Por unos demonios más

—Eso tendría que decirlo yo —dijo, dándole un nuevo tono a sus palabras.

 

Las palabras transmitían sed de sangre y de repente sentí miedo y me contuve. Las manos de Kisten dudaron por un instante y luego retomaron el control y continuó. él tenía más control sobre sí mismo que yo. Me agarró por los hombros y me sujetó mientras buscaba la base de mi cuello; deseaba mi sangre, pero no la estaba tomando, sino que jugaba con mi vieja cicatriz.

 

—Oh, Dios —dije respirando. Incapaz de parar, me aferré a él rodeándolo por la cintura con las piernas y agarrándolo más fuerte por el cuello. él se movió de nuevo para ajustarse a mi peso. Podía sentir su erección bajo los pantalones y se me aceleró el pulso. Al sentirlo, su tacto se volvió agresivo. Y las expectativas sobre lo que estaba a punto de suceder atenazaron mi pecho. Esto no era bueno. Era demasiado. Ya no estaba pensando. Era demasiado bueno.

 

Me aferré a él deseando sentir que sus dientes penetraban en mí. Si supiese cuánto lo deseaba y me lo pidiese, no sería capaz de decirle que no. Ivy lo va a matar.

 

Como si hubiese sentido mi confusión, sus labios se volvieron más suaves y recorrieron mi cuello dejándome una sensación de frío y calor hasta llegar detrás de mi oreja. Allí se detuvo y ejerció una ligera presión, como pidiendo más indirectamente.

 

—?Te puedes quedar hasta ma?ana por la ma?ana? —preguntó.

 

—Mmm —conseguí decir, e intenté asegurarme de dejarle claro que me apetecía pasándole las u?as por la nuca.

 

—Bien. —Me agarró y me llevó por el pasillo hasta el dormitorio, oscurecido por la noche. El reflejo de las luces de Cincinnati era tenue al verse reflejado en el agua y se me pasó por la cabeza que no iba a tener la oportunidad de ponerme el body. Al menos no esa noche. Su cama estaba debajo del ventanal, pero me puso encima de la cómoda con las piernas envolviéndolo.

 

La altura de la cómoda ofrecía todo tipo de posibilidades. Sentí una oleada de excitación cuando fue subiendo la mano hacia mi pecho y me lo acarició provocativamente con el pulgar. Kisten separó sus labios de los míos y se apartó de mí muy despacio a propósito. El movimiento de sus dedos sobre mi cuerpo se detuvo. Yo lo miré a los ojos casi jadeando.

 

Estaban negros y mostraban una sed de sangre tranquila y familiar que los hacía brillar con la luz reflejada en el agua. Sentí que me atravesaba una ráfaga de adrenalina en una mezcla de anticipación y miedo. Algo estaba cambiando… me había crecido con mis dientes afilados. No eran unos simples trozos de hueso, eran una fuente de poder que me permitían dominarlo a través de las sensaciones que podía provocarle. Y Kisten lo sabía; esa fue su intención al regalármelos. Con sus dientes enfundados y los míos afilados, me había puesto por encima de él. Pensar en eso nos ponía a cien a ambos.

 

Sin dejar de mirarme a los ojos, agarró la mano que yo había metido por debajo de su camisa abierta. Inspiró profundamente el olor de mi mu?eca y cerró los párpados mientras olía mi sangre.

 

—Hueles como mis dos personas favoritas mezcladas.

 

Aquello me provocó un temblor. Yo olía a Ivy, un leve recuerdo de lo que en su día habían tenido. Se habían aliado durante su vulnerable juventud para conseguir sobrevivir y sabía que él echaba de menos la cercanía que antes había entre ellos. Necesitaba recuperarla desesperadamente. Sentí su dolor y deseé darle lo que necesitaba, calmar tanto su cuerpo como su mente. Yo no era ninguna segundona con respecto a Ivy, porque podía darle algo que Ivy no podía: lo mismo que había encontrado con ella pero sin el recuerdo de los malos tragos que les había hecho pasar a ambos Piscary. Y yo sabía que esa era la razón por la que Ivy lo había abandonado. No soportaba recordar.

 

Cada vez sentía más ganas de dejarme llevar y dárselo todo y, cuando sintió que me inclinaba hacia él, me agarró con más fuerza. Mi cuerpo tocó el suyo de manera provocativa y aspiré su aroma profundamente. Este recorrió mi cuerpo como un remolino y las feromonas fueron pulsando botones hasta que la necesidad incluso me dolía. Bajé las manos por su espalda sintiendo la tensión de su cuerpo y deseando desesperadamente perderme en él. Exhalé y me temblaba hasta el aliento.

 

—Házmelo aquí —susurré.