Solo un poco más, pensé, y quizá pueda dormir esta noche.
—Y porque hay un demonio que me debe un favor —a?adí. El pulso se me disparó.
No, susurró una peque?a parte de mí y de repente me dio miedo lo que estaba haciendo. Estaba aceptando que Minias me debía una. Estaba aceptando su trato. Estaba tratando con demonios. Pero la idea de que estas dos personas entrasen en mi vida y le prendiesen fuego a mi iglesia hasta convertirla en cenizas en busca de aquella estúpida estatua me producía más miedo en ese momento. Podía soportar el hecho de temer por mi vida, pero no por la de terceras personas.
—Si ocurre algo que no me guste —dije—, vendrá a buscarles. Y ?saben qué? —Me latía el corazón a cien por hora mientras agarraba la mesa para mantener el equilibrio tras el ataque de vértigo—. Le gusta matar, así que podría emocionarse con el tema. No me sorprendería que los eliminase a los dos para asegurarse de que tiene a la persona adecuada.
El se?or Ray me miró la mu?eca, en la que se veía claramente la marca de demonio.
—Hagan las llamadas que tengan que hacer —dije, casi a punto de sucumbir a los temblores—. Calmen a su gente. Y mantengan la boca cerrada. Si se corre la voz de que yo lo tengo, mermarán sus posibilidades de esquivar a mi demonio y conseguirlo ustedes. —Me tomé un momento y los miré a los ojos—. ?Nos entendemos?
La se?ora Sarong se puso de pie, agarró el bolso con fuerza y lo puso por delante de ella.
—Gracias por la copa, se?orita Morgan. Ha sido una conversación realmente reveladora.
Kisten salió de detrás de la barra mientras ella se dirigía a la puerta con todo su séquito delante. Al abrir la puerta, el sol entró con un gran destello y yo entorné los ojos. Me sentía como si hubiese estado en el fondo de un agujero durante tres semanas. El se?or Ray me miró de arriba abajo con sus carnosas mejillas fofas e inmóviles. Asintió con la cabeza, hizo un gesto a su gente y también se marchó, con paso lento y provocativo. Su gente guardó las armas a medida que desfilaban por la puerta.
Yo me quedé donde estaba hasta que el último do ellos atravesó el rellano. Esperé un poco más hasta que la puerta se cerró dejándome de nuevo en la oscuridad. Solo entonces me derrumbé y dejé que me bailasen las rodillas. Oí a Kisten atravesando la habitación, apoyé la cabeza en la mesa y suspiré.
Tenía reputación de tratar con demonios. No me gustaba, pero si aquello mantenía a salvo a las personas que quería, entonces lo usaría.
19.
El barco de Kisten era tan grande que la estela de los barcos de vapor de los turistas se deshacía contra él sin siquiera moverse. Ya había estado en él antes, hasta había pasado un par de fines de semana aprendiendo lo bien que se transmiten las voces sobre el agua tranquila y oscura y a quitarme los zapatos en la cubierta. Había tres, si se contaba la más alta, donde estaban los mandos. Suficientemente grande para hacer fiestas en él, como decía Kisten, pero suficientemente peque?o para que él no sintiese que se había extralimitado.
Bueno, está fuera de mi alcance, pensé mientras absorbía con una esquina de pan tostado lo que quedaba de salsa de espaguetis en la ligera porcelana china. Pero si eras un vampiro y tu jefe gestionaba las partes más feas del inframundo de Cincinnati, las apariencias importaban.
Habíamos birlado el pan de la cocina de Piscary's, que estaba cerca, y tenía la impresión de que la salsa también. No me importaba que Kisten estuviese fingiendo que la había hecho él calentándola en su peque?a cocina. El caso es que estábamos disfrutando de una cena relajante en lugar de discutir por el hecho de que hubiese antepuesto mi trabajo a sus planes para llevarme a cenar por mi cumplea?os.
Levanté la cabeza y miré al otro lado de la sala de estar sumergida e iluminada por velas mientras mantenía en equilibrio la bandeja sobre mi regazo. Podríamos haber comido en la cocina o fuera, en el espacioso balcón, pero la cocina era claustrofóbica y el balcón era demasiado abierto. Mi encuentro con el se?or Ray y la se?ora Sarong me había puesto nerviosa. Y si a eso le a?adíamos que había rechazado la invitación de Tom, se me podría tachar de paranoica.
Estar rodeada por cuatro paredes era mucho mejor. La lujosa sala de estar se extendía de lado a lado del barco y parecía el escenario de una película: por un lado, sus ventanas anchas mostraban las luces de la ciudad y la luna brillando en el agua, y por el otro tenía las cortinas cerradas para que yo no tuviese que ver el aparcamiento de Piscary's.