—Hiciste muy bien con el último —dijo mirando a su hija—. Dejar que un exnovio interfiera en tus relaciones futuras es invertir en problemas.
La miré durante un momento. ?Quería que matase a Simón Ray?
—Yo no lo maté —protesté—. En serio.
—Pero, de todas formas, han muerto. —La se?ora Sarong me dirigió una sonrisa perfecta, como si acabase de hacer un truco fabuloso. De repente, la amabilidad que había coronado su expresión cambió a una actitud de cuestionamiento. Se me erizó el vello del cuello y la vi tomar aire.
—?Simón! —gritó mientras se ponía de pie.
Yo me levanté de un salto cuando su séquito se puso en movimiento dirigiéndose hacia nosotros. Lo sabía. Sabía que el se?or Ray estaba allí.
—?Rache! —chilló Jenks abandonando mi hombro mientras esparcía chispas de polvo dorado. Yo retrocedí hacia David, pero la manada de la se?ora Sarong no estaba preocupada por mí.
Se escuchó un grito, seguido de un golpe seco amortiguado. Kisten entró a toda velocidad procedente de la cocina y caminando con aquella rapidez vampírica. Se dirigía a la sala de atrás pero, antes de que pudiese llegar, el se?or Ray salió de ella echando pestes.
Genial, pensé cuando el resto de sus gorilas se desplegaron detrás de él blandiendo pistolas y apuntándonos con ellas. Esto es genial.
18.
—?Tú, pretenciosa! —gritó el furioso hombre lobo, con la cara roja y sus gorilas a sus espaldas—. ?Qué estás haciendo aquí?
La se?ora Sarong se puso delante de los hombres que intentaban protegerla.
—Planeando tu eliminación —dijo con ojos brillantes y una voz cortante.
?Eliminación? ?Como si fuese un árbol demasiado grande que estuviese atascando las alcantarillas?
El hombre de negocios de peque?a estatura parecía ahogarse con su propio aliento al encolerizarse.
Boquiabierto como uno de sus peces de concurso, intentó responder.
—?No me digas? —consiguió decir—. ?De eso quería hablar con ella!
Entonces escuché a Jenks decir desde mi hombro:
—?Joder, Rache! ?Cómo te has convertido en la asesina predilecta de Cincy?
Yo miré a las dos manadas a las que solo separaban las peque?as mesas redondas. ?El se?or Ray quiere contratarme para cargarme a la se?ora Sarong?
El clic de las pistolas al cargarse me sacó de mi ensimismamiento.
—Echa a volar, Jenks —grité mientras le daba una patada a una mesa y me ponía en su lugar. Jenks despegó dejando tras de sí un arroyo de chispas doradas. De repente noté un olorcillo y vi a David cubriéndome las espaldas. Con el rifle gigante en la mano parecía un pistolero buscando venganza. Kisten dio un salto y se puso entre las dos manadas con las manos levantadas para tranquilizarlos, pero con una expresión dura. Cambió la presión del aire y, de repente, apareció también Steve. Todo el mundo se quedó quieto. Mi pulso se disparó y sentí como se me aflojaban las rodillas. Aquella escena era demasiado parecida a cuando entré allí en busca de Piscary después de que hubiese violado a Ivy, solo que esta vez había muchas pistolas apuntándonos.
Sudando, observé a Kisten liberar la tensión visible en su rostro y en su cuerpo hasta adoptar una postura despreocupada, mostrando la seguridad de un gerente de bar.
—Me importa un carajo si os matáis los unos a los otros —dijo modulando muy bien la voz—. Pero hacedlo fuera de mi bar, en el aparcamiento, como todo el mundo.
David se pegó a mi espalda y, al sentir su calor, respiré hondo.
—Nadie va a matar a nadie —dije—. Yo los convoqué aquí y todo el mundo se va a sentar para poder arreglar esto como inframundanos, no como animales. ?De acuerdo?
El se?or Ray dio un paso adelante se?alando con uno de sus peque?os dedos a la se?ora Sarong.
—Voy a destriparte…
De repente sentí que me invadía la cólera.
—?He dicho que silencio! —grité—. ?Qué le pasa? —Me pesaba el bolso en el hombro y, aunque podía sacar mi pistola de bolas, no sabía a quién apuntar. En ese momento a mí no me estaba apuntando nadie. Creo. Y si me conectaba a una línea y creaba un círculo podría provocarlos a todos. Nadie iba a disparar… partiría de ahí.
—No voy a matar a la se?ora Sarong —le dije al se?or Ray.
La se?ora Sarong, que estaba a mi izquierda, se puso tensa, pero parecía molesta, no asustada.
—Y tampoco voy a matar al se?or Ray, como me ha pedido —a?adí.
El se?or Ray se aclaró la voz y se secó la frente con un pa?uelo blanco.
—No necesito tu ayuda para cazar a esa bruja llorica —dijo, y los hombres que lo rodeaban se pusieron tensos, como si fuesen a saltar sobre ella.
Aquello me cabreó. Esta era mi fiesta, maldita sea. ?No me estaban escuchando?
—?Eh, eh! —grité—. Disculpen, pero yo soy a quien los dos quieren contratar para matar al otro. Sugiero —dije con sarcasmo— que nos sentemos en aquella mesa grande, solo usted, usted y yo. —Miré las pistolas, todavía cargadas y apuntando—. Solos.
La se?ora Sarong asintió en un gesto de aceptación, pero el se?or Ray sonrió con desprecio.