—Es para que el papel no se pegue al fondo del vaso y me haga parecer más gilipollas de lo que ya parezco ahora.
El hombre lobo levantó la cabeza y abandonó su postura melancólica.
—Rachel, vas vestida de cuero y estás en un bar de vampiros. Podrías tener un granizado rosa en la mano con una sombrilla y aun así impresionarías a la mayoría de la gente.
Solté un suspiro largo y lento.
—Sí, pero los alfas no son la mayoría de la gente.
—Estarás genial. Eres la hembra de mi manada, ?recuerdas? —Entonces miró a mi espalda.
—Buenas tardes, Kisten —dijo, y yo me giré sonriendo cuando reconocí el aroma a incienso y cuero.
—Muchas gracias, se?or Peabody —dijo el vampiro agriamente, ya que le había fastidiado la idea de pegarme un susto.
—Hola Kist —dije rodeándole la cintura con una mano y acercándolo a mí. Llevaba unos pantalones oscuros y una camisa roja de seda, su ropa habitual—. Gracias por prestarme tu club —a?adí tirando de él de manera sugerente. Maldita sea, me hubiera venido bien haber pasado algo de tiempo con él ese viernes. El recuerdo del beso de Ivy me vino a la cabeza y luego desapareció.
Sus ojos se dilataron y mi pulso se aceleró a pesar de mis esfuerzos. Una sonrisa invadió su rostro y su mirada se hizo más decidida.
—Te puedo prestar la sala de atrás cuando quieras —dijo mientras buscaba con su mano mi cintura con un gesto familiar y reconfortante antes de darme un beso de bienvenida.
Iba directo a mis labios pero, al recordar la presencia de David, me giré y me besó en la comisura de los labios. El leve gru?ido que dejó escapar para mostrar su desagrado envió una descarga de deseo que me cogió desprevenida. No estaba realmente molesto, más bien se estaba divirtiendo y me preguntaba si hacerse de rogar para conseguir una noche juntos sería extremadamente divertido. O mortal.
—Yo… siento haber pospuesto nuestra cita —dije mientras se inclinaba hacia atrás, nerviosa al ver que mantenía aquella postura durante demasiado tiempo—. Avísame cuando tengas otra noche libre y cambiaré la reserva.
David miró a Kisten de arriba a abajo, luego agarró su bebida y deambuló por el bar mirando las fotografías. Kisten miró al techo con sus ojos azules, se pasó una mano por el pelo y se lo dejó despeinado con un aire atractivo.
—Caramba —dijo con tono burlón apoyándose en la barra y transmitiendo una imagen de seducción y control—. Mi bruja tiene suficiente influencia para conseguir una reserva en la torre Carew cuando quiera. —Se llevó la mano al pecho—. Has herido mi orgullo masculino. Yo tuve que hacer la mía hace tres meses.
—Yo no —dije dándole un empujón en el hombro—. La va a hacer Trent. Era parte del trato para que trabajase en su boda.
—No importa —dijo—. El caso es que ya está hecho, y fue hecho… para ti.
Sin saber qué decir, me bebí el té. El hielo a medio derretir se movió y casi me lo trago.
—Lo siento mucho —repetí mientras agitaba el vaso para mover el hielo—. No quería aceptar, pero me ofreció mucho dinero para mí y para consagrar la iglesia —terminé agriamente. Mi mirada se volvió distante mientras me preguntaba si debería contarle lo de nuestro encuentro esa ma?ana, y luego decidí no hacerlo. Quizá más tarde, cuando tuviésemos más tiempo.
Kisten se inclinó para alcanzar el otro lado de la barra y, cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, volví a mirar mi bebida y dejé de mirar su culito prieto. Joder, el tío sabía cómo vestirse para llamar la atención.
—Olvídalo —dijo mientras se sentaba en el taburete que estaba a mi lado con un bol de almendras en la mano—. Algún día seré yo el que tenga que anular una cita contigo por negocios y entonces —dijo mientras se metía una almendra en la boca y la masticaba— vas a tener que tomártelo bien y no ser una novia espástica.
—?Una novia espástica? —dijo malhumorada al darme cuenta de que el hecho de que hubiese aceptado aquello tan rápido se debía a su instinto de autoconservación, no porque lo comprendiese. Un poco cabreada, giré mi taburete sin soltar el vaso frío.
Kisten dio un peque?o brinco, como si acabase de decidir algo, y me puso una mano en la rodilla para que dejase de moverme.
—?Quieres venir a cenar esta noche? —dijo. Al acercarse a mí, su pelo rozó el mío—. Yo tengo que trabajar, pero Steve puede ocuparse de todo y podemos comer en mi barco. Nadie nos molestará por nada a menos que tenga que ver con la sangre.