Nuestros hombros se tocaron cuando me senté mirando a la barra. Me había rodeado la espalda con su brazo y jugaba con el pelo que estaba sobre mi oreja izquierda. Se me disparó el pulso y me estaba costando recordar por qué estaba enfadada. Fue bajando la mano y su respiración iba y venía sobre mi cuello. La cicatriz que estaba allí ya no se veía, estaba perdida bajo mi piel perfecta, pero la saliva de vampiro que el demonio había bombeado dentro seguía allí.
—Tengo algo que me muero por darte por tu cumplea?os —dijo con una voz suave pero llena de determinación—. Si no te voy a ver el viernes quiero dártelo… ya.
Aquella última palabra fue casi una petición y sentí un escalofrío al notar que me ponía tensa. Me puse recta, me humedecí los labios y me giré para pegar mi cabeza a la suya. No pude evitar recordar el beso de Ivy, pero lo aparté de mi mente.
—Qué gustito —susurré.
—Mmm.
El tacto de Kisten en mi cuello pasó a parecerse más aun masaje que prometía más que una cena. Mi respiración se aceleró e inhalé su olor a propósito. No me importaba que estuviese expulsando feromonas para volverme vulnerable. Me gustaba demasiado y confiaba en que no me rasgaría la piel y que sustituiría con sexo su sed de sangre.
Yo jugaba con el pelo que tenía por encima del cuello. Relajé los hombros y sentí que se me formaba un nudo en el estómago al pensar en lo que vendría después. Mis cicatrices no reclamadas me daban tanto placer como dolor y me hacían vulnerable a cualquier vampiro que supiese cómo estimularlas, pero cuando estaban en manos de un experto se convertían en un juego de alcoba increíblemente bueno, y Kisten lo sabía.
Totalmente perdida, levanté la pierna izquierda y la puse sobre la suya para acercarlo hacia mí, pero me detuve al recordar dónde estaba. Reuní fuerzas y lo aparté de mí mientras él soltaba una risita y me miraba con deseo.
—Maldita sea, mira lo que me has hecho —dije. Tenía la cara ardiendo y la mano sobre el cuello, cubriéndolo—. ?No tienes que doblar servilletas o algo así?
él sonrió con arrogancia mientras se inclinaba hacia atrás y se comía otra almendra. Me puse aún más nerviosa cuando miró a David con una mirada encolerizada y de hombre satisfecho. Me había puesto cachonda y me había cabreado. No era difícil cuando sabías qué botones pulsar, y mi mordedura de demonio era un gran botón, fácil de pulsar y difícil de ignorar. Además, lo amaba.
—?Te veo esta noche? —se atrevió a preguntar.
—Sí —le espeté. Ya lo estaba deseando a pesar de la vergüenza que estaba pasando por el hecho de que David hubiese presenciado toda aquella escena. De acuerdo, era una bruja con un novio vampiro. ?Qué pensaba que hacíamos en nuestras citas? ?Jugar al parchís?
El zumbido de las alas de Jenks captó mi atención y el pixie aterrizó suavemente sobre la carta de postres.
—?Qué pasa, Rache? —preguntó. Su rostro angular mostraba preocupación—. Estás toda colorada.
—Nada. —Le di un sorbo a mi té y el hielo volvió a deslizarse por el vaso y me golpeó la nariz—. ?Quieres agua con azúcar o mantequilla de cacahuete? —pregunté mientras dejaba el vaso en la barra.
Kisten se alejó de mí sutilmente con su taburete. Las alas de Jenks avivaron su zumbido.
—?Estás segura de que estás bien? No te encuentras mal, ?verdad? Desprendes calor como si tuvieses fiebre. Déjame tocarte la frente —dijo echándose a volar.
—Estoy bien —dije espantándolo con la mano—. Es todo este cuero. ?Qué está haciendo el se?or Ray?
Jenks vio a Kisten reírse mientras se comía las almendras y luego mi mano cubriéndome la cicatriz. El pixie miró luego a David, que nos había dado la espalda.
—?Ah! —dijo Jenks riéndose—. ?Kisten te ha puesto nerviosilla? ?Acaso le has contado que Ivy te besó y quiso ponerte a prueba?
—?Jenks! —grité, y Kisten se sobresaltó y se quedó pálido. Desde el otro extremo del bar, David gru?ó y se giró para mirarme con ojos inquisidores.
—?Ivy te ha besado? —preguntó Kisten. Tierra, trágame.
—Mira, no fue para tanto —dije mirando con odio a Jenks, que ahora me miraba como preguntándose por qué me había enfadado—. Estaba intentando demostrarme que no podía controlarla cuando la invade la sed de sangre y las cosas se nos fueron de las manos. ?Podemos hablar de otra cosa? —Jenks estaba desprendiendo polvo y formó un rayo de sol sobre la barra—. Jenks, ?qué está haciendo el se?or Ray? —dije lanzándole una almendra. Maldita sea, no tengo tiempo para ocuparme de esto ahora.
Jenks se quedó donde estaba, como si estuviese colgado en el aire, y la almendra le pasó por encima de la cabeza para acabar cayendo detrás de la barra.
—Soltar pestes —dijo riéndose entre dientes—. Lleva esperando veinte minutos. Y no dejes que te enga?e, Kisten. Lleva toda la tarde pensando en ese beso.
Intenté agarrarlo, pero fallé cuando salió volando hacia atrás.
—Me sorprendió, eso es todo. —Miré a hurtadillas a Kisten mientras él intentaba ocultar su preocupación. Detrás de él, David frunció el ce?o y se dio la vuelta.
Al recordar dónde estaba, cogía Kisten por la mu?eca y la giré para poder ver la hora.