eché un vistazo al pasillo vacío cuando la cerámica tintineó. La bolsa crujió al sacar y colocar los pasteles. Ahora el café. Fruncí el ce?o al ver que la taza de Ivy de Encantamientos Vampíricos no estaba en el armario. No era propio de ella meterla en el lavavajillas, pero como ya había hecho ruido al abrir la puerta, cogí otro juego de tazas más peque?as.

 

—Ahora para Jenks —murmuré mientras buscaba un plato de postre a juego y colocaba el cuadradito de dulce de azúcar, poniendo estratégicamente la miel al lado. Esto iba a funcionar. Hablaría con los dos juntos y todo saldría bien. No era lo mismo que si le hubiese dejado morderme.

 

Ya con todo preparado, me giré para llevar las cosas a la mesa. Me quedé de piedra. El ordenador de Ivy había desaparecido.

 

Entonces me acordé de que no había visto el equipo de música en el santuario.

 

—Por favor, que nos hayan robado —susurré. Asustada, corrí hacia al pasillo. ?Acaso lo había averiguado y se había marchado? ?Maldita sea! ?Quería habérselo contado yo!

 

Me detuve delante la puerta de Ivy con el corazón desbocado. Sentí calor y luego frío. Dudé y luego llamé a la gruesa puerta de madera.

 

—?Ivy? —No hubo respuesta. Respiré hondo y volví a llamar mientras giraba la manilla—. ?Ivy? ?Estás despierta?

 

Miré dentro. Tenía la cama hecha y su habitación parecía normal. Pero luego vi que su libro había desaparecido de su mesilla de noche y que el armario estaba vacío.

 

—Mierda —dije. Mis ojos se dirigieron a la pared en la que tenía sus collages de fotos. Me pareció que estaban todos, pero luego me acordé de la foto en la que estábamos Jenks y yo delante del puente Mackinac. ?Había un hueco vacío en el frigorífico?

 

Aquello me parecía irreal, así que fui a la cocina y se me hizo un nudo en el estómago cuando entré y lo comprobé. No estaba.

 

—Oh… mierda —dije, y entonces oí un peque?o carraspeo.

 

—?Mierda? —dijo Jenks, de pie en el alféizar entre sus monos marinos y el se?or Pez—. ??Mierda?! —chilló mientras se acercaba y revoloteaba delante mí. Tenía la cara tensa de enfado y despedía polvo de pixie negro—. ?Eso es todo lo que tienes que decir? ?Qué has hecho, Rachel?

 

Abrí la boca y di un paso inseguro hacia atrás.

 

—Jenks…

 

—?Se ha ido! —dijo apretando las manos—. Hizo la maleta y se fue. ?Qué has hecho?

 

—Jenks, yo estaba…

 

—Ella se marcha y tú vienes a casa con sobornos. ?Dónde estabas?

 

—?Estaba con Kisten! —grité, y luego retrocedí dos pasos cuando él voló hacia mí.

 

—?Puedo sentir su olor en ti, Rachel! —gritó el pixie—. ?Te ha mordido! ?Le has dejado que te mordiese aunque sabías que Ivy no podía hacerlo! ??Qué co?o te pasa?!

 

—Jenks. No es así…