Recorrió mi clavícula con sus labios y yo sentí un escalofrío al notar los primeros indicios del deseo.
—A mí también —dije. El pulso se me disparó. Le aparté la cabeza con agresividad para que no me tocase el cuello y luego me levanté para pasar mis nuevos dientes coquetamente por una vieja cicatriz.
Kisten se estremeció contra mí.
—Oh, Dios. Esto va a matarme —susurró. Yo sentí el calor de su aliento en mi hombro.
El corazón se me puso a mil al sentir mi nuevo poder. Kisten se había quedado quieto debajo de mis dientes, sumiso pero sin ser dócil. Fue bajando las manos para trazar mis curvas y me sacó la camisa de los pantalones al volver a subir.
Sus dedos ásperos de trabajar me recorrieron con suavidad y fueron subiendo hasta cubrirme el pecho. Su otra mano estaba en mi región lumbar, apretándome contra él. Con la respiración acelerada, le mordí suavemente una cicatriz antigua que tenía en la base del cuello. Las sensaciones surgían casi demasiado rápido como para poder apreciarlas.
Luego centré mi atención en una peque?a cicatriz que sabía que era sensible. Inspiré su aroma y una tensión relajada me invadió. No había venido buscando esto, pero ?por qué no? Una vocecita en mi cabeza se preguntaba si me habría dejado convencer tan fácilmente por Kisten con el tema de los dientes para reafirmar que él y yo ya teníamos algo de verdad (y que aceptar la oferta de Ivy, dejando de lado la sorpresa, sería serle infiel). Si era así, yo sería la única que se sentiría incómoda. Para los vampiros lo normal era tener varios compa?eros de cama y sangre, y la monogamia era la excepción. Y aunque no era una vampiresa para aceptar relaciones con varias personas sin hacer examen de conciencia, lo único en lo que podía pensar en ese momento era en lo bien que me estaba sintiendo.
Le pasé los dientes por todo el cuello sintiendo que se le tensaban los músculos. A Kisten le temblaban las manos y me preguntaba por qué estaba intentando resolver aquello ahora mismo. Su suspiro me envió una descarga de adrenalina por todo el cuerpo y me esforcé al máximo para no echarme encima y morderlo. Empezaba a tener un sentimiento pícaro y lo saboreé. Podía clavarle los dientes. Y sabía exactamente lo que provocaría en él. Yo no era vampiro y no podía encender sus cicatrices, pero él sí lo era y solo hacía falta que hubiese uno.
Me metió las manos por debajo de la camiseta, acariciándome, y por el hueco que quedaba entre ambos metí la mano con la intención de desabrocharle un botón del pantalón. Solo uno.
Con torpeza, debido al ajustado tejido, finalmente lo conseguí. Incapaz de resistirme, busqué su cremallera. Kisten cambió de postura y me presionó contra el estrecho trozo de pared. Sus ojos azules estaban totalmente negros y entonces me sujetó las manos por encima de la cabeza.
—Das por hecho demasiadas cosas, bruja —gru?ó, y sentí una oleada de deseo.
—?Quieres que pare? ——dije inclinándome hacia delante para robarle un beso.
Oh, Dios. Sus labios apretaron los míos con agresividad. Sabían a vino. Era excitante pensar que mis dientes estuviesen tan cerca de sus labios. Sabía que Kisten sentía mi necesidad de ver que se excitaba por completo y jugaba con eso. Pero mientras tuviese mis manos sujetas por encima de la cabeza, no podía evitar que probase cualquier lugar que tuviese a mi alcance.
Me moví un poco hacia delante y le besé el cuello. Kisten exhaló lentamente. Me gustó poder provocarle esa respuesta. Lo exploré y encontré nuevas reacciones en viejas cicatrices.
Debería haber hecho esto antes, pensé mientras me enganchaba a una de sus piernas con un pie y lo acercaba hacia mí. En cuanto llegase a casa tendría que ver lo que decía sobre esto la guía de Cormel para salir con vampiros.
Dejé caer los brazos y rodeé a Kisten por el cuello suavemente mientras él me soltaba las manos y sentí un escalofrío cuando me llevó por el pasillo a oscuras. Mi espalda chocó contra los paneles de la pared produciendo un ruido seco y él me bajó la tira de la camiseta, dejándome el hombro al aire, y besó la piel recién expuesta y perfecta que sabía que les gustaba tanto a los vampiros. Sentir la suavidad de sus dientes enfundados en mi piel sin marcas me hizo temblar. Pensaba matar a cualquiera que lo llamase por teléfono ahora.
Cerré los ojos de puro deleite e intenté desabrocharle los botones de la camisa a tientas. Sonaba música de jazz y el sonido de un barco resonó sobre el agua calma. No llegaba al último de los botones; Kisten seguía mordisqueándome la piel provocándome sacudidas que era incapaz de aplacar antes de volverlas a sentir. Me rendí, le agarré la camisa y tiré de ella hasta que saltaron los botones.
Kisten ronroneó. Cambió de postura y me inmovilizó. Abrí los ojos de repente y llevé la mano a su cinturón.
—Dame lo que quiero —susurré sintiendo mis nuevos dientes—. Y no tendré que ponerme dura, chico vampiro.