—Es un verdadero placer —dije con sinceridad mientras le daba la mano.
—Igualmente —dijo con firmeza. Sus ojos marrones delataban su inteligencia. Tenía la voz aguda pero decidida e iba vestida con tanta clase como su madre aunque, todo hay que decirlo, ense?ando mucha más piel. Ahora que sabía qué relación había entre ellas, el parecido era evidente, pero mientras la se?ora Sarong envejecía con belleza, su hija Patricia era sencillamente hermosa. Tenía una hermosa melena negra que le enmarcaba suavemente la cara, y sus peque?as y delicadas manos tenían una gran fuerza. En lugar de perlas ella llevaba una cadena de oro con una piedra marrón colgando. Su tatuaje de manada, una vid enredada en un alambre de espino, le rodeaba el tobillo.
Empujé a David hacia delante, que avanzó a trompicones.
—Este es David —dije, sintiéndome de repente como mi madre intentando emparejarme con el hijo de su amiga.
David dio un respingo, pero luego, con una mirada triste que lo hacía diez veces más atractivo, le dio la mano.
—Hola, se?orita Sarong —dijo—. Es un placer conocerla.
—Se?or Hue —dijo la joven mirándolo con unos ojos ligeramente risue?os.
La se?ora Sarong me miró con un gesto inquisidor por mi impertinencia.
—?Les gustaría beber algo? —pregunté, pensando en que tendría que poner a trabajar mis oxidadas habilidades como anfitriona mientras tratase con una mujer educada en el protocolo y las formas. ?Y qué demonios estoy haciendo presentándole a David a su hija como si él estuviese en el mercado? Apreté los labios y Jenks resopló desde mi pendiente—. Podemos ir a una sala privada —a?adí. No estaba segura si sería más fácil llevarla a donde estaba el se?or Ray o traerlo a él allí fuera, pero ella me interrumpió con un movimiento de mano.
—No —dijo en voz baja, recuperando su aire de mujer de negocios—. Lo que quiero solo me llevará un momento. —Miró a su hija directamente y la joven le hizo un gesto a los hombres para que se retirasen y no oyesen la conversación. Ellos se fueron, malhumorados pero obedientes, y cuando la se?ora Sarong miró a David, yo miré a su hija, que estaba de pie a su lado.
—Bien —dijo, como aceptando su presencia—. Simplemente quiero contratar sus servicios.
Yo, que me esperaba aquello, asentí, pero tuve un ataque de moralidad y me oí decir:
—Ya estoy trabajando con la AFI para averiguar quién asesinó a su ayudante. —Le hice un gesto para que ocupase una de las mesitas—. No es necesario que usted me contrate también.
Ella se sentó con elegancia y yo me senté enfrente. David y Patricia se quedaron de pie.
—Espléndido —dijo la se?ora Sarong, haciendo claramente un esfuerzo por no tocar la mesa—. Pero quiero contratar sus otros servicios.
Confusa, la miré perpleja.
—Tu antigua profesión, querida —a?adió.
Sentí en el hombro el cosquilleo de una sonrisa pixie y abrí los ojos de par en par.
—Se?ora Sarong… —dije tartamudeando y sintiendo como me subían los colores.
—Oh, por el amor de Cerbero —dijo la mujer, desesperada—. Quiero que mates al se?or Ray por asesinar a mi ayudante. Y estoy dispuesta a pagar ingentes cantidades de dinero.
Cuando por fin lo comprendí, me quedé estupefacta.
—Yo no mato a personas —protesté, intentando mantener la voz baja, pero con un bar lleno de vampiros y de hombres lobo estaba segura de que alguien más me había escuchado—. Soy una cazarrecompensas, no una asesina. ?Se habría enterado de lo de Peter?
La se?ora Sarong me dio una palmadita en la mano.
—Está bien, querida. Lo entiendo. ?Setenta y cinco mil te parece bien? Haz la apuesta correcta el próximo partido y avísame. Después ya me ocupo yo.
Setenta y cinco… Me faltaba el aire.
—No lo entiende —dije, empezando a sudar—. No puedo.
?Y si lo averigua David? La muerte de Peter había sido un fraude al seguro.
La mujer entrecerró los ojos y apretó los labios mientras miraba a su hija.
—?Ya te ha contratado Simón Ray? —preguntó con voz vehemente—. Entonces, cien mil. Maldita sea, será cabrón.
Miré a David, pero él parecía tan estupefacto como yo.
—Me ha malinterpretado —dije tartamudeando—. Lo que quiero decir es que no hago ese tipo de cosas.
—Y aun así —dijo pronunciando clara y precisamente cada sílaba—, la gente que la molesta se muere.
—No es cierto —protesté reclinándome hasta que mi espalda topó con la silla.
—?Francis Percy? —dijo, contando los nombres con los dedos—. ?Stanley Saladan? Esa rata… ah, ?Nicholas Sparagmos?
Cerró sus elegantes dedos, que tenía extendidos, y yo me asusté.
—Yo no maté a Francis —dije—. él lo hizo todo solo. Y Lee fue arrastrado por un demonio al que invocó. Nick se tiró por un puente.
La se?ora Sarong sonrió más ampliamente y volvió a darme una palmadita en la mano.